Los vientos que aquí me traen
El quinto concierto del ciclo Andalucía Flamenca del Auditorio Nacional de Madrid ha traído los vientos de la cantaora María López Tristancho, conocida en el mundo del arte como Argentina.
Unos vientos que comenzaron con su historia discográfica. Primero fue Argentina, después fueron llegando Minas de Egipto, Un viaje por el cante y el último por ahora Sinergia de 2014, todos ellos producidos por su guitarrista José Quevedo Bolita, que aquí está acompañándola esta noche en el Auditorio. Es muy joven, pero su voz ya está madura, esa voz tan especial, podría decirse que única, aunque quien sabe a qué profundidades puede llegar en el futuro. Es joven, pero tiene un currículo internacional de infarto, por mencionar algo relevante, tiene dos nominaciones a los Grammy Latinos, ha estado en el Oslo World Music Festival, en el Walt Disney Concert Hall de Los Angeles, en el Festival Flamenco de Lisboa, tiene reciente un viaje por China y está preparando su quinta gira por Argentina. Ha cantado en el Teatro Real de Madrid, en el Colón de Buenos Aires, en el City Center de Nueva York. Esto y mucho más en su largo recorrido desde su infancia, cantando en las Peñas flamencas de su ciudad natal, Huelva.
En este como en tantos otros conciertos viene acompañada por la guitarra de José Quevedo, jerezano por todos los costados y a las palmas ¡y qué palmas! Los Mellis y Torombo, lo mejor del compás actual. Se los rifan los más grandes. Un quinteto para recordar. Dice que no la gusta avanzar el repertorio porque eso limitaría su libertad a la hora de cantar y ella prefiere cantar lo que surja en cada momento, así no hay nunca dos conciertos iguales.
José Quevedo Bolita es un gran guitarrista flamenco. Empezó a estudiar guitarra con catorce años con maestros de Jerez. A los diecinueve se vino a Madrid, fue acompañante de bailaoras y bailaores, entre otras, Manuela Carrasco, La Yerbabuena, Sara Baras, Antonio Canales, El Grilo y cantaores como El Pele, Miguel Poveda, Arcángel, Capullo de Jerez…Es productor musical y compositor para varios cantaores, tiene dos nominaciones a Grammy Latino junto a Miguel Poveda y Argentina.. Mientras tanto va enriqueciendo su carrera como compositor y solista de guitarra con la producción de su disco Fluye. Es el guitarrista del grupo instrumental Ultra High Flamenco. Suena a virtuosismo de maestro de la guitarra flamenca.
El concierto.
Ahora me encuentro en un momento muy especial, voy madurando y afianzándome como cantaora. Una vez que se han alejado esos nervios que me atenazaban ha surgido un horizonte donde todo se clarifica. Cambia el talante y siento con más fuerza el interior de mí misma. Es la hora de saborear lo que hago.
Lo anterior define un momento de su voz y estado de ánimo. La tesitura de contralto de su voz es tan clara y limpia como el agua de un manantial profundo. Tiene una jondura de solemnidad dramática que se percibe en todos sus cantes, incluidos los festeros. Imprime a sus matices, una corporeidad que viene directamente del alma. Dice su guitarrista José Quevedo que el flamenco se vive, no se representa. Que por eso transmite y que transmitir es la esencia única del flamenco. Esto podría completar lo que ella llama talante a su forma de expresión al cantar. Dice ella de sí misma: ‘Mantengo la esencia del principio, mi voz ha evolucionado, no ha cambiado. Ahora tengo más conocimiento, pero mi voz sigue haciéndose, mi proceso de aprendizaje continúa.’
Salen primero los hombres que la acompañan. El guitarrista inicia unos compases. Cuando ella aparece, llena la escena de un aura sin fin. Aplausos.
Y se arranca por fandangos, el cante de su tierra que primero aprendió a cantar; tientos y tangos, Adiós patio de la cárcel… luego serranas por seguiriya, solas ella y la guitarra, cantes de la serranía, cante antiguo del XIX, que ella entona con todo su poderío. Livianas al estilo de María Borrico.
Por soleares el quinteto de cante, guitarra y palmas. Palmas sabias que saben en cada momento lo que quiere la cantaora y saben ajustarse a sus ritmos. Saben cuando tienen que parar, cuando ella se sumerge en matices indescriptibles. Es la única percusión que podía darse en un concierto como éste, pura jondura.
Sin palmas. La guitarra suena a queja, el cante se hace más grave y profundo, como si fuera el del último día. Para relajar tensiones en la sala el cante se torna festivo, por bulerías, que ella pone en otra dimensión, dimensión que crece hasta el infinito cuando canta y vive el famosísimo Romance de la Reina Mercedes, siempre por bulerías. El romance va creciendo en intensidad hasta llegar al desgarrado desenlace final. La sala explota sus sentimientos contenidos en forma de aplausos y bravos.
La segunda parte arranca con un concierto de guitarra con músicas propias de José Quevedo, de su disco de presentación de guitarra solista, Fluye. Aquí Quevedo deleita con su creatividad compositiva y su virtuosismo como solista. Seguro que Fluye ha sido el primero de otros muchos trabajos que contribuirán a su madurez. Bellísima música y ejecución instrumental.
De nuevo cante y toque, en un homenaje a Manuel de Molina con su profunda voz flamenca bien timbrada, redonda, poderosa y directa. Son sutiles mensajes de apertura sin apartarse del viejo tronco flamenco, como el poeta, compositor, guitarrista y cantaor gitano de Ceuta. Y no podía ser de otra manera que con el Garrotín gestado en un vuelo de Sevilla a Madrid.
Ella es solemne hasta en el vestir. De seda negra en la primera parte, de terciopelo granate en la segunda, siempre de largo. Popurrí por caracoles, las cantiñas con variedad de medidas ordenadas por Antonio Chacón por compás de soleá, pero que se remontan a Tío José el Granaíno que los llevó a los cafés cantantes. Letras bellas y muy populares, Caracoles, caracoles / Mocita ¿qué ha dicho usted? / que son tus ojos dos soles y vamos viviendo ¡y olé! y otra: Como reluce/ la gran calle de Alcalá/ como reluce, cuando suben y bajan/ los andaluces. Y adaptada al mismo compás, la copla Con mis propios ojos. Va mucho de copla esta segunda parte, y cuando empieza a sonar María la Portuguesa por bulerías, guitarra y palmas, la emoción se desborda.
Se van, como siempre para volver y terminar ‘por fandangos de mi tierra’. Y los canta al borde del escenario, cercana al público, a capella y su voz, sin más sonido que el de su viento y cuerdas, solo su timbre flamenco, para mostrar lo que ella tiene sin otros recursos de sonido. Bien acompañada. Eso sí, por su guitarrista y palmeros, aquí solo Los Mellis, porque el Torombo se ha puesto a bailar que es lo suyo de verdad.