Brasil: epidemia de ataques a escuelas por notoriedad digital en las redes sociales

El ataque a una guardería en la que cuatro niños resultaron muertos y otros cinco heridos a golpes de una pequeña hacha en Blumenau, una ciudad de 363.000 habitantes en el sur de Brasil, el 5 de abril 2023, desató una ola de amenazas a otras escuelas que ha hecho cundir el pánico en la población, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.

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© Roberto Parizotti / FotosPúblicas

El temor a que el país alcance el nivel de epidemia de ataques escolares de Estados Unidos no se sostiene en las estadísticas, ya que hubo nueve ataques en Brasil en 2021 y 2022, contra 88 en la potencia del norte, según el diario The Washington Post. Y allí suelen ser mucho más letales, por el uso de armas de fuego de repetición.

Pero asusta el crecimiento de esos incidentes en Brasil. De los veinticuatro casos registrados por la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) desde 2002, once ocurrieron en los últimos ocho meses. Antes eran esporádicos.

En los dos últimos el agresor usó armas blancas: un cuchillo el 27 de marzo, cuando un adolescente de trece años mató a una profesora e hirió a tres alumnos en São Paulo, y el hacha del hombre de veinticinco años que asesinó a cuatro niños de entre cuatro y siete años en Blumenau.

Los ataques más letales se efectuaron con armas de fuego, con doce adolescentes muertos en Río de Janeiro, en 2011, y nueve víctimas en 2019 en Suzano, cerca de São Paulo. En ambos casos los tiradores se suicidaron.

La oleada de amenazas y alarmas que siguió a la matanza en la guardería, el 5 de abril, provocó la suspensión de las clases en muchas escuelas, el despliegue de policías en el entorno y en algunos casos incluso dentro de la escuela.

Policía en la escuela no resuelve

«Agentes armados en las escuelas son una respuesta de baja eficacia y gran visibilidad. Las acciones eficaces no tienen visibilidad», sostuvo a IPS el investigador Dennis Pacheco, del Foro Brasileño de Seguridad Pública, en un diálogo telefónico desde São Paulo.

Las armas agravan la sensación de inseguridad. Estudiantes y profesores ya manifestaron su rechazo a policías en el ambiente escolar, acotó. Se necesita más inversión en el monitoreo, el servicio de inteligencia para prevenir los delitos digitales, sostuvo.

«Los estudios apuntan que la policía en las escuelas no reduce la violencia, incluso en Estados Unidos el fuerte uso de esa medida no demostró ser la solución», corroboró Claudia Bandeira, asesora en Educación y Juventud de Acción Educativa, una organización no gubernamental de São Paulo.

En Brasil, cerca de doscientas organizaciones de la sociedad civil recomendaron al gobierno «el fin de la militarización de la enseñanza y de la vida» que estaba fomentando el gobierno anterior del ultraderechista Jair Bolsonaro (2019-2022), observó Bandeira.

Contagio vía periodismo y redes

Una respuesta más efectiva adoptó la mayor parte de los medios de comunicación, al suspender la publicación de fotos y la identidad de los agresores. Eso evita el «efecto contagio», la repercusión pública o la «fama» que, según los especialistas, produce nuevos atentados por imitación.

«El aumento de los ataques se debe a la narrativa de heroísmo de los que cometen esos actos, cuya difusión por la prensa confirma sus expectativas de reconocimiento de que son héroes para su pequeña comunidad digital», explicó el psicoanalista Christian Dunker, profesor de la Universidad de São Paulo.

Negar visibilidad al agresor, sin embargo, es insuficiente, pues divulgar el acto en sí mismo y el terror causado también contribuye al contagio y debería evitarse, como ya se hace en relación a los suicidios, defendió el secretario municipal de Educación de Río de Janeiro, Renan Ferreirinha, en un artículo en el diario local O Globo el domingo 16.

Más difícil es neutralizar las redes sociales, que además de propagar las «hazañas» cumplen el rol de organizar, adoctrinar y reclutar a los «héroes».

La ejecución de los atentados puede ser solitaria, pero es «planificado colectivamente para provocar el máximo de daños y repercusión», destacó Pacheco. En general son adolescentes que se sienten «víctimas de la sociedad y de los colegas de la escuela», se aíslan y buscan apoyo en la internet, añadió.

El ministro de Justicia y Seguridad Pública, Flavio Dino, pidió a los tribunales suspender 511 cuentas en las redes digitales, identificadas como difusoras del «discurso de odio» y promotoras de la violencia. Amenazó incluso con prohibir a aquellas más reacias a operar en Brasil.

Un efecto de la conmoción nacional es acelerar el trámite de una ley en el legislativo Congreso Nacional para contener las noticias falsas en las redes sociales.

Solución colectiva

«Para combatir el problema es necesario fortalecer la comunidad escolar y construir  redes de protección intersectoriales, que involucren la educación, los órganos de seguridad, la salud y los movimientos sociales», apuntó Bandeira a IPS, por teléfono desde São Paulo.

La violencia contra las escuelas, planteó, tiene su origen en el racismo, el sexismo especialmente contra los grupos LGBTIQ+, la intolerancia y el odio cuyas manifestaciones fueron legitimadas por el liderazgo político de extrema derecha, que estuvo en el poder hasta el 1 de enero.

«El discurso por la diseminación de las armas, que defiende la violencia para enfrentar la violencia, sumado a la construcción de enemigos políticos que fue la retórica dominante en los últimos años», está por detrás de la hostilidad contra la educación, señaló Dunker en entrevista telefónica con IPS, también desde São Paulo.

Es clave en ese proceso la «idea de que el Estado es la fuente principal del problema de la desigualdad en Brasil», la identificación de la escuela con el poder del Estado, «una  (escuela) injusta», acotó.

En ese contexto los jóvenes que se sienten marginados son atraídos por grupos extremistas donde «transforman sus experiencias en odio activo» para ejercer «la justicia por sus propias manos».

«Tenemos entonces la venganza contra las mujeres, contra las profesoras, contra todo lo que representa la escuela», con una «dimensión racial a la reversa», ya que en los veinte ataques contra escuelas desde 2013 «todos fueron ejecutados por jóvenes blancos», lo que indica un resentimiento contra la democratización que vive Brasil, destacó Dunker.

Todo eso se agravó con la prédica de Bolsonaro que «facilitó y estimuló el acceso a las armas, demonizó los profesores, especialmente los de Historia, acusándolos de adoctrinar los niños con cuestiones de género, ‘homosexualizándolos’», dijo.

El psicoanalista identifica diferencias entre la violencia contra las escuelas en Estados Unidos y en Brasil, porque las escuelas en aquel país son estrechamente vinculadas al distrito donde se ubica y viven sus alumnos, mientras en Brasil se diferencia el lugar de vivienda y el de escolarización.

El actual brote brasileño de ataques a las escuelas «tiende a aumentar antes de reducirse», vaticinó. La repercusión de los más recientes, con el clima de miedo generado, cataliza nuevas acciones similares, pero las autoridades están adoptando medidas de prevención que deberán contener esa violencia más adelante, argumentó.

Una dificultad para atacar causas y superar traumas es la carencia de «sicólogos, aconsejadores y escuchadores en las escuelas brasileñas, especialmente las públicas», lo que afecta el cuidado de la salud mental de los jóvenes y adolescentes, concluyó.

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