Sudáfrica, en las montañas del Cabo Oriental. Como cada año, Xolani, trabajador en la sección de reparto de un enorme almacén, participa en calidad de tutor junto a otros hombres de la comunidad xhosa en el ukwaluka, el rito de iniciación de los adolescentes en campamentos aislados, que comienza con la circuncisión y que favorece la promiscuidad. Su protegido es un muchacho llegado de la moderna Johanesburgo, quien descubre el secreto que Xolani lleva años guardando celosamente …
Este es, en síntesis, el argumento de “La herida” (The wound, estrenada en otros países con el título de “Los Iniciados”), primera película del sudafricano John Trengove, de 39 años, anteriormente autor de la miniserie “Hopeville”, que su país ha presentado a la preselección de los Oscar 2018 y ha paseado ya por los festivales de Sundance, Berlín y Cinema Jove de Valencia, donde consiguió los premios de Mejor Película y Mejor Actor, galardones que también ha recogido en su patria, en el Festival de Durban.
Película sorprendente sobre la intolerancia, la pérdida de la infancia y la iniciación masculina, con casi todas las características de un documental etnográfico y, de fondo, una historia tremendamente sensual de amores contrariados por el orden social establecido en una parte del Africa negra que todavía mantiene algunos rituales ancestrales, sacraliza la potencia viril y considera la homosexualidad como una amenaza y un delito. “La homofobia es tan fuerte entre los negros, sugiere el realizador, que la mantienen incluso quienes son sus víctimas” (Frédéric Strauss, Télérama).
Centrada más que en la prohibición en el secreto, y en el poder que adquieren quienes lo descubren, “La herida” es también una película sobre el choque entre la vida urbana y los ancestrales ritos iniciáticos que han llegado hasta el siglo XXI; y también sobre la hipocresía de la sociedad sudafricana en lo relativo a la homosexualidad, subrayando la paradoja de las sociedades patriarcales como esa donde la homosexualidad es el mayor de los tabúes (lo que todavía ocurre en muchos países africanos, en algunos todavía se castiga con pena de muerte).