Hay noticias que dan la vuelta al mundo y otras que, por inconfesables motivos, no logran circular. Curiosamente, se trata de informaciones complementarias, estrechamente ligadas a una cuestión clave. Sin embargo…
Va a haber un Nuevo Orden Mundial y tenemos que liderarlo. Y debemos unir al resto del mundo libre para hacerlo. El presidente Joe Biden pronunció estas palabras el 21 de marzo 2022, primer día de primavera, ante un auditorio que congregaba a la flor y nata del mundo empresarial estadounidense. ¿Nuevo Orden Mundial? ¿Tenemos que hacerlo? ¿Liderarlo? ¿Otra conjura masónica o de los Illuminati?
En un país como los Estados Unidos, donde las sociedades supuestamente secretas proliferan, las tesis conspiracionistas se difunden a velocidades supersónicas. El Imperator Biden lanza su cruzada globalista, insinúan los círculos ultraconservadores norteamericanos. Los europeos – algunos europeos – les siguen. Están acostumbrados a los zigzagueos de los inquilinos de la Casa Blanca. Pero no, no se trata de una mera ficción. El proyecto existe, pero tardará en florecer. Habrá que sortear muchos obstáculos, convencer a un sinfín de indecisos, o… fracasar.
Lo cierto es que la frase viral del presidente causó cierto malestar en las capitales europeas. Los políticos del Viejo Continente, más dados a valorar las medias tintas, miran con recelo los ataques de caudillismo de sus socios transatlánticos. Nada de frases tajantes ni de decisiones precipitadas. A veces, se les acusa de tibieza. Sin embargo, prefieren evitar las situaciones irreversibles. Con razón: Europa es un continente pequeño. El bombardeo de Belgrado, Dubrovnik o… Kiev producen secuelas incurables.
Si la noticia sobre el Nuevo Orden Mundial pregonado por Joe Biden se vivió casi en directo, poco trascendió sobre los discretos, cuando no, conflictivos preliminares, que desembocaron en la humillación del inquilino de la Casa Blanca y de su socio británico, Boris Johnson, empeñados en obtener el apoyo de los principales productores de petróleo en su cruzada contra la economía rusa.
La verdad es que resulta sumamente molesto reconocer que tanto la Casa Real de Arabia Saudita como la dinastía de los Emiratos Árabes se negaron a contestar las llamadas telefónicas de Biden y las gestiones hechas in situ por el primer ministro británico. ¿El motivo? La Casa Blanca se había comprometido a suplir las exportaciones de gas y petróleo ruso destinadas a Occidente con productos norteamericanos o procedentes de países amigos de Washington. Pero a la hora de la verdad, los saudíes y los emiratíes prefirieron respetar sus compromisos con los demás miembros de la OPEP – Rusia incluida – que habían acordado no incrementar la producción de crudo hasta la primavera próxima.
Biden trató de tocar a las puertas de sus archienemigos – Irán y Venezuela – pero tropezó con la negativa de éstos. Los príncipes del oro negro tienen un peculiar código de conducta.
¿Qué hacer con los excedentes de producción de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes? Aparentemente, compradores no faltan. China, que a la hora de la verdad tampoco quiere someterse a los ukases antirrusos de la Casa Blanca, se ofreció a adquirir petróleo saudí. El gigante asiático se ha convertido en el principal cliente de los wahabitas. Los chinos llevan seis años intentando persuadir a Arabia Saudí para que venda su petróleo en yuanes. Según el Wall Street Journal, la medida amenazaría seriamente el dominio global de los estadounidenses en el mercado petrolero y afectaría la supremacía del dólar.
Pero hay más: el acercamiento de los chinos al reino del desierto no se limita a la compra de petróleo. Los saudíes contaron con Pekín para la producción de sus misiles balísticos, el desarrollo del programa nuclear y las cuantiosas inversiones en los proyectos modernistas del príncipe heredero Mohammed bin Salman, gobernante de facto del reino.
Es cierto: los Estados Unidos se han comprometido a ofrecer apoyo estratégico a Arabia Saudita, pero la monarquía está descontenta con la falta de ayuda norteamericana en la guerra del Yemen, el interés de Washington en resucitar el acuerdo nuclear con Teherán o la caótica y mal explicada retirada de Estados Unidos de Afganistán. Y aunque nadie se pregunta abiertamente en Riad ¿qué hacer con amigos así? el interrogante queda en el aire.
A la humillación de Biden se suma la ira de Boris Johnson quien, tras haber intentado convencer a los saudíes y los emiratíes que no dejan de ser los socios internacionales clave de Occidente, se vio obligado a reconocer que en el recóndito universo de los hidrocarburos el fantasma de Rusia es omnipresente.
Sí, el orden mundial está cambiando. Es un hecho, no una frase viral.