Coincidiendo con la festividad de San José de Calasanz, sacerdote español que fuera pedagogo y precursor de la educación moderna a través de las Escuelas Pías, el pasado domingo día 27 se celebraba en España el Día del Maestro, si bien la Unesco fijaba en 1994 la fecha del 5 de octubre para la celebración del Día Mundial de los Docentes, ya que era la ocasión de “rendir homenaje a los docentes y el papel esencial que desempeñan para una educación de calidad a todos los niveles”.
Por lo que a nuestro país respecta, la docencia en general, y los maestros en particular, atraviesan por momentos difíciles, al verse afectados por varios factores, tanto internos como externos: unas leyes educativas que no acaban de cuajar, estando a merced del Gobierno de turno, cuando lo suyo sería un sistema que, más allá de planteamientos políticos, mirase por el desarrollo formativo de una generación que hoy jóvenes, serán los que tengan la responsabilidad de tomar las riendas del país en unos años. Y su preparación y formación será fundamental.
Junto a ello, los enseñantes se ven acosados por unos recortes de plantilla en los últimos años que, lógicamente, repercuten en el sistema educativo. Las suplencias se cubren tardíamente, y mientras tanto el resto tiene que cubrir las ausencias; multipliquen eso por los miles de centros públicos del país, e imagínense la cifra de profesionales necesarios. A ello se añade que con el actual gobierno del Partido Popular se está potenciando descaradamente la enseñanza privada concertada en detrimento de la pública porque la enseñanza, ya está bien de paños calientes, también es un negocio para algunos, y ellos lo saben, por lo que los vasos comunicantes, una vez más, ejercen su papel.
El tercer problema al que tienen que enfrentarse los enseñantes, hombres y mujeres que dedican su trabajo a educar a nuestros hijos, es la incomprensión a veces por parte de la sociedad, o de una parte de ella, achacándoles males tales como que tienen muchas vacaciones, que no coinciden los horarios de colegio con los del trabajo de los padres, que les mandan muchos deberes a los alumnos, que existen malos tratos en los colegios hacia los alumnos, que se dan peleas incontroladas, etcétera, etcétera, etcétera.
Y es este tercer punto en el que pretendo hacer hincapié, porque da la casualidad que he conocido a muchos enseñantes a lo largo de mi vida, entre los que tengo grandes amigos, uniéndose a ello el hecho de que mi mujer es maestra de escuela pública y mi hija profesora de instituto. Es decir, que casi soy carne de su carne, y de ahí que sepa de primera mano lo mucho que han estudiado para conseguir plaza, los años de interinidad como maestra por los pueblos de la sierra pobre de Madrid (porque Madrid también tiene sierra pobre), las horas que le dedican el fin de semana a preparar clases, sobre todo cuando se trabaja con niños discapacitados, en un caso, o con jóvenes que, en la edad del pavo, en lugar de la lengua de Shakespeare lo que en realidad están pensando es el último gol de Cristiano Ronaldo.
A ello se une el hecho de que según los padres, algunos padres y madres, los docentes son responsables de la educación de sus hijos, cuando no se dan cuenta de que responsables somos todos, tanto padres como docentes. Algunos mandan eriales o cerriles a sus hijos al colegio pretendiendo que retornen al hogar hechos una balsa de aceite, sin darse cuenta de que ellos también tienen su parte de responsabilidad, porque la educación empieza en el hogar y continúa en el colegio. Pero claro, los padres siempre tienen razón, o creen tenerla, ¡faltaría más!, ya que sus hijos, los hijos de cada cual, suelen ser las criaturas más buenas, más inteligentes, más obedientes y cuidadosas que nadie. Si pasa algo, que puede pasar, como ha pasado toda la vida, los responsables son los otros niños, y sobre todo los docentes.
Una veterana maestra que ejerció durante toda su vida laboral en la enseñanza pública, me dio un consejo como maestra que yo he asimilado como periodista: “Siempre que hables o escribas de una cosa pon un ejemplo, porque así te entenderá mejor la gente. Yo lo hago con mis alumnos y me da resultado”. Siguiendo la recomendación, me vienen a la cabeza varios ejemplos que pueden servir de muestra sobre lo que está sucediendo en el campo de la enseñanza:
Me ha comentado una maestra que al comienzo del presente curso llegó al colegio un niño de tres años que, lógicamente, lloraba el primer día de cole porque se acordaba de su mamá. Ella procuraba consolarle como es lógico, diciéndole que no llorase, que su mamá iba a venir en seguida a recogerlo. Pero cuál no sería su sorpresa cuando al día siguiente apareció la madre de marras diciéndole a la enseñante que por qué no dejaba llorar a su hijo, que en casa era libre para hacer lo que quisiera. Lógicamente, a partir de ese momento imagino que la enseñante dejará que el niño llore hasta que se descoyunte las mandíbulas, no vaya a ser que le reproche por “prohibirle” llorar.
Hace unas semanas aparecía en televisión el tema de un niño de siete años que al parecer había sido golpeado por dos niños de siete y nueve años. Lógicamente eso hay que intentar evitarlo, y estoy seguro que los enseñantes lo intentan, pero siendo conscientes también de que ese tipo de desencuentros entre niños han existido siempre, y que hay que buscarles una solución por los cauces adecuados. Pero ahora resulta que al parecer el cauce adecuado es convertir el tema, que debía ser estrictamente interno entre padres y colegio, en un show televisivo, al modo de esos realitys shows a que los tienen acostumbrados las televisiones varias, que tienen que llenar sus programas como sea; y si de paso es con unas gotas de sensacionalismo, tanto mejor.
Había que ver a la compungida madre en cuestión despachándose a voz en grito ante las cámaras de las televisiones varias, clamando porque su hijo llevaba desde el jueves hasta el lunes encerrado en su habitación, y que ella no pensaba llevarlo más al colegio hasta que no expulsaran del colegio a los dos niños agresores. Temía, muy desconsolada ella, que matasen a su niño. Pero lo bueno resultó ser que en ese momento apareció en segundo plano la abuela de uno de los niños agresores diciendo que era mentira, que el niño no estaba encerrado, que lo había encerrado ella. El reality estaba servido, porque lo que necesitan las televisiones es ese tipo de imágenes; máxime, si resultan gratis.
El tercer ejemplo es un hecho que me comentaba un profesor de instituto, con estas palabras textuales: “Tengo en clase 25 alumnos, de los cuales 20 son chicos normales, que quieren estudiar, aprender y formarse una vida. Pero los otros cinco no hacen nada, no dan ni palo al agua, y encima tengo que dedicar más tiempo a ellos a que a los demás, porque ni hacen ni dejan hacer”. Al final acabó marchándose unos años a los Estados Unidos como profesor visitante.
Que cada cual saque sus conclusiones en este Día del Maestro…