Si algún erudito en la materia pretende buscar la piedra filosofal del oficio en este libro editado por Aguilar y escrito por Antonio Resines, acompañado a los teclados por Ana Pérez-Lorente, y que lleva el sugerente título de Pa´ habernos matao, puede ir olvidándose del tema porque los tiros no van por ahí.
Y ello porque el libro de Resines es, ni más ni menos, un paseo desenfadado por el oficio de actor, contado precisamente por un tipo que jamás quiso serlo, pero que a fuerza de serlo acabó siéndolo, ya que de algo había que comer caliente. El chico apuntaba alto en sus años mozos, a la producción, los montajes, y por eso se licenció en la Facultad de Ciencias de la Información cuando la susodicha andaba en pañales, si bien acabaría, como tantos otros, haciendo del Café Comercial de Madrid un a modo de “mesa italiana” donde daría sus primeros pasos en el mundo de los cortos, si bien, y debido a que los progres de las “chaquetas de pana” empezaban a tomar terreno, los del cine se cambiarían a la Cafetería Yucatán, situada al otro lado de la plaza.
A Resines hay que agradecerle que haya escrito Pa´ habernos matao por varias cosas: en primer lugar, porque llama precisamente a las cosas por su nombre, sin florituras, por lo que se le entiende perfectamente. En segundo lugar, por tener la sinceridad de decir que nunca quiso ser actor, que nunca hizo ningún curso en academias o centros de relumbrón que tanto prestigio dan a la hora de currículo, todas ellos muy respetables, eso sí, pero que con los años ha acabado siéndolo, y de los grandes, con más de cien películas en el zurrón.
Y en ese román paladino o jerga que le caracteriza, el autor de marras dice, habla de muchas cosas. Por ejemplo, de aquellos nuestro años jóvenes en los que nos aficionamos a los cómics del TBO o del Tío Vivo, tiempos en los que nos podían inflar a hostias a las primeras de cambio. “Por cierto –dice Resines-, el profesor de Ciencias Naturales, además de Ciencias Naturales daba unas hostias que eran algo increíble. Pero por aquel entonces hostias daba todo el mundo, y nosotros las recibíamos por todos los lados…”.
Mamó el oficio con los amigos, con los que había estudiado en la facultad, haciendo cortos a diestro y siniestro, porque era lo que había. Con unos amigos que con el tiempo llegarían a ser grandes directores, como Fernando Trueba, Fernando Colomo y otros varios. Y él en la producción, cuando en realidad el presupuesto llegaba para bocadillos, y poco más. Haciendo de todo, entre otras cosas estando pluriempleado en una empresa repartiendo cestas de navidad en una moto, cosas ajenas al oficio, pero que daban para ir tirando. Porque si el hambre llamaba a sus puertas en plena conducción, un chorizo o un salchichón “de menos” en la cesta no se notaba en fechas tan señaladas…
Y, además, dice el sujeto de cargo en otras páginas que a él le daban los papeles por descarte. Es decir, cuando los actores conocidos, los famosos, decían que no, acababan llamando a Resines, porque él no se negaba, pues iba a aceptar el papel, sí o sí. Y además tenía un plus el muy jodido, que era que gustaba a la gente, sabía hacer reír actuando como actuaba, que es como era en la vida real, no impostaba nada. De tal manera que se acabó acuñando el término “estilo Resines”, que era siempre el mismo, pero que ni engañaba ni fallaba. Después de hacer otros muchos trabajos, reconoce que en la película Opera prima fue la primera vez que cobró, cobraron todos -un cuasi milagro- y además trabajaron con profesionales de verdad, y con sonido directo, algo desconocido en España.
Cuenta Resines que no ha hecho casi teatro, que no es lo suyo, aunque una anécdota puede ilustrar el pánico que sentía a las tablas. Hablando del Miles Gloriosus, una versión libre que hizo Alonso de Santos de la obra de Plauto, comenta: “El estreno fue en Mérida, y ese día me dio un ataque de pánico, algo que no me había pasado en mi vida. Se me ocurrió mirar y al ver la cantidad de gente que estaba esperando a que saliera, tres mil personas, me empezó a dar una taquicardia como no había tenido en mi vida. No quería salir porque estaba muy acelerado, pero alguien me empujó. Conseguí no sé cómo decir la primera frase, y volví a meterme detrás de una columna para decirle a Paco Piñero: ‘Oye, memoriza esto’, y le solté un número de teléfono. ‘¿Qué me estás diciendo?’, ‘Es el teléfono de mi madre, para que la llames, porque me está dando un infarto’. Fui el hazmerreír de los compañeros, pero ya no me afectaba, porque comenzaba a convertirse en una costumbre…”.
Lo cierto es que millones de espectadores se han acostumbrado a ver películas “de Resines”, a hacer un “un Resines” desde aquellos tiempos en los que el hoy actor famoso comenzara en los cortometrajes allá por 1977. Películas como Ópera prima, La paloma azul, La mano negra, Vecinos, A contratiempo, Pares y nones, La colmena, La línea del cielo, Sal gorda, Sé infiel y no mires con quién, La vida alegre, Amanece, que no es poco, Disparate nacional, Todo por la pasta, La marrana, Todos a la cárcel, París-Tombuctú, La caja 507, Al sur de Granada, La dama boba, Celda 207 y tantas otras, a las que se unen series para televisión que han triunfado en diferentes cadenas.
Este es el Resines de Pa’ habernos matao. El hombre que no quería ser actor, pero que acabó siéndolo, y de los grandes. Como él mismo dice, “He tenido, creo, el mejor trabajo del mundo. Hacer cine. He podido vivir de ello y casi nunca he estado parado, cosa que no le ocurre al noventa y dos por ciento de los actores de este país…Creo que he tenido la suerte de gustarle a mucha gente, algo de lo que estoy inmensamente agradecido, y que ha sido determinante a la hora de encontrar trabajo…”. Un trabajo, comenta, “donde hay que respetar muchísimo a los técnicos que hay detrás de las cámaras, y ese respeto empieza llegando siempre al rodaje con el texto bien aprendido. Se puede jugar, pero no a costa del tiempo de los demás”.