Ileana Alamilla[1]
Me adelanto a reconocer y presentar mi respeto y admiración a las valientes, talentosas y resilientes mujeres guatemaltecas que, con su trabajo arduo y tesonero, alimentan el cuerpo y el alma de sus descendientes y contribuyen a ofrecer comida en las mesas de toda la población.
En primer lugar cito a esas mujeres rurales, principales actoras del desarrollo, a quienes nunca se reconocen suficientemente sus méritos, se les niegan oportunidades, están excluidas en su mayoría del sistema de salud y de educación, pero con su sabiduría ancestral cultivan la tierra, acarrean agua, enseñan a sus hijos e hijas el arte de la vida, de la sobrevivencia y comparten la verdadera historia de sus antepasados, a través de la tradición oral.
Se dice que fueron ellas las que enseñaron y desarrollaron el lenguaje, uno de los grandes descubrimientos de la humanidad, que produce desarrollo, por eso se llama “lengua materna”, son comadronas que traen vida, las que impulsan tesoneramente la economía campesina, cultivan la tierra, siembran flores, son comerciantes y pastoras de ovejas; crían animales de manera orgánica, tan apetecidos en este mundo moderno, pero irónicamente son las principales víctimas de la exclusión, por su pobreza y su ascendencia indígena o por su condición de ruralidad.
Estas heroínas anónimas de la eterna lucha por la sobrevivencia y en la decisión de alcanzar un cambio en el sistema, están defendiendo sus costumbres, sus territorios, los recursos naturales y a sus familias, y con ello están preservando nuestro futuro.
Se les dificulta el derecho a ser titulares de la propiedad de la tierra, aunque esa injusticia la comparten con sus parejas, pero en el caso de ellas es por el machismo prevaleciente. Valoro inmensamente sus altas capacidades de administradoras, su honradez y honestidad. Cuando han tenido la suerte de recibir préstamos, son cumplidoras con las obligaciones contraídas, tienen gran entusiasmo por formar cooperativas y otras formas organizativas con las que contribuyen en su economía familiar y la del país.
También, con ocasión del 8 de marzo, rememoro, con admiración y nostalgia, a las mujeres revolucionarias que por sus ideas o por la lucha por sus derechos han sido acusadas, vilipendiadas, asesinadas e ignoradas por la historia. Solo nombraré a algunas: Alexandra Colontai, feminista rusa; Rosa Luxemburgo, comunista discriminada por su propio partido; Nadezhda Kruspskaya, esposa de Vladimir Lenin, bolchevique que dedicó su vida a ofrecer oportunidades de educación para las y los trabajadores campesinas; las soldaderas mexicanas conocidas como Adelitas que combatieron junto a los hombres, entre ellas Petra Herrera; Sophie Scholl, fundadora del movimiento de resistencia antinazi no violento La Rosa Blanca.
Evoco a heroínas de nuestra historia, Alaíde Foppa, poetisa, escritora, feminista, crítica de arte, profesora y traductora, secuestrada y desaparecida; Yolanda Aguilar, militante entregada y abogada laboralista detenida y desaparecida; la capitana María, que dedicó su vida a la revolución guatemalteca, y cientos de mujeres que lucharon por la justicia social o en demanda de sus derechos, cuyos nombres algún día aparecerán con sus historias en una galería que debemos construir en homenaje a sus méritos.
Ternura infinita inspiran las mujeres que están sufriendo la ausencia de sus seres queridos, las viudas por la violencia, las niñas que siguen siendo violadas y convertidas en madres; las madres solteras que deben buscar solitas el sustento de sus hijos e hijas; las privadas de libertad que sufren por sus errores pero aún más por el futuro de sus hijos, y especialmente a aquellas mujeres que están luchando por su vida contra enfermedades que nos las quieren arrebatar. Para ti, Vilmita Masaya, feminista y amiga, mi cariño perdurable.
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.