Blue Ruin: la almendra de la venganza

Cuando Dwight, el protagonista de Blue Ruin, toma su ducha esa mañana, sabe que se está preparando para el sacrificio. No debería saberlo, pero lo sabe o subsabe, que es así como actúa en él esa ducha purificadora, preparando su cuerpo y su espíritu para otro rito más definitivo y ancestral, el de la venganza familiar al que se siente llamado por imperativo moral: Sus padres fueron asesinados, ambos por razón de honor, y ahora «el asesino va a salir», y Dwight se entera porque una mujer policía, toda instintos maternales, así se lo advierte.

cartel-blue-ruin Blue Ruin: la almendra de la venganzaPero ella lo hace para que se cuide, para que esté precavido ante lo que le pueda pasar, porque incluso en un camping perdido de la costa donde malvive de recoger botellas puede alcanzarle el asesino… No podía pensar ella que, con su aviso, iba a desencadenar en Dwight el espíritu de la catástrofe.

Y es que Dwight despierta instintos maternales, al principio pero también después y hasta el final, cuando ya hemos visto lo que es capaz de acometer él sólo, su desvalimiento y sus expresiones (que van del pasmo hacia las lágrimas copiosas) inspiran ansias de protección maternal. La expresión de este huérfano es de inocencia petrificada y no cambiará, seguramente era un niño cuando le cayó encima lo que ahora tiene que concluir, lo que tira de él hacia el sacrificio y la ruina. Blue Ruin.

Todos cuantos encuentra en su camino intentan disuadirlo, pero es inútil. Como los héroes antiguos, Dwight se ve investido por su hybris. Como ellos, hay algo que nadie puede hacer por él y que ha de cumplir por fuerza o morir.

La llegada de la postal, que parte de este punto hacia su destino final, no es para perdérsela, puesto que cierra un ciclo. O así lo queremos creer. Porque por esta vez la venganza encontrará su premio, pero, ¿se cerrarán por fin las heridas? La ducha y la postal son los dos extremos de la flecha en la vida de Dwight y de esas dos familias que comparten un odio mutuo, de vecinos o, mejor aún, de hermanos -el peor de los odios-, junto con el afán de lavar los trapos sucios en casa: «Si no han llamado a la policía es que vienen hacia acá».

Los conoce muy bien y lleva años en el camping acordándose de ellos, malviviendo de los cascos de botellas y duchándose de okupa.

Yo a Blue Ruin la calificaría sin dudar de obra de arte: Dura justo los 92 minutos más intensos de varias vidas que en ellos se reflejan cruzándose, entretejiéndose. Vidas que desean cerrar heridas tanto como llegar hasta el fondo, aunque el precio sea tan alto, tan alto.

No sé qué haría este director, Jeremy Saulnier, que es también el guionista, con un gran presupuesto, pero con esta película independiente ha logrado que cada personaje sea un mundo donde nada queda suelto.

En Blue Ruin no sobra una palabra ni falta un detalle porque todos encuentran su lugar necesario en medio de una austeridad de vagabundo que ha aprendido a usar los mínimos recursos para seguir adelante.

Blue Ruin, además de contar con un protagonista de excepción (Macon Blair), cuenta con un reparto de secundarios imprescindibles (Eve Plumb, Devin Ratray, Amy Hargreaves, David W. Thompson, Bonnie Johnson, Stacy Rock, Kevin Kolack), y en 2013 fue premiada en los festivales de Cannes, Gijón, Marakech, Chicago, Deauville y Hamptons.

http://youtu.be/U_1mgieaGvY

Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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