En los años 60 Antonio Ferres fue, junto a Armando López Salinas, mi mejor amigo. Nunca olvidaría las reuniones que manteníamos en su casa de la calle Velarde, a veces hasta altas horas de la noche, hablando de literatura, política y la vida cotidiana.
Los tres militábamos entonces en el partido comunista. Poco antes del 68, Ferres, cansado del partido y de su cada vez más estancada vida, marchó a París. Luego se fue a dar clases a universidades de Estados Unidos.
Muerto Franco regresó con su pareja americana de entonces, Doris, a España. Nos volvimos a ver con frecuencia, y en mi etapa como director literario de la editorial ZYX, publiqué en ella su precioso libro de relatos El colibrí con su larga cola.
Ferres es, además de un gran escritor, uno de los personajes más sinceros y entrañables que se han desarrollado en el siglo XX español. En los años del actual siglo ha creado, además de novelas y relatos que con gran sentido literario publica la editorial Gadir, una fuente para mí desconocida y que realza su gran y variada literatura: la poesía..
Por eso deseo rendir homenaje al gran amigo, escritor y humanista que es Antonio Ferres, con dos poemas últimos que me ha enviado:
Los campos de verano
(En recuerdo de Javier Alfaya)
Hay tristeza en la muerte
del pájaro
porque el pájaro sabe el ansia
del vuelo
sabe volar alto sobre la tierra.
Tiene aún colores el pájaro caído
-las plumas y las alas-
mientras caminamos bajo las nubes
y los árboles.
Hay tristeza cuando el pájaro muere
mientras estalla la vida en los campos
del verano.
La rana que croa en el estanque
Solamente el idiota
– a lo mejor ministro
o presidente-
se cree más importante
que la hormiga
Más importante que la flor
o que el velero que cruza
radiante la distancia
Se cree más importante
que el grano de trigo
a punto de morir
sin la tierra y las lluvias
templadas
de la primavera.
Solamente el idiota
se cree más hermoso
que la rana verde
que croa en el estanque
de la tarde
Antonio Ferres.