Antonio Lázaro Cebrián (Cuenca, 1956), filólogo, escritor, gestor cultural y amigo (que quede todo claro), sigue en su vena y su empeño de escribir buenas novelas para un público muy amplio, y no para una galería de letraheridos.
Él ha empleado en diversas ocasiones otros registros: libros de relatos como Los ruidos del jardín (que tuve el placer de editarle en Biblioteca Añil, en 1999; con un prólogo de Luis Alberto de Cuenca); poesía, o trabajos eruditos rigurosos, sobre todo los dedicados a su paisano, el poeta barroco conquense Antonio Enríquez Gómez.
Pero desde el éxito, hace ya diez años, de El club Lovecraft (2007), ha optado por la vía digamos -para entendernos- convencional. Se trata, como él mismo dice en una reciente entrevista, de
ofrecer “un marco narrativo de cierto suspense con acción trepidante y un enigma por resolver”. Esa es la estructura de sus novelas anteriores, y también de esta, Los años dorados, que vuelve a publicar con Suma de Letras, del potente grupo editorial Random House Mondadori.
La novela supone un salto de cuarenta años atrás para sus protagonistas. Mateo Quesada (ahora ejecutivo de una importante editorial) se ve arrastrado a rememorar y revivir el pasado de su grupo de amigos en torno a los primeros años de la Transición (1976-77); este grupo, más literario que político, editaba a ciclostil una revista de creación -La Trama- y organizaba ruidosas algaradas callejeras, más en un estilo rupturista o situacionista que de confrontación política con el nuevo régimen que empezaba a echar a andar por esa época.
Las idas y venidas del pasado al presente (“el pasado siempre vuelve” repite uno de los actores en algún momento del texto) se complican con una ágil trama en la que se van involucrando todos aquellos antiguos amigos, más nuevos elementos sacados del submundo de la droga y la mafia. Pero la acción, con ser importante, lo es menos que el dibujo de los personajes, sobre todo los dos centrales, Mateo y Charo, la musa del grupo, y algunos secundarios muy logrados, pienso por ejemplo en el viejo escritor Celso Emilio, que hace de eficaz contrapunto al sofisticado mundo editorial en el que se mueve el protagonista.
El eje esencial es la reflexión de Mateo sobre su presente (un trabajo y una rutina de la que empieza a cansarse) y para eso la vuelta al pasado es el revulsivo que lo remueve todo y lo impulsa a encontrarse con sus auténticos anhelos y querencias.
La intriga de los años universitarios es interesante y tiene credibilidad, entre otras razones porque intuyo que Antonio ha puesto algo de cosas realmente vividas y directamente conocidas, lo que le da viveza y verosimilitud. Lo que no quiere decir que la novela sea autobiográfica; yo no diría tanto.
“De repente, lo que en verdad sentíamos era el peso del pasado, la angustia acerca de cómo procesar aquel Guadiana de aventuras y desventuras salpicadas con paréntesis de casi total distanciamiento que nos había abocado hasta aquel extraño triángulo en una casa del noroeste de Madrid”.
La frase, en boca del protagonista, viene a cuento para dar la doble dimensión de la novela; que no es sólo un retrato personal sino más bien de grupo o generacional, lo que en cualquier caso le da mucha más riqueza y matices.
La novela cuenta con un ritmo muy ágil y difícilmente se deja hasta acabarla. Tiene una clara vocación cinematográfica, yo creo que como las anteriores del autor: al menos El club Lovecraft y Memorias de un hombre de palo (de 2009).
Que la disfruten, como yo.
- Antonio Lázaro Cebrián
Los años dorados
Ed. Suma de Letras (grupo Random House Mondadori)
Barcelona, 2017; 344 pags.