Acaba de salir este 11 de octubre y ya es uno de los libros más vendidos de la editorial Planeta, En el Punto de Mira: Baltasar Garzón, un juez a contracorriente compila las memorias de 28 años en que el juez estuvo al frente del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.
Aurora Moya[1]
Los GAL; el terrorismo de ETA y el inicio del yihadismo; el narcotráfico, la corrupción, el protocolo contra la tortura… Por el despacho de Garzón ha pasado la historia de España y de otros países y frente a otras actitudes, no se ha arredrado. Es precisamente esa valentía y ese afán por la justicia lo que le ha llevado a estar en ese punto de mira que señala y a una cacería final que acabó inhabilitándole para su tarea de juez.
Entre las múltiples investigaciones que relata En el Punto de Mira, hay dos temas de especial trascendencia: los casos instruidos en base a la Jurisdicción Universal, de la que Garzón es paladín indudable y la memoria histórica en España, que le condujo a su primer proceso acusado de prevaricación.
Garzón protagonizó una investigación sobre los crímenes ocurridos durante la dictadura militar argentina que se cobró víctimas españolas (marzo 1976, diciembre 1983). Destaca el auto de procesamiento contra 99 personas, incluidas las máximas autoridades de las Juntas Militares como presuntos responsables de los hechos criminales acontecidos en Argentina entre los años del Proceso -24 de marzo de 1976 y diciembre de 1983; 48 órdenes de detención internacional; la solicitud de extradición de las mismas a Argentina.
A partir de 2003, con la colaboración del Presidente Néstor Kischner, se reiniciaron las causas en Argentina contra los responsables de aquellos crímenes, habiéndose dictado varias sentencias condenatorias. Continúa la celebración de juicios y también las investigaciones.
Narra Garzón en el libro su primera visión de la Escuela Mecánica de la Armada que visitó invitado por el Gobierno de Argentina:
“Ese día —30 de julio de 2005, una fecha que no olvidaré— todavía quedaban fuertes emociones por vivir. Le pedí a Hugo Omar Cañón que estuviera a mi lado cuando se abrieran las puertas del mayor centro de represión y tortura durante la dictadura militar (1976-1983), la Escuela Mecánica de la Armada, la terrible ESMA. Necesitaba que mi amigo me acompañara en un momento durísimo en el que en mi mente se agolpaba el recuerdo de cientos de declaraciones de víctimas allí torturadas que había escuchado, anonadado por la dureza de la verdad, en mi despacho de la segunda planta del edificio de la Audiencia Nacional en Madrid. Allí, más de cinco mil personas inocentes fueron torturadas, humilladas, asesinadas y desaparecidas por otros argentinos investidos de un poder usurpado al pueblo.
Allí estaba el edificio que había sido mi obsesión durante años. Junto a mí, un grupo de víctimas que me recibieron llorando y con las que compartí sus lágrimas al abrazarlas, Nunca podré olvidar la impresión que me produjo esa visita. Anduve físicamente por los lugares que tantas veces había recorrido en mi cabeza a través de la voz de las víctimas. «Capucha», «capuchita», la «pecera», la sala de oficiales, los sótanos donde los militares y algún civil e incluso un juez (Víctor Brusa) aplicaban la picana sin piedad y ponían música para mitigar los gritos desgarradores de dolor. Observé con un dolor profundo el «paritorio», donde las detenidas embarazadas eran obligadas a dar a luz para después robarles sus bebés, que eran entregados a otros «padres» más «adecuados», todo ello antes de desaparecerlas y acabar con sus vidas. Bajé y subí por las mismas escaleras. Al ver esos macabros lugares, cuyas paredes gritaban el dolor de los secuestrados, tuve la certeza total, absoluta y sin fisuras de que la valentía de los que allí sufrieron lo indecible, «tabicados» con grilletes en los pies, arrostraron su vida y sus sufrimientos con una dignidad que jamás tuvieron sus represores, sumergidos en la indecencia de los verdugos”.
En cuanto a la recuperación de la memoria histórica en España, en lo concerniente a la investigación de los crímenes del franquismo, la Sala II del Tribunal Supremo dictaminó que penalmente nunca se podría investigar un caso relativo a desapariciones de la guerra civil y crímenes de la dictadura por la vía penal. Alegaron prescripción y la Ley de Amnistía de octubre de 1977, extremos que tanto Garzón como otros eminentes juristas niegan por tratarse de crímenes de lesa humanidad.
Él lo relata así:
“El Tribunal dictó su sentencia el 27 de febrero de 2012 y ésta iba acompañada de dos votos particulares. A pesar de que la decisión de la mayoría de sus miembros optó por mi absolución del delito de prevaricación, la mayor parte de la resolución se concentró en criticar las decisiones supuestamente «erróneas» sobre la no aplicabilidad de la amnistía y la prescripción de los crímenes contra la humanidad.
Entendía el Tribunal Supremo que, aunque las atrocidades de la Guerra Civil y del régimen franquista podían calificarse como crímenes de lesa humanidad, las características derivadas de los delitos internacionales —es decir, la imprescriptibilidad y la imposibilidad de amnistiar delitos de ius cogens— no podían desplegar efectos de manera retroactiva y que el carácter continuado del delito de desapariciones forzadas y la interpretación ofrecida por mí imposibilitarían los mecanismos de prescripción y seguridad jurídica establecidos en el propio Código Penal. Esta interpretación del Supremo español se desligaba radicalmente no solo de la jurisprudencia internacional sobre derechos humanos, sino también de la jurisprudencia del propio Tribunal y las actuaciones de la propia Audiencia Nacional en los casos relativos a Argentina y Chile, entre otros”.
Garzón es consciente en todas las páginas del libro de que durante toda su vida profesional en la Audiencia sus actuaciones habían sido controvertidas para unos y otros y que actuar contra los poderosos se paga. Particularmente interesante es el relato sobre la actitud de determinados medios de comunicación que le aplauden o vituperan según el son que toque en cada momento. O el papel de diversos magistrados del Tribunal Supremo que le condenaron. Un libro que no deja indiferente como su autor quien sigue en la brecha allá donde haga falta reparar una injusticia.
- Aurora Moya es periodista