Andrés Pérez Araya: 14 años sin el gran maestro

Francisco Javier Alvear

Andrés Pérez Araya (nacido en la ciudad de Punta Arenas el 11 de mayo de 1951 y fallecido en Santiago de Chile el 3 de enero de 2002), fue indiscutiblemente un genial actor, director y dramaturgo chileno. Todo un creador y un maestro imprescindible, considerado el mayor renovador de la escena teatral chilena con el gran éxito escénico de La Negra Ester: el más grande acontecimiento teatral de la segunda mitad del siglo XX y de todos los tiempos, junto a La Pérgola de las Flores de la gran Isidora Aguirre (1962), para ser justos.

Será a partir de tal éxito que el teatro chileno contemporáneo se puede, hoy por hoy, dividir sin ningún tipo de ambages, en un antes y un después de La Negra Ester o, más precisamente, diríamos, para ser más exactos y no tan mezquinos, en antes y después de Don Andrés Pérez Araya.

Este año se cumplen, en efecto, 14 años de su pronta y lamentable desaparición, los mismos 14 años que cumplía al morir, aquel fatídico 3 de enero de 2002, el estreno de su gran éxito teatral: La Negra Ester (1988). ¡No nos cansaremos de nombrarla!

Formado en la Universidad de Chile (en la carrera de Danza entre 1970 y 1973; y en la carrera de Actuación Teatral, entre 1975 y 1978) en los tiempos más difíciles de la historia de este plantel… Con posterioridad desarrollará una ingente actividad de creación e investigación, fundamentalmente, mediante la subversión (teatral) del espacio público de la capital chilena.

Fue justamente en uno de sus tantos espectáculos callejeros en que fue “re-descubierto” por la entonces agregada cultural de Francia en Chile, quien le consiguió una beca para realizar estudios en la nación gala(1982). Una vez allí se incorporará, nada más y nada menos, que a la prestigiosa compañía Théâtre du Soleil, creada en 1964 y dirigida por Arianne Mnouchkine, en la antigua Cartoucherie, en los bosques de Vincennes del extrarradio de París.

En la capital francesa estuvo hasta 1988, fecha en la cual regresó definitivamente a Chile para fundar el Gran Circo Teatro. Fue un 11 de octubre en Santiago. Con esta compañía producirá, al margen del comentado gran éxito teatral de todos los tiempos (La Negra Ester), los recordados y señeros montajes de Allende: Época 70 (1990) y el Popul Vuh (1992), entre tantos otros.

Empero, su fuerte vocación por resignificar y subvertir -además- con su teatralidad los espacios públicos, lo llevó a realizar los más grandes y, al mismo tiempo, fallidos (re)descubrimientos en este sentido (ganando para el teatro infraestructura ociosa y abandonada), como es el caso del viejo Teatro Esmeralda de Avenida Matta. Acá con el diseñador Dani Palma y junto al estrenos de sus «Shakespeare», dio vida a las populares Fiestas Spandex en 1991. Poco más tarde debió abandonar este espacio apremiado -una vez más- por las deudas ante la falta de apoyo y financiación pública.

No obstante, fue al poco tiempo que descubrió -nuevamente- la existencia de unos antiguos galpones en Santiago Poniente; se trataba, en concreto, de un viejo galpón con una data de 1907 aproximadamente, en donde entre sus multiples usos destacaba que allí funcionó la dirección de Abastecimiento del Estado (DAE): compuesto de 6.790 metros cuadrados ruinosos en donde pretendía que su compañía (El Circo Teatro) gestionara un espacio de creación y experimentación colectiva para las compañías y creadores nacionales emergentes.

Pero al poco de empezar de su funcionamiento y, luego de todo el éxitoso trabajo y el tiempo invertido por Pérez en la habilitación de este espacio, los prometidos aportes y comodatos públicos se transformaron, finalmente, mediante el diabólico y veleidoso expediente del muñequeo político, en el Centro Cultural Matucana 100; que terminó siendo gestionada -previo al aparatoso e indigno desalojo y expulsión del maestro y su excelsa troupé teatral- por la inepta y cuoteada burocracia político-estatal.

Con este destemplado gesto quedaba de manifiesto claramente – y con pavor-, una vez más, la cuasi patológica desconfianza a la autogestión ciudadana y de los creadores que siempre ha exhibido este decrépito conglomerado político; hoy -nuevamente- en el gobierno de la nación y devenido en Nueva Mayoría (que, como se ha dicho, no es ni nueva ni mayoritaria, a juzgar por sus componentes y los altísimos niveles de abstención -con que fue electa- y de desaprobación/repulsa ciudadana).

La Concertación (de Partidos Por la Democracia) “coronaba” así –en los 2000- de manera implacable su simbólica (doble)traición: al pueblo chileno y su cultura, con una artera puñalada por la espalda a uno de sus hijos pródigos. ¡De antología!

Un acto tan vil como incomprensible. Pues, no se acaba de comprender como es que ocurrió siendo que Pérez, que era un hombre de su tiempo y de sensibilidad progresista, se cuadró siempre (como muchos de nosotros) con ellos y, más encima, tuvo una muy cercana amistad con el nunca bien ponderado Enrique Correa, el gran lobista político de Chile. Y, respecto del cual, luego de un bullado performance de desalojo, en donde aparecía Pérez estremecedoramente “colgado” clamando contra la injusticia y la traición de aquel funesto episodio -cabe destacar- éste mantuvo siempre, en todas las innumerables entrevistas de que fue objeto, un sobrio y decente silencio. Una actitud de templanza y serenidad, que viene a poner de manifiesto otras de sus bondades y virtudes personales: su enorme sabiduría y gran calidad humana.

Por su parte, el (oprobioso) argumento que el discurso oficial le otorgó a esta verdadera afrenta al alma nacional, vino de la mano de un infamante pretexto -nada más y nada menos- que por boca de la sra. Luisa Durán de Lagos, entonces Primera Dama de la nación, quien señaló al respecto “que los artistas eran malos gestores” y que “Andrés era muy soñador”… Lo que viene después es por todos conocido y forma parte de la (hiper)conocida historia reciente de ese lejano país al sur del mundo; y que, francamente, es para colmarse de vergüenza e indignidad ajena…

Así hablaba el gran teatrista chileno con toda la ilusión del mundo de ese entonces (su) nuevo re-descubrimiento espacio-teatral:

“Había visto La Perrera, pero se la pasaron a concesión por 15 años a un grupo de arquitectos y, a su vez, se la pasaron a unos artistas. Había un sitio vacío en Recoleta, pero hay un problema de propietarios y le conté todo eso al Seremi de Bienes Nacionales; otra búsqueda ha sido qué pasa con las escuelas y los hospitales que se dan de baja, porque detrás la búsqueda de espacio deben haber casas de cultura. Creemos que esto puede ser una célula de cómo se pueden emplear los sitios patrimoniales”.

Luego de este incidente son muchos los que sostienen que Pérez, lisa y llanamente, cayó en profunda depresión que llevó sus debilitadas defensas al mínimo; tanto como para el VIH –de cual había sido diagnosticado hacía unos meses- terminará por ensañarse con su entristecido y debilitado cuerpo… Fue un caluroso día 3 de enero de 2002. Para colmo de males este hecho vino acicateado por la tristemente célebre “cama 8” del Hospital San José al norte de Santiago, un lecho que insólita e inexplicablemente tenía mal conectado el oxígeno y terminó cargándose a la mayoría de los pacientes que pasaron por él.

Unos años más tarde un sector de la corrupta, claudicante y traidora clase política chilena, en la sede del Senado de la nación, declaraba, con el todo el cinismo y la desfachatez del mundo, el 11 de mayo como el “Día Nacional del Teatro”, en honor a su destacada y magnífica carrera. Un homenaje, que sin lugar a dudas mereció –y con creces- en vida (en lugar de la impresentable traición de la que fue objeto) pero que solo vino a coronar -una vez más- “el pago de Chile”, esta vez en la persona del gran maestro: Don Andrés Pérez Araya.

Sus Obras

En Chile despuntó inicialmente, al par que como actor protagonizando la obra ¡Lautaro! Epopeya del Pueblo Mapuche (1982) de Isidora Aguirre y dirigida por Abel Carrizo-Muñoz, también como dramaturgo. Un ejemplo de ello es la obra Bienaventuranzas (1983); a posteriori y, luego de una serie de exitosos montajes callejeros, marchó a París (1982) en donde uno de sus más grandes éxitos fue protagonizar Gandhi en L’Indiade (1987) del Théâtre du Soleil bajo la dirección de Arianne Mnouchkine, con la cual también tomó partido en las Enrique IV, Ricardo II, La historia terrible, pero inacabada historia de Norodom Sihanorik, rey de Camboya, entre otras.

De regreso a Chile desarrollo una frenética y prolífera labor creativa, de la cual dan cuenta los siguientes montajes:La Negra Ester (1988), Época 70: Allende, creación colectiva (1990); Popol Vuh (1992); Ricardo II y Noche de reyes; El desquite (1995), basada en la obra de Roberto Parra; El señor Bruschino (1996), ópera; La consagración de la pobreza (1996), basada en la obra de Alfonso Alcalde; Escala de seda (1997), ópera; El contrato de matrimonio (1998), ópera; Madame de Sade (1998); Tomás (1998); Nemesio Pelao ¿qué es lo que te ha pasao? (1999), basada en la obra de Cristián Soto; Voces en el Barro (2000); Visitando a El Principito (2000); La orestíada (2000) y La huida (2001), su última obra y en que se encontraba actuando y dirigiendo cuando le encontró la muerte; la que junto al fuerte ingrediente testimonial desarrolla una profunda reflexión sobre la homosexualidad y la represión.

Las últimas entrevistas del maestro Andrés Pérez posibles de visionar en Youtube:

Artículo publicado en Revista Puro Teatro.

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