Érase una vez un profesor abotargado y bajito, con sobrepeso y aliento a Celtas y coñac 103, que tenía la voz rota y el oído incapaz para la más simple melodía. Solía ser cruel innecesariamente y liberaba su sevicia con la regla y el compás de la pizarra.
Eran dos instrumentos de madera que sorprendían por su tamaño, robustez y peso. La regla escalaba un metro, tenía unos seis centímetros de ancho y tal vez medio de espesor. El compás tendría 40 centímetros desde la punta trazadora hasta el fulcro. No tenían parangón como palmeta la una y quitapenas el otro. La clase de aquella acémila se llamaba FEN y por algún motivo desconocido, en ella oí hablar por primera vez de la CECA, la Comunidad Europea para el Carbón y el Acero. Era como un sueño inalcanzable y el solo nombre, Europa, sonaba a algo grande e importante a lo que no pertenecíamos.
Ya desde sus inicios, Europa no fue otra cosa que un mercado entre diferentes no tan desiguales; un mal reparto del feudo entre un montón de primos con linaje real.
Los Tratados de Roma que ahora cumplen 60 años surgieron de los acuerdos de la CECA y sentaron las bases primero de aquel Mercado Común Europeo, del ECU después y finalmente de la Unión monetaria Europea con su flamante Euro. Lo sorprendente es que en 60 años solo los ciudadanos hayamos sentido que existe o debería existir una nacionalidad europea en un solo territorio y con un solo gobierno.
Ciertamente, fueron los mercaderes quienes diseñaron esta Europa hace 60 años, más en realidad, pues la Liga Hanseática de principios del siglo XIII ya hizo un primer intento (nord)europeo de alianza industrial y económica. Lamentablemente, todos los intentos de reunificar el feudo de Europa se han quedado en regular la compraventa y no parece que hayamos pensado mucho en las personas o en un bien común continental.
El cumpleaños de esta Europa harapienta se celebra en medio de una situación enrarecida por el terrorismo religioso, la crisis económica, el Bréxit y un nuevo Líder del Mundo Libre que dice que la globalización y el libre comercio no le convienen.
Tenemos en el norte y centro del continente un racismo que, por tercera vez en menos de cien años, vuelve a estar en el candelero como alternativa política frontal a esas gobernanzas tolerantes con lo financiero y rígidas como el hormigón con todo lo que suponga avances sociales comunes para Europa. Y en el sur tenemos un alambicado y complejísimo sistema de corrupción oficial y oficializada que nos convierte, necesariamente, en países sospechosos.
Seguro que los fastos de la efeméride serán grandes, llenos de cenas con discursos y de fotos sonrientes con un montón de señores y alguna señora posando rancios para los periódicos del mundo. Sin embargo, bajo tanto maquillaje surge una verdad francamente poco halagüeña: Los campos de concentración han reaparecido en nuestra Europa convertidos en asentamientos para refugiados, nuestro mar interior es hoy por hoy la mejor y mayor fosa común para un genocidio invisible y los derechos humanos están en retroceso acelerado.
La pena de muerte sumaria está (re)implantada de facto ya que todos los terroristas de un tiempo a esta parte son “dados de baja” in situ sin mayor aspaviento por parte de nadie, alimentando la idea de que hay algunos individuos que merecen la muerte instantánea y sin juicio porque es en «defensa propia». ¡Incluso esta semana, con motivo del atentado de Londres, la policía declaró al principio de sus pesquisas “Lo consideramos terrorismo hasta que se demuestre lo contrario”. Parece que vuelven las palmetas y quitapenas de aquel infame profesor de mi infancia.
La idea de Europa existe y persiste, sí, pero no como construcción social y esto sigue siendo una rapiña de mercaderes en la que todos quieren vender su lechuga pero nadie quiere pagar el sueldo del agricultor. Europa será una comunidad federada o no será y todos los intentos de unificar mercados pero no instituciones, leyes y ciudadanos serán veletas al albur de los virajes económicos. Veremos qué pasa tras el primer cuatrienio de Trump porque parece determinado a aplicarnos una nueva versión del Divide et impera.
Europa cumple 60 años, está decrépita y desorientada y por tercera vez en cien años, vamos por muy mal camino.