La vida acecha con tus toques maestros, para bien y para mal. Es posible incluso que cuando las cosas no vayan como anhelamos sea para un postrero éxito o mejora. Así hemos de observarlo. El destino tiene sus caprichos, pero, finalmente, da a cada uno lo suyo, o lo intenta, si lo dejamos.
Por eso es tan importante la óptica que compartimos con quienes, ligeros o no de equipaje, viajan a nuestro lado. Es decisivo para nuestro equilibrio que sepamos elegir, y, si nos equivocamos, debemos dejar atrás lo contaminado. El peso inútil acaba pasando factura.
No podemos comprender a todo el mundo, pero sí podemos desarrollarnos en el respeto que nos regala carisma y nos permite entrar por las puertas más brillantes, con las que conseguiremos contento y aire fresco para respirar.
Las claves de la existencia son sencillas, y se basan, entre otros conceptos, en el buen hacer, en la confianza, en la solidaridad y en la empatía con los entornos. Sacar provecho lícito a lo que nos envuelve cada día es más coherente que romper los espacios para buscar transformaciones que conducen a una eterna melancolía.
Laborar por el progreso
Tenemos lo que tenemos, y, como mucho, nuestra obligación es, ha de ser, laborar por el progreso. Luego, el destino brindará sus comportamientos, entendibles o no.
Sigamos, por ende, con la mirada puesta en el porvenir, sí, pero con los pies en el presente. Es lo que podemos disfrutar. Tampoco el pasado nos debe romper o alterar en exceso. Nos vale como experiencia, eso sí, si interpretamos que las circunstancias se presentan diferentes frente a supuestos similares.
En fin, que el recorrido está para saborearlo y hacer amigos, para aprender y compartir. Luego, antes o después, nos marcharemos, y quedará solo algo de lo que fuimos, no de lo que supuestamente poseímos.