En los últimos tiempos, hemos visto en los medios de comunicación -impresos y digitales- un sinfín de comentarios vertidos por politólogos, catedráticos y periodistas sobre la «anexión de Palestina».
Si bien es cierto que los titulares sensacionalistas o catastrofistas facilitan la venta de periódicos, revistas o reportajes televisivos, es preciso recordar que la regla de oro del periodismo es… la exactitud.
Alejados de los enfervorizados ambientes de las asambleas políticas, de las manifestaciones de apoyo a uno u otro bando, de las condenas, justificadas o no, por motivaciones meramente ideológicas, deberíamos tratar de poner, serenamente, los puntos sobre las «íes».
En ningún momento se habló de la «anexión de Palestina». Los políticos y, ante todo, los políticos conservadores –Benjamín Netanyahu y Donald Trump– coquetearon en su momento con la hipótesis de la anexión por parte de Israel de un tercio de las tierras de Cisjordania, convirtiendo los asentamientos ilegales edificados en las últimas décadas en la zona en territorio bajo soberanía israelí. Una opción ésta descartada desde los años sesenta del pasado siglo por las sucesivas Administraciones norteamericanas.
Sin embargo, la situación dio un vuelco radical a finales de 2019, cuando el secretario de estado Mike Pompeo anunció que Estados Unidos no consideraría ya los asentamientos de la Cisjordania ocupada como «incompatibles con las normas del derecho internacional» y Netanyahu se apresuró a anunciar la anexión de las colonias judías a Eretz Israel (Tierra de Israel).
Sumido en plana campaña electoral, el político hebreo no dudó en adelantar la fecha fatídica: el proceso de anexión daría comienzo el primero de julio de 2020. Pero a comienzos del verano, el líder del Likud recibió un escueto mensaje de la Casa Blanca: «Espera». Y el excapitán Netanyahu espero…
Donald Trump, también sumido en una campaña electoral, le presentó un apetecible trato que consistía en renunciar a la mediática operación Cisjordania a cambio de un acuerdo de «normalización» de relaciones con uno de los principales países productores de petróleo del Golfo Pérsico: los Emiratos Árabes Unidos. Un país con el que Israel mantenía, de hecho, inmejorables lazos «ocultos», muy parecidos a los contactos semioficiales existentes en la década de los años setenta del pasado siglo con el Irán del Sha Pahlavi, donde Tel Aviv contaba con una sofisticada representación diplomática, comercial y militar.
Al igual que en la época del Sha, el «trato» propuesto por el actual inquilino de la Casa Blanca contiene algunas cláusulas «tabú». Aunque se haga hincapié en el abandono del plan de anexión de los asentamientos de Cisjordania, la palabra «renuncia» (por parte de Israel) no aparece en el borrador de acuerdo de normalización aceptado por ambas partes.
Tampoco se alude en las conversaciones oficiales a la compra de aviones fantasma F35 por parte de los Emiratos. Sabido es que Israel se niega a que otros países de la región cuenten con este tipo de aparatos. Sin embargo, los F35 están aparcados en las pistas de la base aérea estadounidense de Doha. Hace ya algún tiempo que los EAU presentaron una solicitud formal de compra. Aparentemente, el visto bueno de Washington está a punto de llegar.
Donald Trump, el candidato Trump, insiste en la necesidad de anunciar la inminente apertura de representaciones diplomáticas en Doha y Tel Aviv. Considera, como buen hombre de negocios, que la presencia física de una compañía realza el status del acuerdo. Por ahora, los técnicos hebreos y emiratíes tratan de sentar las bases de la cooperación en materia de salud, turismo, finanzas e inversiones. Es una visión mucho más pragmática de las futuras relaciones bilaterales.
Subsisten las incógnitas: ¿qué pasaría si Netanyahu se desdice de la promesa de renunciar a la anexión? No sería la primera vez. De hecho, el Primer Ministro israelí manifestó su intención de seguir adelante con el proyecto. Tal vez no de inmediato, pero… En este caso, los emiratíes tendrán que escoger entre la suspensión de los acuerdos y… la vista gorda.
Y también ¿qué pasaría si Tel Aviv opta por llevar a la práctica el plan sobre la creación de dos Estados –hebreo y palestino- elaborado por la Administración Trump? Dicho plan convertiría los territorios palestinos en un parque temático o, mejor dicho, en una cantera de mano de obra barata para Israel y su gran aliado y protector, Estados Unidos. Una opción ésta que no conviene descuidar.
No publican los comentarios críticos…
Ah, ya sé: Cataluña es un país independiente, Andalucía es árabe, el gobierno de Israel y su parlamento, están en Jersualén… pero por magia ideológica «funcionan» en Tel Aviv. ¿Periodismo?
Luciano, en Cataluña gobierna democráticamente el presidente Torra, y en Andalucía el presidente Moreno Bonilla, e Israel es un país que ocupa en contra del derecho internacional territorios palestinos, y no publicamos comentarios que desvirtuan esa realidad.