El hombre de las mil caras, un thriller político, frio e irónico
Autor de películas tan aplaudidas como “El factor Pilgrim”, “Las siete vírgenes”, “Grupo 7” o “La isla mínima” el guionista y director sevillano Alberto Rodriguez ha presentado en la competición oficial de esta 64 edición la película “El hombre de las mil caras”, una de las producciones españolas que más van a marcar sin duda esta temporada cinematográfica, un thriller político e irónico en el que aborda el caso Paesa, interpretado con indudable talento por el actor catalán Eduard Fernández, que aparece ya nada más empezado el festival como aspirante a un premio de interpretación.
Alberto Rodriguez forma parte de esa generación de jóvenes directores españoles que ha devuelto sus cartas de nobleza al género policiaco hispano, con creación de atmósferas regionales y contextos sociales de evidente autenticidad. Con “El hombre de las mil caras” se lanza ahora en el género de espías y estafadores, resucitando con indudable valentía el caso Paesa, a partir de lo que se sabe y lo que se ignora sobre ese misterioso personaje real que participó activamente en proteger, estafar y entregar luego a la policía al muy buscado director general de la guardia civil Luis Roldán, miembro del PSOE, implicado en la guerra sucia contra ETA y las actividades del GAL.
Con un montaje rápido y una prolija realización, que nada tiene que envidiar a los thrillers de Hollywood, Rodríguez se interesa por ese enramado de mentiras, de relaciones, corrupción, tapujos políticos, estafas y fuga de divisas a los paraísos fiscales que se atribuyen a Paesa y a Roldan. Todo ello relatado a partir del personaje interpretado por José Coronado, un piloto de avión, que era amigo y cómplice de Paesa.
Eduard Fernández en el papel de Francisco PaesaLo más relevante en la película, a mi juicio, es la interpretación de Eduard Fernández, quien se ha metido en la piel del citado y cínico Paesa, quien fingió su propia muerte, antes de desaparecer sin dejar rastro. Parece ser, según alguna rara foto del citado espía español, que la caracterización está bien lograda. En todo caso, Eduard Fernández aporta a ese personaje de mercenario estafador, una evidente autenticidad en su presumible calma, en su cinismo y su fascinación por el dinero.
La película denuncia con mucha ironía la corrupción en círculos del poder político, que resume bien una frase del personaje de Roldán, cuando se entrega y se justifica: “Yo hice lo que todo el mundo hacía…”, pero en esa acumulación de citas y de encuentros hay finalmente mucha confusión y pocas revelaciones. Rodada en Francia, España, Singapur y Suiza, esta producción de cinco millones de euros resulta, en cierto modo, un producto mucho menos personal que las anteriores películas de su autor.
Los personajes de Roldán, Belloch y Paesa, no me fascinan en absoluto como personajes de cine y me interesan más de un punto de vista documental que como elementos de ficción policiaca o de divertimento. Las historias sentimentales de cada uno de los personajes insertadas en el guion no funcionan en el marco de esa distanciación fría y necesaria hacia la trama urdida por Paesa y revelada por la voz del narrador. Pues al hacer una ficción sobre un tema tan grave como este se plantea de manera evidente, a mi juicio, la cuestión ética de la empatía del espectador hacia esos personajes.