Argentina: La dignidad humana no se negocia

Roberto Cataldi[1]

Los ciudadanos tenemos urgencia de que se gestionen las prioridades con sensatez, con sentido humanitario, pues, no somos números, algoritmos ni estadísticas manipulables.

El cinismo de Stalin le llevó a decir que una muerte es una tragedia, pero un millón es solo una estadística. Y es así como tenemos estadísticas que reflejan la muerte de millones de seres humanos por efecto de las guerras, las enfermedades infectocontagiosas, el hambre, entre otras tragedias que cuestionan la condición humana y que lamentablemente terminan naturalizándose.

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Jubilados y pensionistas reivindican derechos en Buenos Aires

Ante el lema: «el déficit cero no se negocia» del gobierno argentino (pronunciado con disciplina castrense y cierto dibujo de la realidad), la ética responde: «la dignidad humana no se negocia».

Nadie duda que hay que combatir la inflación, que es necesario bajar el déficit fiscal, que resulta imperioso atacar la corrupción, que el Estado debe reducirse al tamaño de lo estrictamente necesario eliminando la hojarasca (aunque los países más avanzados tienen grandes Estados), en fin, procurar ordenar la economía de una vez por todas, pero en la relación costo-beneficio, hay que considerar ambos términos de la ecuación con criterio de justicia social y no con sentido arbitrario, estulticia, o desinterés por el sufrimiento de los otros seres humanos.

Las batallas culturales demandan con rigor una «sólida y amplia cultura», que por cierto no está al alcance de cualquiera, no una cultura del slogan destinada a incautos y fanáticos, reabriendo enfrentamientos ya superados ni creando nuevas grietas.

La gobernanza no da lugar al mesianismo ni la megalomanía. Aquí muchos pasan por ser inteligentes, se mueven como en una monarquía absoluta, y consideran a los ciudadanos como si fueran súbditos. Se insulta a quienes piensan distinto, e invocando «la libertad», una tak forcé de trolls pretende modificar taimadamente la realidad, sin advertir que la saturación de la desinformación conduce al agotamiento.

Y de pronto nos percatamos que los vulnerables como los ya vulnerados son la casta: infancia, vejez, enfermos, discapacitados, clase media, derechos humanos, mujeres, universidades públicas, entre otros sectores sociales muy alejados de los poderes estatales y corporativos.

Como ser, jubilados que en su gran mayoría perciben un haber misérrimo (muchos en la indigencia), mientras los senadores aumentaron su dieta el ochenta por ciento, y no son los únicos que detentan privilegios que se han autoconcedido a espaldas de sus representados…

Unicef informa de que en la Argentina cada noche un millón de niños se van a dormir sin cenar y que el setenta por ciento vive en la pobreza. ¡Cómo no sentir vergüenza ajena!

El deseo de la gente de gozar del pleno bienestar es una ambición reservada en la práctica solo a ciertas minorías para las cuales sí hay plata (el dinero de los contribuyentes), incluyendo todo tipo de prebendas y hasta viajes al exterior no precisamente por motivos oficiales. Y en los hechos se impone la idea de que detentar el poder excluye el tener que rendir cuentas.

En política la traición y el engaño son constantes, y el poder siempre es transitorio. Si no hay «conciencia moral» y mucho menos «conciencia de límite», jamás habrá una salida para quienes deben soportar vidas imposibles.

El ciudadano de a pie, obstinado en vivir con dignidad, sabe que la libertad de hoy es mucho menos libre de lo que parece, y no está dispuesto a callar, menos a obedecer ciegamente. Cuando los hechos adquieren pateticidad las palabras sobran…

Existe un pensamiento reduccionista, una visión sesgada de la realidad y, una cerrazón mental, que resulta irritante para cualquier individuo que privilegie la verdad y también la inteligencia aplicada a la conducta.

Hoy por hoy, la dirigencia que debería ocuparse responsablemente de la res pública y el bien común, tiene la gran oportunidad de recapacitar frente una sociedad agotada pero aún con esperanza.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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