Ileana Alamilla[1]
Tenemos un país hermoso, Guatemala, lleno de luces y sombras, con una historia milenaria, bellos paisajes y una multiculturalidad que constituye un patrimonio invaluable. Contamos con un clima envidiable y, sobre todo, valores nacionales que ante tanta fatalidad quedan opacados y no logran brillar y emplear sus talentos para sacar al país de este cenote profundo a donde se le ha empujado.
Venimos de una historia de conflictos, divisiones y malas decisiones que han generado desconfianza y falta de esperanza, lo cual no aporta para buscar el camino de la reconstrucción del país, para llegar a la reconciliación tan ansiada por muchos, pero, sobre todo, para contribuir con los millones de guatemaltecos y guatemaltecas que son ajenos a esas mezquindades y que siguen en el mismo círculo vicioso de pobreza y miseria.
Por el contrario, una parte de la sociedad sigue llena de odios, resentimientos, envidias y descalificaciones, sentimientos que nos tienen enfermos como sociedad.
Que tenemos sobradas razones para la inconformidad debido a que esta nave donde vamos todos no tiene rumbo, ni capitán para guiarla, es cierto. Que tenemos un sentimiento de frustración compartido porque las cosas no resultan nunca como esperamos, también. Que deseamos que todos los que han hecho daño, los indeseables y los corruptos, reciban su castigo, así es; pero la forma en que estamos abordando los problemas ya se demostró que no nos llevará a ese resultado.
Cuando analizamos la historia y constatamos que países que en el pasado enfrentaron horribles guerras, plagas y confrontación lograron emerger y convertirse en grandes potencias, tendríamos que averiguar cómo lograron salir de esa noche de terror para intentar dar algunos pasos en esa dirección.
Que no tenemos líderes y dirigentes como los históricos porque los asesinaron, es parte de nuestra realidad. Es innegable que las instituciones son frágiles, que hay funcionarios corruptos. Pero también hay muchos honestos, que a diferencia de quienes solo critican, se atreven a estar en el Estado, sirviendo a la población y al país. El Gobierno es un desastre, pero es lo que la mayoría eligió, igual que a los diputados. El Organismo Judicial tampoco está a la altura. Pero no todos los funcionarios y dignatarios de la nación son merecedores de desprecios.
Las demandas sociales de quienes tienen el privilegio de estar informados, de participar de distintas formas, de protestar y de proponer, son legítimas, pero lo que nos está haciendo mucha falta es pensar en lo que está viviendo la inmensa mayoría de la población, aquella que es tomada en cuenta solo en las campañas políticas o cuando hay que traer a alguien a manifestar. La que está reportada en los vergonzosos datos que nos ubican como uno de los países más desiguales del mundo, con altos niveles de pobreza y pobreza extrema. La que no está en las redes sociales, ni puede ver internet, ni los memes.
Esas familias son las que deberían estár gritando y exigiendo el cambio que necesita nuestra Patria, pero como no tiene voz, nadie escucha ni atiende sus necesidades. Esa es la persona humana que la Constitución prioriza.
Por eso, ahora que diversos actores sociales hablan de diálogo para superar la actual crisis política, donde cada día se aumenta algún nuevo elemento —el deleznable bono que recibe el presidente, por ejemplo—, se hace necesario pensar en los problemas de fondo referidos. Dialoguemos, pero atrevámonos a abordar la dimensión estructural que nos agobia y que subyace en las reiteradas crisis políticas que angustian a las ilustradas élites progresistas.
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.