Black Coal, la última película del chino Diao Yinan, se ha visto, en vísperas de su estreno en salas comerciales, en el recién clausurado Festival de San Sebastián en la Sección Perlas de otros Festivales.
Decididamente no debía haber gran cosa para elegir en la última Berlinale cuando el Oso de Oro fue a parar a Black Coal que tiene una buena factura, es buen cine pero solo un thriller más con el característico refinamiento oriental en lo que respecta a originales métodos de matar y deshacerse de los cadáveres.
Dejando la investigación en segundo plano, esta policiaca china, más negra que el carbón donde se esconden los cadáveres despedazados, no consigue atrapar ni mantener la tensión: la intriga se sacrifica a la relación entre los personajes –un policía y una extraña mujer, en una investigación que dura cinco años en la Manchuria minera de finales de los años 1990- y el bosquejo de los cambios experimentados por el país en los últimos tiempos: salvaje, violenta y cruel, del relato surge la estampa de una China contemporánea, provinciana y desconocida. Diao Yinan “utiliza los códigos del cine negro para hablar de la China de hoy y exponer la angustia de una pequeña ciudad industrial del norte del país, coagulada por un invierno riguroso. Todo en ella es fatal, misterioso, cautivador…” Pierre Murat, Télérama).
En 1999 aparecen desperdigados, en distintos lugares de Manchuria, los miembros de un trabajador de una cantera. El inspector Zhang encuentra dos sospechosos, que mueren en un tiroteo en un café. Cinco años más tarde, se cometen otros dos asesinatos y en la investigación de todos ellos el inspector se topa con la mujer de la primera víctima. Eros y Tanatos en acción, un detective y una mujer que no se sabe si es víctima o verdugo, la narración va y viene de una época a otra, como en cuadros de una exposición, unos más conseguidos que otros, sobre un fondo de hermosísimos paisajes nevados y con una lentitud que, sin duda, representa la lenta progresión de la búsqueda de pruebas y culpables y las numerosas «trampas» que esperan a los investigadores.