Ahmad Mohamed Abushawish era estudiante de Secundaria en octubre de 2023 cuando comenzó el asalto israelí a la franja de Gaza.
Ha participado en diversos programas de formación (por ejemplo, el de microbecas de English Access y Amideast) y ha trabajado como voluntario en programas para niños (Cooperazione Internazionale Sud Sud, Vento di Tera). Le apasiona entre otras cuestiones, el ajedrez y la escritura creativa. Espera obtener una beca universitaria para estudiar en una universidad en el extranjero, en Estados Unidos o Reino Unido.
Es un escritor emergente y periodista que cuenta las historias que suceden en Gaza. Ha escrito esta historia acontecida en la Franja y relacionada con el ajedrez. Este testimonio publicado este 24 de septiembre se titula ‘Ajedrez’.

″La calle no estaba llena sólo de niños y jóvenes.
Todos los días, Abu Ahmad Diab, Abu Nahed Halil y su primo Abu Hadi Halil –hombres desplazados mayores de 50 años y trasladados en un mismo edificio cercano– se reunían en la calle.
Durante las horas frescas del día, al final de la tarde, normalmente colocaban sillas de plástico y se reunían alrededor de un tablero de ajedrez.
A pesar de la diferencia de edad, unirme a ellos era mi parte favorita del día. Solíamos jugar al ajedrez hasta la llamada a la oración o, a veces, hasta que las voces de los niños se desvanecían en la noche.
Un día de octubre de 2024, me apresuraba a llegar a mi centro de tutoría como estudiante de Secundaria cuando pasé cerca de Abu Ahmad y Abu Hadi, que estaban en su lugar habitual, jugando al ajedrez.
-¡Ven! ¡A ver si has aprendido algo nuevo hoy! -me gritó Abu Hadi.
Como Abu Hadi aún estaba aprendiendo ajedrez y perdía constantemente, Abu Ahmad se burló de él: «¿Justo después de un ingenioso jaque mate? ¡Quizás primero deberías aprender tú mismo!».
Ellos estallaron en risas y yo me uní riendo mientras continuaba mi camino hacia el centro de tutoría.
El 10 de noviembre de 2024, alrededor de la 1:35 de la tarde salí de mi casa.
A pocos metros de distancia, Abu Hadi, Abu Nahed y Abu Ahmad estaban reunidos alrededor del tablero de ajedrez.
“¡Ven a ver cómo finalmente voy a vencer a Abu Ahmad!”, me llamó Abu Hadi con una voz llena de confianza y alegría.
Sonreí y sentí genuina curiosidad porque nunca antes había ganado una sola partida.
Pero algo me hizo dudar: una especie de providencia.
Por primera vez no me uní a ellos y volví adentro.
Me senté y estuve mirando mi teléfono durante unos minutos.
Mi curiosidad me impulsaba aún más a ver si Abu Hadi realmente lograría derrotar a Abu Ahmad.
Me levanté a la 1:45 y abrí la puerta principal.
Me dirigí hacia la puerta del jardín para abrirla y salir a la calle.
Pero sentí como si todo se derrumbara: una explosión atravesó la calle y me arrojó hacia atrás.
Una tormenta de fragmentos y polvo me envolvió, y mis tímpanos sintieron como si hubieran sido perforados por el sonido penetrante.
Trozos de carne se pegaron a mi cara y a mi camisa.
La sangre salpicó nuestra puerta principal.
Me quedé congelado.
Mis brazos temblaban y mis piernas estaban entumecidas.
No pude moverme por un momento.
El mundo quedó en silencio, excepto por el zumbido en mis oídos y la pesadez que me aplastaba el pecho.
Con pasos vacilantes, intenté abrir la puerta del jardín, pero no se movió porque había sido retorcida y destrozada por la explosión.
Corrí de nuevo al interior de la casa, me dirigí a la puerta que daba a la calle principal, luego salí y me dirigí hacia la calle secundaria donde solíamos reunirnos todos los días.
La escena era inenarrable, horrorosa más allá de lo que las palabras podrían describir.
Cuatro o cinco cuerpos yacían inmóviles en el suelo, justo frente a nuestra casa.
No pude avanzar. Mis rodillas se bloquearon. Mi voz se quebró.
“Y Allah…Y Allah”, fue todo lo que pude gritar.
Había polvo por todas partes.
Di unos pasos más y fue entonces cuando vi a una niñita tirada en el suelo con parte del cerebro expuesto en la cabeza.
Me incliné y revisé su pecho, sintiendo sus latidos con manos temblorosas.
Ella aún respiraba y su pulso era débil.
Algunas personas gritaban a mi alrededor: “¡Déjenla! ¡Cubran el cuerpo!” (….)
Regresé al lugar del incidente.
El polvo se había asentado y vi la imagen completa de la calle: se transformó en algo que todavía no puedo nombrar.
Cuerpos decapitados y desgarrados estaban esparcidos por todas partes.
No pude reconocer ni una sola cara. Ni una sola.
Entonces vi un cuerpo, con una camiseta azul marino que conocía muy bien. (…)
Fue asesinado junto con Abu Hadi y Abu Ahmad.
Abu Nahed resultó gravemente herido y falleció a causa de sus heridas al día siguiente. (…)
El olor a muerte en Gaza se volvió familiar, casi rutinario.
La calle que una vez estaba llena de vida ahora se convirtió en una calle fantasma.
Ese ataque aéreo no me mató pero destruyó algo en mi interior.
Eliminó todas las vibraciones que llenaban el lugar.
A partir de ese momento comencé a evitar caminar por esa calle, no por miedo, sino porque no quería revivir esa terrible escena nuevamente.
Es una herida mental que llevaré por el resto de mi vida.
Unos momentos me separaron de la muerte, pero tal vez Dios me eligió para vivir y contar la historia de mis amigos y vecinos.”




He viralizado tu artículo en un chat hispano – latinoamericano. Ese testimonio real ha levantado ampollas, sobre todo al otro lado del charco.
Gracias, Jesús. Un abrazo.