El sábado 10 de septiembre de 2016 se presentó en el majestuoso Teatro de la Maestranza de Sevilla el espectáculo Bailando una vida. Un espectáculo completo de toque, cante y baile, en el que los protagonistas principales fueron dos bailaoras y dos bailaores, cuatro viejas glorias del baile flamenco: Ana María Bueno, José Galván, Milagros Mengibar y Manolo Marín. Cuatro sevillanos que reunidos suman cerca de trescientos años. Los cuatro tienen grandes currículos, conocidas academias de baile en Sevilla. No cabe duda que la dirección de esta Bienal número diecinueve ha querido rendir un homenaje a los cuatro ilustres sevillanos y la mejor manera de homenajearlos es presentarlos en vivo y en directo.
Un concierto protagonizado por sevillanos, todos ilustres, pues al toque ahí estaban Juan Campallo, Bordón Minero hace diez años en el festival del Cante de las Minas; Juan Manuel Flores y Rafael Rodríguez. Y los cantaores Miguel Ortega, Lámpara Minera hace seis años. Juan Reina y Manuel Romero Cotorro para completar un elenco de primera fila.
Dirige el espectáculo Rubén Olmo, otro sevillano de pro, licenciado en danza española y clásica por el Conservatorio de Sevilla y discípulo de alguno de los bailaores. Hay que decir muchas cosas buenas de su dirección, de la selección de piezas, del diseño coreográfico y escénico, de los efectos especiales en pantalla de fondo que tanto ayudan al lucimiento de los artistas, incluidos collages de cuando los bailaores eran jóvenes y ya famosos, el efecto de sombras móviles atravesando la escena en el primer número del espectáculo, llamado precisamente Movimientos y sombras, un toque, cante y baile de trilla en el que participan todos, brevemente juntos y luego en solitario.
Me atrevería a decir que sin duda la estrella de la noche fue Ana María Bueno, una bailaora que ha sabido compensar las limitaciones de la edad creando un baile casi siempre lento, despacioso, intenso, con composiciones corporales de arte puro y un manejo de la bata de cola que podría firmar con su nombre. Sus brazos y manos expertos en componer esculturas y los palillos o castañuelas siempre sincronizados con la arquitectura corporal y con lo que marcan el cante y el toque. El bailaor siempre tiene que seguir los ritmos musicales y el compás que marcan las palmas. A todo ello añadir que sigue conservando un cuerpo juncal, fino y flexible, auténtica figura de bailaora.
Igualmente juncal vemos a la trianera Milagros Mengibar , bailaora de la denominada Escuela sevillana. Mantiene la expresividad y la pasión que la hicieron famosa. Premiada en varias ocasiones por su baile, sus cuidados y artisticos movimientos de brazos y manos, la sabiduría que transmiten sus desarrollos coreográficos, también maestra en movimiento de la siempre difícil bata de cola, aunque para ella, moverla, girarla, envolverse en ella y aguantarla es algo tan natural que parece que nació con ella puesta. Sobre todo en la solemnidad de la seguiriya impresiona.
Una larga bulería por soleá, De Triana a Lebrija, a la que acompasan el poema del alma de García Lorca Las manos de mi cariño, siempre emocionante, en la que se suceden en el baile Mengíbar y Marín. Siguen Noches de tablao, con zambra, zorongo y tangos, noches de tablao que todos ellos frecuentaron cuando Sevilla era la reina de los tablaos, que ahí siguen, los históricos como El Patio Sevillano, El Arenal, Los Gallos. Siguen los palos festeros, ahora la Cañaílla por alegrias.
Ellos, los bailaores, que también hay que decir que ganan en años a ellas, son auténticos maestros con los pies y en crear sincronías impactantes con lo que les marca el toque, cante, palmas, tanto Galván como Marín, que tanto monta monta tanto José como Manolo. Ya no son juncos, han ganado peso y eso limita sobre todo en la conjunción de movimiento de brazos y manos con el resto de la figura. Pero hay que reconocer que siguen moviéndose mucho mejor que alguno bastante más joven. Digamos que Galván en el baile por soleá, Entre cava y cava, consigue virguerías con los pies. Hay momentos en que sus pies, el compás y el toque se hacen todo uno. Son maestros, han pasado los años emocionando y haciendo sentir a cientos de miles de personas lo que no hubieran sentido sin su contribución. Por eso el flamenco es tan grande. Estos bailaores han demostrado esta noche en su campo de expresión que la edad cuenta y no cuenta, que siguen siendo maestros para jóvenes, que hay que seguir activo y creando mientras cuerpo y mente sigan en su sitio.
La noche termina con el número que da título al espectáculo: Bailando una vida, con la primera sevillana Sevilla tiene una cosa de Martín Pareja Obregón y la segunda sevillana Fue en Sevilla de Sal Marina.
Ellas y ellos se despiden del público, diciendo los años que cada uno lleva retirado, pero que ‘tener una edad’ como se dice ahora a partir de los cuarenta, no es óbice para seguir sintiéndose útil, para uno mismo lo primero y en el caso de estos maestros del baile flamenco de raíz antigua, para los demás.
Una noche sevillana al cien por cien y cuatro ejemplos de vida.