Como si de un sarpullido primaveral se tratara, en los últimos días han empezado a aparecer en nuestro país un nuevo tipo de políticos que, renunciando a lo que hasta ahora eran sus señas de identidad: “los de abajo contra los de arriba”, “somos anticasta”, “de extrema izquierda”, “transversales”, “anticapitalistas”, han empezado a arroparse con una nueva denominación, no sabemos muy bien si por sincera convicción ideológica o más bien porque, con tal de medrar y conseguir poder, aplican la máxima de que “el fin justifica los medios”. Se trata de los “nuevos socialdemócratas”, que para diferenciarse de los socialistas de siempre, tildan a éstos últimos, peyorativamente, como “vieja socialdemocracia”.
Como del asunto creo saber un poco al haber vivido durante mis años de juventud en el seno de esa “vieja socialdemocracia”, con la que me sigo identificando en muchos aspectos, me van a permitir estos “socialdemócratas” de nuevo cuño unos apuntes a vuelapluma acerca de la socialdemocracia, algo que creo sinceramente que les interesa, y nos interesa por ende a los españoles, ya que dentro de unos días es posible que alguno de ellos sea presidente del Gobierno de España o ministro de Economía y Finanzas con los que nos tengamos que jugar los cuartos; es decir, nuestro presente y futuro. Y esas cosas, a mi modo de entender, son palabras mayores.
He de decir que comencé a conocer a la socialdemocracia allá por el año 1965 del pasado siglo cuando, contando con 19 años, marché a Alemania a trabajar junto a cientos de miles de españoles de mi generación porque aquí la vida no daba para más. Gobernaba entonces aquel país un gran canciller llamado Konrad Adenauer, del Partido Demócrata Cristiano, al que sucedería un nuevo canciller, Willy Brandt, del Partido Socialdemócrata, con cuya ideología me identifiqué por lo que significaba para la clase trabajadora de la que, aunque extranjero, formaba parte.
Para los no iniciados, permítanme el apunte de que la socialdemocracia, a grandes rasgos, viene a ser un a modo de ideología política que procura un Estado de bienestar universal y la negociación colectiva entre empresarios y trabajadores dentro del marco de una economía de mercado o capitalista. El término viene de antiguo, puesto que arranca en Francia en la revolución de 1848 en el entorno de los seguidores del socialista Louis Blanc.
Pero al volver a España, después de los años trabajados en el país germano, resulta que me encuentro con que el término socialdemócrata estaba aquí menospreciado, vapuleado, tachado casi de indecente dentro de una progresía política que se presentaba como la salvadora de un país cuyo Régimen terminaría en años venideros, como así sucedió. Porque es que aquí para ser alguien en el campo de la progresía política tenías que militar como mínimo en el Partido Comunista de España, la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), o la Joven Guardia Roja de Pina López Gay. Eso, y tener la hoz y el martillo muy cerca de la pechera o el Libro Rojo de Mao debajo del sobaco, disimulado, eso sí, con la revista Cuadernos para el Diálogo.
Recuerdo que, con cierta reserva, mostraba entre la gente con la que me solía relacionar una pegatina en alemán que decía: “Auch Spaniens Nelken brauchen Wasser” (“También los claveles españoles necesitan agua”). Era una forma de decir de forma soterrada, como se decía todo entonces por razones obvias, que los socialistas alemanes ayudarían a los socialistas españoles tras la recuperación de la democracia, así como la comunista Unión Soviética ayudaría al PCE español o la Fundación Konrad Adenanuer ayudaría a la derecha de nuestro país…
Andando el tiempo, allá por el año 1973 un tal Isidoro, nombre de guerra de Felipe González, se haría en la ciudad francesa de Toulouse con las riendas del Partido Socialista Obrero Español, cuya dirección, con Rodolfo Llopis a la cabeza, había permanecido en dicha ciudad tras la Guerra Civil española. Dicho dirigente, junto al conocido como “clan de la tortilla y otros socialistas del interior impulsarían un PSOE que hasta finales de los años setenta tendría la denominación de marxista, la cual abandonaría para pasar a ser de corte socialista. Es así como Willy Brandt en Alemania; Olof Palme en Suecia; Bruno Kreisky en Austria; François Mitterrand en Francia y Felipe González en España, entre otros, forjaron una socialdemocracia europea que tanto ha significado para el viejo continente en cuanto a las leyes sociales y progresistas se refiere, sabiendo hacer frente durante los llamados años de la “guerra fría” a los dos grandes bloques que se repartían la hegemonía del mundo: la comunista Unión Soviética y la capitalista Estados Unidos.
Frente a aquella “vieja socialdemocracia” que algunos tildan en tono peyorativo, resulta que ahora surgen los nuevos “socialdemócratas” que, o bien porque como Saulo de Tarso se han caído del caballo al ser iluminados por la luz divina, en este caso orientada hacia las urnas, o bien han llegado a esta ideología a través de catálogos diseñados ex profeso que lo mismo te ponen al día tanto del traje que has de llevar como de la ideología a practicar en cada momento pensando en tu provecho.
También cabe la posibilidad, dentro de las posibilidades, de que se hayan hecho “socialdemócratas” porque lo sienten de verdad, como han sentido tantas otras cosas en tan poco tiempo. Sea como fuere, creo que resultará difícil que, por mucho que azucen, algunos “viejos socialdemócratas” vayan a cambiar de sentimientos a estas alturas de la vida, porque no los concibieron y fundieron en sus entrañas a través de un catálogo, una moda o un intento de apuntarse un tanto. Se labraron con los años dentro de su razón de existir, su forma de pensar, años en los que incluso era un delito serlo. Y lo fueron.