Ileana Alamilla[1]
La situación en Guatemala es muy peligrosa. Ya hemos pasado por coyunturas similares, es cierto, pero cada vez estamos más polarizados; la descalificación es la tendencia, el señalamiento la estrategia y la crítica la destreza a la que se recurre para que el otro tenga la culpa.
Ya lo dijo monseñor Álvaro Ramazzini recientemente, todos somos culpables de lo que hoy vivimos. Nadie puede decir que está exento de responsabilidad. Algo hemos hecho mal que los resultados están a flor de piel. Y no se trata de ver quién tiene más o menos razón, se trata de que estamos a un paso del precipicio y cualquier acción puede ser el empujón que nos lance a un espacio sin retorno.
La juventud, que es mayoría, no ha vivido la tragedia de un conflicto armado, ni los gobiernos militares, la represión y las violaciones a los derechos humanos. Tiene la suerte de poder expresarse con libertad, sin ser silenciada, perseguida, asesinada o desaparecida. La famosa Plaza es una muestra de la situación que antes no tuvimos. Por eso, ellas y ellos, los jóvenes, están llamados a ponerse en primera fila, acompañados de organizaciones o liderazgos experimentados, honorables y visionarios, cuya principal virtud debe ser no guardar odio ni rencor en su corazón y poner en primer lugar al país.
Contaminar más el ambiente nos llevará al camino de la autodestrucción como sociedad; ya hemos tenido suficientes mártires, víctimas y dolor como para que retornemos a épocas pasadas, tragedias que permanecen peligrosamente latentes en nuestra historia reciente. La ansiada paz no llega a nuestros corazones ni al entorno. Hay demasiados intereses en mantener un ambiente de agresión permanente a quien no piensa como nosotros.
Algunos están ansiosos de crear más crisis pues así lograrán sus propósitos, otros quieren resultados inmediatos que en estas circunstancias son imposibles de alcanzar. Si apelamos al respeto a la institucionalidad y al estado de Derecho, corremos el riesgo de ser tachados de mojigatos, de querer mantener el statu quo que está despreciado. Los grupos están atrincherados en posturas intransigentes.
Y el Estado, ausente de los escenarios donde más se le necesita, en los lugares remotos del país. Las instituciones, cada vez más desacreditadas; no hay credibilidad en los poderes del Estado y el sistema político está repudiado. Las razones para estas percepciones son legítimas; la mayoría de diputados se ha ganado a pulso el rechazo ciudadano, algunos jueces, magistrados, fiscales y autoridades locales tienen historias que los descalifican para el desempeño de su alta investidura y el Ejecutivo se ha caracterizado por la mediocridad en algunos cuadros de alto nivel que el mandatario ha colocado.
La figura presidencial está desgastada y desacreditada. El presidente dio un salto al vacío sin paracaídas, lo que le ha representado asirse de las nubes más negras que ha ido encontrando en su camino. Se ha ido generalizando el clamor porque renuncie y los pocos aliados con que cuenta están cuestionados. Se habla de diálogo, pero no lo quieren con él ni con el Congreso, y con razón.
Entonces hay que buscar una salida, en la que esos personajes de la vida nacional tienen que estar de acuerdo, salvo que se esté pensando en un golpe de Estado. Hay propuestas, una viable podría ser pedir la intervención de personalidades con credenciales aceptables.
Cada quien tiene que ceder algo o aceptar que se encienda la chispa y que se provoque el incendio. El presidente tiene el deber de flexibilizar sus posturas, mientras tenga tiempo de hacerlo, que se le está agotando.
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.