Aysén quiere ser una reserva de vida sostenible en Patagonia

Los habitantes de la Patagonia de Chile trabajan para convertir a la región de Aysén en una reserva de vida. Es un proyecto de desarrollo sostenible en el que algo tiene que decir el lado argentino, un aliado histórico en este territorio inhóspito que lucha por utilizar su naturaleza a favor de su crecimiento, informa Marianela Jarroud (IPS) desde Coyhaique.

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Peter Hartmann, coordinador de Aysén Reserva de Vida en la patagónica región chilena. Crédito: Marianela Jarroud /IPS

 

«La mega propuesta ciudadana Aysén Reserva de Vida, nació como una propuesta teórica de querer tener una región de excepción con un modelo de desarrollo de excepción, un modelo de desarrollo sustentable inclusivo, con y para la gente de la región», explicó a IPS el activista Peter Hartmann, creador del concepto y de la coalición que lo ejecuta como proyecto.

«Hay muchos que dicen que queremos ponerle un candado a la región, pero lo que buscamos es utilizar sus cualidades, versus los megaproyectos del mundo globalizado que buscan destruirlas», añadió.

La austral región de Aysén es una de las menos pobladas de Chile, con 105.000 habitantes, y también la de menor densidad. En contraste, en esta zona de frío austral y vasta biodiversidad, abundan los ríos caudalosos, lagos y ventisqueros, terrenos fértiles y numerosos recursos marinos explotados por las grandes empresas pesqueras.

«Somos algo ínfimo dentro de este territorio tan grande», asegura orgullosa Claudia Torres, una aysenina de nacimiento, diseñadora y comunicadora.

La Patagonia cubre 1061 kilómetros cuadrados del extremo sur americano, de los que 75 por ciento se ubican en Argentina y el resto en Aysén y la más austral región de Magallanes.

Alberga muy diversos ecosistemas y numerosas especies de flora y fauna, incluyendo aves, mamíferos, reptiles y anfibios, algunos sin identificar. Es, además, el último refugio del huemul, ciervo endémico de Chile, que se encuentra en peligro de extinción.

En Aysén, el corazón patagónico chileno, Coyhaique, la capital, a 1629 kilómetros al sur de Santiago, esconde en sus esplendorosos paisajes que es la ciudad más contaminada del país, producto del uso de leña húmeda barata para templar las viviendas, en un territorio con temperaturas bajo cero gran parte del año.

Se trata de una de las regiones más pobres y vulnerables del país, donde 9,97 por ciento de la población vive en pobreza y 4,22 por ciento en la indigencia.

Son, en todo caso, cifras que dan insuficiente cuenta de la vulnerabilidad de las familias de la región, afirmó a IPS el secretario de Desarrollo Social del gobierno regional, Eduardo Montti: «Estamos atrasados en poder asegurar un estándar básico y disponer de los servicios esenciales para que la comunidad y los distintos actores puedan desarrollarse en igualdad de condiciones con el resto del país», reconoció.

Sin embargo, aseguró, el gobierno de la socialista Michelle Bachelet estableció en mayo un plan de zonas extremas donde se reconoce la disparidad de estos territorios respecto del resto del país, lo que ayuda a identificar con precisión las carencias urgentes.

Precisó que en la región es importante «avanzar en el emprendimiento en turismo, fortalecer las pequeñas economías de las localidades y también poder compartir y participar en el desarrollo de sus costumbres o relevarlas y darlas a conocer».

Para Torres, participante activa de la Coalición Ciudadana por Aysén Reserva de Vida, la región es «una de las pocas a las que le queda la oportunidad de poder generar un modelo distinto de desarrollo».

De hecho, el Banco Mundial como el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) asignan a la región valor de patrimonio mundial natural en materia de conservación.

Es de las pocas zonas en el mundo que mantiene en gran medida su estado original. Buena parte de su territorio están bajo diferentes formas de protección, incluida la Reserva de la Biósfera Laguna de San Rafael, un lago costero con glaciares. La región aspira, además, a ser declarada Patrimonio de la Humanidad.

«El modelo que estamos construyendo apunta a fortalecer el desarrollo económico local, a escala local, en forma democrática, no con modelos impuestos, cooperativo, sostenible en el tiempo ambiental y económicamente, con la premisa de que estamos de paso y que, lo que tomaste debes devolverlo», explicó Torres.

Añadió que el proyecto «es un sueño y estamos trabajando para ello. Y es que la gente reconoce que parte del valor de vivir acá tiene que ver con la vida. Por ejemplo, en esta región aún puedes tomar agua de un río o un lago, porque sabes que no tendrás problemas», añadió.

A su juicio, las ciudades se hacen dependientes y vulnerables al abastecimiento foráneo y «mientras más independiente eres, más posibilidades tienes de sobrevivir».

«No lo pensamos como una reserva de vida exclusiva para los patagones», aclaró, «sino que para todo el país». «Por ejemplo, no tengo problemas en que la región comparta agua con las zonas con mayor sequía», aseguró. Eso sí, advirtió, agua para los cultivos, para beber, para vivir, no para la mega industria.

En ese planteamiento, los patagones chilenos tienen a un potente aliado: la Patagonia argentina lucha contra la utilización de las cuencas compartidas con el lado chileno, por parte de la gran minería de este país.

«Hay una lucha grande que tiene un elemento común que es el agua», reconoció Torres. Y es que ambos lados de la cordillera de Los Andes poseen una larga historia de encuentro y tradiciones que los convierte en un solo territorio, muy valioso por su biodiversidad, pero también muy vulnerable.

«No nos sentimos Chile, nos sentimos Patagonia…chilena y argentina», reforzó Torres.

Desde sus inicios Aysén Reserva de Vida demostró que no era solo teoría. Hartmann recordó que pudieron llevar a cabo tres proyectos de turismo comunitario sustentable, que fueron financiados por el Fondo de las Américas.

«Capacitamos a las comunidades en el cuidado de su propio territorio, pero también en turismo comunitario. Desde ahí nació una escuela de guías turísticos que funciona actualmente» de manera exitosa, recordó orgulloso.

«Los pescadores artesanales de Puerto Aysén también trabajaron por hacer más sustentable su trabajo, hay proyectos de recolección de basura que también han sido ejemplares y mucha producción de artesanía con productos locales, que es súper sustentable», añadió.

Además, existe «Sabores de Aysén» para productos y servicios regionales de calidad basados en la identidad regional y el cuidado de los recursos naturales. Hay, además, una cooperativa de energía solar que cada vez cuenta con más adherentes.

aysen-reserva-de-vida Aysén quiere ser una reserva de vida sostenible en PatagoniaEl proyecto, sintetizó Hartmann, tiene dos dimensiones, la concienciación y la participación ciudadana. Ya se creó el sello Aysén Reserva de Vida, que reciben iniciativas con productos o procesos sustentables, y resulta atractivo para los consumidores locales y visitantes.

La idea de avanzar hacia una reserva de vida es bastante transversal y logra integrar a sectores de la población muy variados, algo bueno en una región que quedó polarizada durante 10 años de lucha contra el megaproyecto hidroeléctrico de HidroAysén, finalmente rechazado por el gobierno en junio.

También dividió a su población las manifestaciones sociales que en 2012 pusieron en jaque al gobierno del derechista Sebastián Piñera (2010-2014).

«Hay mayor sensibilización y eso es un avance», reconoció Torres. «Eso significa que hay una valoración por este patrimonio», concluyó.

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1 COMENTARIO

  1. Con la patagonia chilena los datos y comentarios pueden resultar engañosos aunque seamos sinceros.
    Un artículo acerca de Aysén y la patagonia, necesita de la ilustración con un buen mapa, al menos, a este caso, del área chilena.
    Aysén y Magallanes son del lado patagónico chileno, hacia el Pacífico, zonas donde hay áreas abundantes de montañas, glaciares, ventisqueros, lagos y lagunas, áreas de pampas, y hacia el océano abundantes fiordos e islas. Lo accidentado-geográfico predomina. Y es una parte de Chile como desmigajada del territorio continental; con comunicaciones terrestres muy complejas y tampoco continuas.Hay zonas con cadenas montañosas orientales y en otras en que la cordillera de los Andes se va sumergiendo en el Pacífico, trasladándose al poniente. En algunas zonas, visto desde 10 mil metros de altura, luego de alturas cerca del mar, viene una inmensa meseta hacia el oriente (pampa) sin accidentes notables, no pudiendo distinguirse físicamente cuál es Chile y cuál Argentina.
    (Recordemos que m/m en 70 % de la extensa frontera entre ambos países, hermanos históricos, la cordillera de los Andes, como una inmensa columna vertebral de gránito, altísima en el norte y centro, disminuida paulatinamente hacia el sur-austral, es como una gigantesca pared límitrofe). El largo continental de Chile se calcula en 4.270 kilómetros.
    Así que decir que Coyhaique está a 1.629 kilómetros (que supongo ha sido estimado en imaginaria línea recta y que quien no conoce puede pensar en algo así como una ruta como tantas), en verdad no evoca la REALIDAD de esa distancia en lo concreto, vital y humano. Es en diversos aspectos muchísimo, pero muchísima más «distante».
    ¡No son 1.629 kilómetros por una trocha de pavimento grato en una planicie!
    Es una distancia como en mosaico de geografía física y accidentes topográficos y otros. En diversas partes simplemente el camino terrestre no puede existir o hacerlo es de costos altísimos.
    En los hechos, gran parte del tránsito de chilenos hacia la zona, se desarrolla dando grandes vueltas por rutas argentinas, mucho más planas, cruzando la frontera y luego reingresando a Chile. Las zonas de Aysén y Magallanes en realidad han sido «enormes islas terrestres chilenas» históricas, con dificultades inmensas de comunicación y transporte por tierra (en distancia y accidentes geográficos y topográficos), requiriéndose de parte del Estado esfuerzos siempre insuficientes y hacia donde todo cuesta más desde el centralismo. La «loca geografía chilena» (que apasionara al escritor Benjamín Subercaseaux), ahí juega muy en contra de la unidad nacional y de la vinculación estrecha de un estado-nación en lo ciudadano e institucional. Y más encima de pronto, las fuerzas de la naturaleza se desatan y un volcán dormido por siglos, un día despierta y obliga a trasladar a un poblado de cinco mil o más habitantes.
    Es comprensible que para los estoicos chilenos habitantes de esas «islas terrestres», la identidad sea distinta; entonces se sienten apegados como «isleños» a su ínsula, identificándose con ella en competencia con su alma nacional.
    Para el estado-nación, esas «islas en tierra», constituyen (aunque no parezca estar siempre consciente de ello) zonas geopolíticas estratégicamente vitales, para que el desmembramiento se mantenga únicamente en el territorio físico.

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