En un momento en el que una amalgama de informaciones sobre nacionalismos varios, populismos sui géneris y puesta en escena de algunos portadores de la buena nueva han coincidido en órbita, todo ello, a mi entender, ante la delicada situación en que nos encontramos, hete aquí que un libro escrito por un periodista curtido en el oficio a lo largo de más de medio siglo, y por tanto conocedor de las entrañas y recovecos de este nuestro país, España, viene a poner algunas cosas en su sitio, imagino que para agrado de unos y enfado de otros, como suele ser habitual.
Porque Fernando Ónega, con su Qué nos ha pasado, España, editado por Plaza y Janés, hace una radiografía de este país, que en su opinión ha ido yendo de la ilusión al desencanto. Todo ello contado en unas 400 largas páginas que van desde los estertores del franquismo y albores de la democracia hasta casi nuestros días, pues hay información datada hasta el año 2016.
El autor, como experto analista político, sabe mucho de muchas cosas, pues lleva en sus alforjas el haber sido, entre otras cosas, director de prensa de la Presidencia del Gobierno con Adolfo Suárez, director del diario Ya, ha dirigido los servicios informativos de la SER y de la COPE, habiendo sido también director general de Onda Cero. A ello une su escribanía actual en diferentes medios, como La Voz de Galicia o La Vanguardia, participando al tiempo en distintas tertulias.
De ahí que tanto sus fuentes como experiencia deban ser tenidas en cuenta a la hora de abordar el tema de España, un país que ha pasado “de la ilusión al desencanto”, y en el que han sucedido tantas cosas, algunas de las cuales ven la luz por primera vez en estas páginas. Por ejemplo, que antes de la llegada de la democracia del 15 de junio de 1977, fue necesario que las todavía Cortes franquistas se hicieran el “harakiri”, mediante el cual se publicaba en el BOE el 5 de junio la Ley de Reforma Política por ellas aprobada. Años aquellos de crisis, huelgas, ruido de sables y etarras en su apogeo, gente ella de gatillo fácil. Unas primeras elecciones a las que se presentarían 5343 candidatos integrados en 589 candidaturas. Unas fechas aquellas en las que Santiago Carrillo, ya sin peluca, aceptaba en nombre del Partido Comunista la bandera española y a la Monarquía, fruto de las secretas reuniones habidas entre él y el presidente Suárez, al que los militares ninguneaban.
Si resulta imposible plasmar en dos folios lo que se cuenta en la historia entera, sí merece la pena plasmar algunos apuntes, jirones de una España que a algunos nos tocó vivir y de la que otros han oído hablar. Un país donde a primeros de los años ochenta algunos generales se permitían la desfachatez de llamar “ratas” a los políticos, por lo que, en opinión de Ónega, el mayor éxito de la democracia haya sido “terminar con el ruido de sables y con la insumisión militar frente al poder civil”.
Hubo otro momento muy delicado en la historia de este país, y fueron aquellos años del auge de la banda terrorista ETA. Las solas cifras, aunque afortunadamente ya lejanas, dan escalofríos: 2472 actos terroristas y 856 muertos. El ruido de sables daba paso al ruido de las pistolas, los coches bomba y las metralletas, a lo que se unió el gran error de la llamada guerra sucia, hasta llegar al llamado “Espíritu de Ermua”, la primera rebelión cívica.
Seis presidentes de Gobierno hemos tenido en estos años desde los comienzos de la Transición, a los que el autor llama “hombres valientes”. En su opinión, Adolfo Suárez desmontó el franquismo. Leopoldo Calvo Sotelo era un “conservador vestido de centrista”. Felipe González, la izquierda que legitima el Régimen. José María Aznar personifica la ambición de la grandeza. José Luis Rodríguez Zapatero, del hombre de “quién dijo crisis”, porque no quiso o no supo verla. Y Mariano Rajoy ha sido “el marinero de la calma”. Mientras tanto la derecha encontró su camino, en el que hoy sigue, si bien los vientos no soplan a su favor…
Hubo un tiempo, bastantes años, en los que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) parecía invencible, pues gobernaba en La Moncloa, en la práctica totalidad de Comunidades Autónomas y en miles de municipios. Pero la cosa cambió con la llamada caída de los “cinturones rojos”, es decir, los pueblos industriales, aposento de la clase obrera, empezaron a dar la espalda al socialismo. Hubo un paréntesis, con Zapatero, hasta llegar al 3 de octubre de 2016, con un Comité Federal celebrado entre acusaciones de pucherazo, mientras que en la calle Ferraz, de Madrid, militantes socialistas llamaban traidor nada menos que a Felipe González…
“Y llegaron los nuevos”, puede leerse en el capítulo 9 de Qué nos ha pasado, España. Lo nuevo que significó el movimiento 15-M, el nacimiento de Podemos, “un cabreo inmenso y una bofetada al sistema”. Cayeron en las elecciones las primeras ciudades arrebatadas a “la casta”, mientras Ciudadanos se convertía en la cuarta fuerza política. De alguna manera, España empezó a pasar de la socialdemocracia al liberalismo progresista.
La corrupción ha hecho acto de presencia durante estos años, y las cosas son como son. Porque con Franco algunos se enriquecían a cambio de lealtad, mientras que en la democracia ha habido, para algunos, otros caminos a seguir. Desde Filesa a la financiación irregular de partidos como CDC y el Partido Popular. Las “mordidas” han estado a la orden del día en la obra pública, mientras que en lugares como Cataluña, Marbella, Valencia, Andalucía y Madrid han saltado los escándalos. A nadie le puede extrañar, pues, que el llamado pueblo esté cabreado.
Los años de la llamada crisis han sido un duro mazazo para todos, con una burbuja inmobiliaria que ha destrozado los sueños del nuevo español, que se creía rico, mientras se llevaba por delante a la clase media. Mientras la fuga de capitales se cifraba en 250 000 millones, asistíamos a desahucios, profesionales yendo a comedores sociales, mientras los escándalos salpicaban a las Cajas de Ahorros. Y todo ello nos ha conducido al crecimiento de la desigualdad.
Para Ónega, Cataluña es “la herida abierta”. No obstante, ha habido “veinticinco años de cordialidad y entendimiento”. Y lo curioso es que Jordi Pujol sería declarado “español del año 1984”, y que fue el primer constructor de estructuras de Estado. Ante las ofertas del independentismo, contraofertas del Estado con el cumplimiento de la Ley. Tenemos frente a frente la legalidad catalana frente a la Constitución española. Según resumía Francec Granell en La Vanguardia, el 15 de octubre de 2016, “Cataluña intentó lograr la independencia cuatro veces a lo largo de su historia. O, para ser más exactos, en los últimos cuatrocientos años. Y en todas fracasó, por distintas razones”.
Para terminar, resulta curioso observar a través del libro los cambios habidos en nuestra sociedad a lo largo de estos años, que han sido muchos. La España rural pasó en algunos aspectos de la Edad Media al internet, mientras que el macho ibérico pasaba a ser un metrosexual, que ya me explicarán ustedes cómo se come eso. Hemos dicho adiós a la sacrosanta peseta para meternos en el euro, mientras conocíamos un nuevo tipo de compra llamado low cost. Crecen los hogares unipersonales, mientas que la gente sale del armario cuando quiere y como quiere, y dicen los entendidos que en los asuntos del sexo la cosa resulta más variada, si bien en este punto permítanme que cada cual tenga su vara de medir…
Hay tres frases en el libro que no me resisto a dejar de reflejar, porque de alguna manera forman parte de la historia, de la epidermis de este país, mientras no se diga lo contrario. Las tres son políticas, si bien una se enmarca en el antiguo chascarrillo periodístico.
La primera la pronunció el en su día presidente Adolfo Suárez, el cual dijo que había que “Hacer normal en la Ley lo que a nivel de calle es simplemente normal”. La segunda pertenece al que fuera vicepresidente del primer gobierno socialista, Alfonso Guerra, que siendo fiel a la campaña electoral, y una vez en el gobierno, sentenció: “A este país no lo va a conocer ni la madre que lo parió”, y en parte fue verdad. La tercera y última pertenece a los tiempos de la Ley de Prensa del franquismo, ya que ante la desaparición de la censura comenzó a circular por los mentideros de la Villa y Corte el chascarrillo: “Bendita la libertad de Fraga, que nos deja ver la braga”.