Con 35 años de labor social, el comedor Madres del Arroyo ha sido testigo de las reiteradas crisis de la economía argentina. Desde su espacio en una casa de dos amplias habitaciones en Villa Domínico –un suburbio ubicado en el sur de Buenos Aires- ha dado en este tiempo sostén a cientos de familias, pero nunca enfrentó una situación como la de hoy, informa Daniel Gutman (IPS) desde Buenos Aires.
«La pandemia fue un tiempo muy difícil porque venía gente que nunca había pisado un comedor. Pero ahora es todavía peor, porque también aparece gente nueva, el Estado cortó las entregas de mercadería y ya casi no recibimos donaciones ni de personas ni de empresas; a casi a nadie le sobra nada», cuenta a IPS María Luisa Rodríguez.
Ella es la fundadora y la responsable del comedor desde su creación, en 1989. Hoy ya es abuela y distintas generaciones del barrio, que siempre acudieron a ella en busca de ayuda y contención emocional, la consideran una madre.
El deterioro social de Argentina viene desde hace al menos doce años, pero en 2024 entró en una etapa más profunda debido a las políticas de choque aplicadas por Javier Milei, el economista de ultraderecha que supo captar el enojo de la sociedad con todos los políticos que tuvieron responsabilidades de gobierno en los últimos años y fue elegido presidente en noviembre.
El brutal ajuste del gasto público lanzado por Milei al llegar a la presidencia el 10 de diciembre –con el que se propuso solucionar de un golpe y sin anestesia muchos años de desequilibrios económicos- llegó también a las ayudas alimentarias, en las que el Estado invirtió este año catorce por ciento menos en términos reales que el año anterior, de acuerdo a datos oficiales.
Y también hubo recortes de ayudas sociales de parte de otros actores estatales, debido a que provincias y municipios están golpeados en su recaudación de impuestos por la caída de la actividad económica y con menos fondos federales a disposición.
De hecho, el comedor Madres del Arroyo recibía habitualmente del gobierno de la provincia de Buenos Aires dos mil kilos mensuales de alimentos no perecederos, que desde marzo pasado no volvieron a aparecer, sin que nadie dé una explicación.
Frente a esta realidad, el comedor emprendió su propia solución autogestionada. Con la ayuda de dos organizaciones de la sociedad civil, y la participación de vecinos y voluntarios, inauguró en mayo una huerta en la que ya se están cultivando cebollas, acelgas, espinacas, puerros, lechugas y habas.
La huerta fue instalada en el jardín de 130 metros cuadrados que está al fondo de la casa. Durante la pandemia de covid, este espacio había sido cubierto por malezas y basura, según se ve en las fotos que muestran las voluntarias del comedor, quienes limpiaron el terreno y sacaron seis camiones de desperdicios.
En un trabajo conjunto, las fundaciones Gracias y Tablero de Oportunidades instalaron una tubería para llevar el agua de red desde la entrada hasta el jardín de fondo, diseñaron un sistema de riego por goteo que evita el desperdicio de agua y capacitaron en buen uso, cuidado y mantenimiento de los cultivos a quienes trabajan en el comedor.
De centro comunitario a comedor
El barrio El Arroyo consiste en apenas dos manzanas (cuadras) y media, a pocos metros de la autopista que une Buenos Aires con la ciudad de La Plata. Las casas son modestas. Muchas, se nota, se construyeron por partes, que fueron agregándose como remiendos.
El terreno pertenecía originalmente a una empresa, que descartó construir allí una planta industrial porque se inundaba frecuentemente. Entonces, a partir de 1988 lo ocupó una cooperativa de familias que buscaban hogar, quienes construyeron sus casas y urbanizaron el área pero aún hoy no tienen escrituradas sus viviendas.
Aquí llegó María Luisa con su esposo y sus hijos, construyó su casa y también lo que en primera instancia fue pensado como un centro comunitario para dar contención a las necesidades de los vecinos.
Así, con apoyo estatal y de fundaciones, el lugar ha dado acogida a un centro educativo que recibe todas las semanas a profesores y en el que decenas de adolescentes y de adultos han terminados sus estudios secundarios. Siempre ha sido espacio también para talleres de oficios y encuentros barriales. La propia María Luisa terminó aquí la secundaria el año pasado.
La casa es, además, el lugar en el que asistentes sociales del municipio escuchan y tratan de dar una solución a personas que necesitan medicamentos, prótesis o un turno urgente en un centro de salud.
Pero su lugar como comedor se fue dando de manera espontánea, debido a las necesidades de la gente. «La idea original era concentrarse en la parte educativa. Pero las mismas personas que venían a estudiar o a hacer algún curso me fueron pidiendo comida», relata María Luisa.
Ella tiene una mirada positiva y dice que en todos estos años, de acuerdo a lo que ha vivido en el comedor, la situación social en Argentina ha sido «como el cangrejo: a veces un poco para adelante a veces un poco para atrás».
Sin embargo, reconoce que el deterioro se ha profundizado de manera abrupta.
«Entregamos comida a 170 familias todos los días y preparamos almuerzo los miércoles y viernes. Venían a siempre unas veinticinco familias a comer, pero en las últimas dos semanas tuvimos casi el doble. De golpe esto explotó», resume.
Mariela Giorgi, de la organización Tablero de Oportunidades, que trabaja al lado de las comunidades vulnerables en el sur del Gran Buenos Aires arriesga una explicación: «En este barrio mucha gente ni siquiera tiene un empleo informal; apenas se arregla con alguna changa o trabajito ocasional. Pero ese ingreso ha desaparecido prácticamente porque no hay plata en la calle».
El derrumbe argentino
Los números oficiales empiezan a dar cuenta del derrumbe en este país de 44 millones de habitantes.
En abril 2024, la industria se contrajo 16,6 por ciento y la construcción, 37,2 por ciento, en comparación con el mismo mes de 2023, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). Y en los seis primeros meses de gobierno de Milei se estima que los salarios perdieron veinticinco por ciento de su poder compra, mientras que el consumo interno cayó ocho por ciento.
En ese contexto, el gobierno cortó la entrega de alimentos a comedores populares y lo justificó con denuncias de corrupción contra las organizaciones sociales que administraban gran parte de la asistencia que llegaba a los barrios.
Sin embargo, todo se volvió en contra del gobierno a fines de mayo, cuando debió admitir que guardaba en depósitos miles toneladas de alimentos compradas durante la administración anterior, que ya están cerca de su fecha de vencimiento y no habían sido entregadas.
Con el escándalo desatado y la intervención de un juez, los alimentos comenzaron a ser repartidas en camiones del Ejército.
«En la situación muy difícil que se vive en la Argentina, la iniciativa en el comedor Madres del Arroyo no solo contribuye a la disponibilidad de alimentos, sino que también promueve la colaboración comunitaria, ya que tanto los beneficiarios como los voluntarios participaron en la construcción y mantenimiento de la huerta», dijo a IPS Manuela Lirnaud, responsable de Proyectos Sociales en la Fundación Gracias.
«La idea es que este comedor pueda ser lo más autosustentable posible y no depende de la asistencia del Estado para abrir sus puertas», agregó.