Bienvenidos a la nueva guerra fría

¿Se puede vivir sin enemigos? Aparentemente, no. Durante la guerra fría, la todopoderosa maquinaria de propaganda de la Unión Soviética trató de persuadir a los pueblos de Europa Oriental, satélites del Kremlin, que el enemigo común del utópico campo de la paz era el militarismo norteamericano. 

Para demonizar al enemigo, solían emplearse los vocablos Washington o Alianza Atlántica. Y para tranquilizar a los pobladores del campo socialista, bastaba con exhibir la Paloma de la Paz de Picasso. La diafanidad contra los misiles. La pureza contra la perversidad. El Este se había fabricado un temible enemigo: el tío Sam. A su vez, Occidente contaba con el suyo: el Oso ruso.

Esos símbolos parecían haber quedado relegados del lenguaje políticamente correcto a finales de 1989, tras la celebración de la cumbre de Malta, cuando el amable líder soviético, Mijaíl Gorbachov, sucumbió a los encantos del tenaz George Bush, adalid del nuevo orden mundial.  Dos años más tarde, los dirigentes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, rubricaban un documento que contenía el parte de defunción del imperio soviético: La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas deja de existir como sujeto de Derecho…

Lo que sucedió después es harto conocido. Los países europeos situados en la zona de influencia de Moscú abandonaron el bloque, decantándose por la envidiable economía de mercado, así como por la opción estratégico-militar encarnada por la OTAN. Una solución pragmática, que hubiese debido redundar en el bienestar económico de las naciones de Europa oriental. Pero los codiciados fondos europeos y las suculentas subvenciones atlantistas no llegaron a sus destinatarios; el fantasma de la corrupción recorre la totalidad del continente europeo.

¿Los cambios? Lo cierto es que sí ha habido cambios. En los últimos años, coincidiendo con el final del mandato de Barack Obama, el desacertado Premio Nobel de la Paz, las tropas estadounidenses acantonadas en Alemania y los Países Bajos fueron enviadas a Polonia, Rumanía y los países bálticos, junto a los confines con el nuevo enemigo: la Federación Rusa. El operativo, fácilmente comprensible desde el punto de vista de los expertos militares, desembocó en una nueva guerra fría, con su correspondiente argumentación ideológica. Los malos son los de siempre: los rusos, enemigos de la libertad, cuyo objetivo final consulte de socavar la democracia occidental.

Los medios de comunicación de los países fronterizos volvieron a activar las estrategias de propaganda de las décadas de los 50 y 69 del pasado siglo. Pero esta vez, centrando sus baterías en dirección de Moscú. Prolifera la información sobre los perversos objetivos del Kremlin en Europa. Conviene señalar  que los argumentos esgrimidos por los comentaristas políticos de la zona coinciden con las conclusiones de los informes elaborados por el Pentágono, la Casa Blanca o el Departamento del Estado.

En pocas palabras, está claro que el Kremlin trata de aprovechar los problemas internos de los países occidentales para debilitar su sistema político, apoyar a extremistas de todo signo, fomentar el malestar existente, potenciar las actividades de grupos o grupúsculos pro rusos o antioccidentales, militarizar la sociedad, infiltrar la prensa y los tejidos sociales, justificar la política de Rusia ante una crédula opinión pública europea.

A esta estrategia a medio y corto plazo se suman las injerencias en las campañas electorales de Francia y los Estados Unidos, así como en los asuntos internos de París, Berlín y Londres (Brexit), sin olvidar la avalancha de noticias falsas que invaden las redes sociales, como en el caso del procés catalán.

A nivel interno, la propaganda rusa trata de justificar los operativos de desestabilización, escudándose en argumentos bastos, como por ejemplo: en Occidente proliferan los ateos, los musulmanes, los homosexuales, los pedófilos y los falsos refugiados sirios que se dedican a violar mujeres cristianas. Un discurso éste digno de la propaganda nazi…

Hasta aquí, parte de las denuncias de los politólogos de Europa oriental. Curiosamente, la Prensa de los países de la primera línea del frente no parece interesada en abordar el tema de la manipulación/intoxicación llevada a cabo por el contrapoder mediático occidental. Porque ese también existe…



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Adrian Mac Liman
Fue el primer corresponsal de "El País" en los Estados Unidos (1976). Trabajó en varios medios de comunicación internacionales "ANSA" (Italia), "AMEX" (México), "Gráfica" (EE.UU.). Colaborador habitual del vespertino madrileño "Informaciones" (1970 – 1975) y de la revista "Cambio 16"(1972 – 1975), fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial del diario "La Vanguardia" durante la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982). Entre 1987 y 1989, residió en Jerusalén como corresponsal del semanario "El Independiente". Comentarista de política internacional del rotativo Diario 16 (1999 2001) y del diario La Razón (2001 – 2004). Intervino en calidad de analista, en los programas del Canal 24 Horas (TVE). Autor de varios libros sobre Oriente Medio y el Islam radical.

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