Cuando hablamos de periodismo casi nunca nos referimos a estas personas valientes. Sus nombres aparecen en las esquelas de los diarios de un país y apenas los reconocemos nuestros. Y este pudiera ser el caso de Beriain y de Fraile, pero no.
Los dos compañeros sabían que el periodismo, el único oficio posible, era ese que ellos procuraban: acaso denunciar en zonas de riesgo, conscientes siempre de su propia muerte, la verdad; eso que rara vez hacemos los periodistas de ahora. En esa emboscada perdieron la vida a manos del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes, vinculado a Al Qaeda, y la suya, no será una muerte en vano.
Escapar de la muerte y estar siempre en busca de la información quizá no se estudia ya en las facultades de periodismo del mundo. La enorme destreza con la que sorteaban juntos el azar y la fortuna de sacar temas adelante a la luz, era propio de esos que nacen con la raza necesaria para llamar periodismo a aquello que escriben, graban, fotografían y relatan.
Lo triste de todo ello, es que este periodismo en mayúsculas es invisible para la sociedad. Apenas vemos sus trabajos y cuando mueren, vemos el dolor de los colegas que saben cuál es el precio de informar, tan solo, informar, pero no vemos a la sociedad comprometida porque ésta ya no existe.
Beriain siempre recordaba a su familia porque ésta le quería libre, informando; haciendo aquello que era lo que él más quería, a sabiendas, que en una mañana cualquiera de primavera el teléfono podría sonar. Fraile, en cambio, era el hombre comprometido con la imagen; esa que magistralmente captaba con su cámara, el único arma que tenía si hablamos de defensa. Captar la atrocidad, digerirla y editarla formaba parte de su ADN; ese que siempre nos quedará, como queda todo cuanto se graba por un fotoperiodista.
Lo cierto y lo verdaderamente triste es que ese periodismo lentamente muere porque a los grandes se les arrebata la verdad, la vida, y su legado queda en un cajón como una simple heroicidad cuando, realmente, este oficio solamente sirve para contar la verdad de lo que aún sucede en el mundo. El periodismo no se reconoce a sí mismo y menos si se compara con la valentía, el apego y el compromiso de estas personas que mueren contando la verdad.
Nos descubrimos los periodistas de sillón, esos que permanecemos en la redacción calentitos, esperando con un café a que la información venga a nosotros. Atrás quedaron los recuerdos de esos grandes que lograron hacer algo mucho mejor que nosotros. Que su ejemplo, su dignidad y sobre todo su trabajo, nunca haya sido en vano. Hoy he escuchado en una frase, cada día tiene su afán…Qué bonito era para vosotros; ¡qué dura y contradictoria es la vida! decía mi querido padre.
Me descubro ante vosotros con humildad. No tengo suficientes palabras y éstas son torpes e ineficaces.
Sit vobis terra levis, compañeros.