Brasil: la extrema derecha pierde el apoyo militar

Una condena del expresidente Jair Bolsonaro a la inhabilitación política por ocho años amenaza reducir la extrema derecha en Brasil a su condición de minoría poco relevante que tenía hasta 2018, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.

El Tribunal Superior Electoral lo condenó por abuso del poder político con fines electorales, cuando el mismo Bolsonaro, aún presidente, convocó a un encuentro con los embajadores extranjeros en Brasilia, en su residencia oficial, para decirles que el sistema electoral brasileño no era confiable.

Ese juicio, que se concluyó este viernes 30 de junio con cinco votos a favor de la inhabilitación y dos en contra, es solo el primero de los dieciséis procesos judiciales, la mayoría en el ámbito penal y no electoral, lo que puede llevarle incluso a la prisión.

Quizás más decisivo para su futuro político es que las Fuerzas Armadas, que se comprometieron con el gobierno de Bolsonaro (2019-2022) y fueron el principal sostén de su poder, dejaron la disputa política y se retiraron a los cuarteles.

El general Tomás Paiva, actual comandante del Ejército, la fuerza que efectivamente cuenta en la política, decidió «despolitizar» sus tropas y parece dispuesto a hacerlo. En sus discursos defiende la democracia con énfasis y retiró de funciones de comando o agregado militar en el exterior a oficiales sospechosos de actos golpistas.

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Militares perdieron popularidad

La confianza popular en los militares cayó en los últimos cuatro años de vinculación a la extrema derecha y al gobierno de Bolsonaro, según las encuestas de Confiabilidad Global del Instituto Ipsos.

En 2022 solo 30 por ciento de los brasileños entrevistados dijeron confiar en sus Fuerzas Armadas, el tercer peor resultado entre los veintiocho países del sondeo. Colombia, Sudáfrica y Corea del Sur presentaron índices menores.

Pero en Brasil la confianza era un bien superior en 2019, cuando el 1 de enero empezó el gobierno de Bolsonaro con varios generales como ministros: 39 por ciento. Dos años después había caído a 35 por ciento. Las respuestas «no confiables», subieron de 26 por ciento en 2021 a 34 por ciento en 2022.

La trágica gestión de un general, Eduardo Pazuello, como ministro de Salud en el peor período de la pandemia de la COVID-19, entre mayo de 2020 y marzo de 2021, contribuyó al deterioro de la imagen de las Fuerzas Armadas, así como su participación en la distribución de medicamentos inadecuados contra el coronavirus.

Además, por una insistencia suicida de legisladores derechistas, inició su labor en mayo una Comisión Parlamentaria de Investigación sobre la invasión y depredación de las sedes de los Tres Poderes en Brasilia, practicada por bolsonaristas el 8 de enero, siete días después de asumir la presidencia Luiz Inácio Lula da Silva.

Un avance de tales investigaciones afectará principalmente a las Fuerzas Armadas, al revelar la participación de militares, incluso activos, en aquellos actos golpistas. Ya hay coroneles y generales convocados a aclarar su presencia u omisión en los hechos del 8 de enero.

Volver a los cuarteles es un atavismo de los militares brasileños después de una participación negativa en el poder político, repetidas veces en la historia del país.

Pasó al final de la dictadura militar de 1964 a 1985, cuando sufrieron humillantes derrotas en las elecciones que permitieron, aunque sometidas a sus reglas, y no lograron superar la crisis económica, reflejada en una elevada inflación y una deuda externa a camino de la moratoria forzada.

Debilidades de la extrema derecha

La extrema derecha en Brasil tiene rasgos distintos de los demás países donde se fortaleció o incluso ascendió al poder. No hay las presiones migratorias que fomentan la xenofobia como un factor de ascenso del llamado populismo de derecha, en Europa y Estados Unidos.

En cambio el ultraderechismo personificado en Bolsonaro contó con el activo respaldo militar, que le faltó a su par estadounidense Donald Trump (2017-2021). El líder brasileño, un capitán retirado del Ejército, hizo toda su carrera política de veintiocho años como diputado nacional en defensa de las Fuerzas Armadas y su dictadura.

Su triunfo electoral de 2018 sonó como una redención de los militares, el reconocimiento por una mayoría de los brasileños de que fue positivo el ejercicio castrense del poder político en los años sesenta y setenta. Y de la validez de su versión, de que intervinieron en la política para asegurar la democracia contra la amenaza comunista.

Esa simbiosis, sin embargo, no significaba un apoyo castrense al golpe de Estado que el expresidente brasileño intentó promover para mantenerse en el poder.

Ese tipo de acto de fuerza con protagonismo militar ya parece imposible en países del tamaño y la complejidad social y económica como Brasil y las naciones más desarrolladas.

De todas maneras, Bolsonaro vivió su gobierno dividido entre la vía electoral y la golpista. Creía en la mayoría absoluta del conservadurismo en la sociedad brasileña, que había logrado despertar en 2018, tras tres décadas de sumersión luego de la debacle de la dictadura militar.

Eso le aseguraría la reelección en 2022, en una repetición del sorpresivo triunfo de 2018. Por las dudas también contaba con el respaldo militar para una solución de fuerza.

Pero la extrema derecha no cuenta con un partido consolidado, como el Republicano en Estados Unidos, para enfrentar el desafío electoral. Bolsonaro intentó crear su propio partido entre 2020 y 2022 y fracasó. De las 492.000 firmas que necesitaba, consiguió poco más de 183.000.

Como la legislación electoral brasileña solo acepta postulaciones partidarias, Bolsonaro y su gente se incorporaron al Partido Liberal, dirigido por un político profesional, ajeno al moralismo retrógrado y la religiosidad del bolsonarismo.

El expresidente alcanzó una impresionante votación, 58,2 millones de sufragios o 49,1 por ciento de los votos válidos en la segunda vuelta en octubre de 2022, pese a la mala gestión presidencial, especialmente en relación a la pandemia que costó más de 700.000 muertos en Brasil, cantidad solo superada por Estados Unidos.

Además, su apoyo fue decisivo para el triunfo de algunos gobernadores de estado, senadores y diputados. Tarcisio Freitas, su ex ministro de Infraestructura, se eligió gobernador del estado de São Paulo, el más populoso y rico entre los veintiséis estados Brasileños.

Por eso se estima que, aunque sin postularse a cualquier cargo político, Bolsonaro será un importante apoyo electoral para los candidatos derechistas.

Bolsonaro nunca gobernó de hecho

Pero será difícil evitar la corrosión de su popularidad fuera del poder y sin un legado que no logró construir en sus cuatro años de gobierno. La gestión, la acción gubernamental y las políticas públicas nunca tuvieron su atención.

El actual presidente, Lula, y la izquierda construyeron una base entre los pobres, que son mayoría en Brasil, conquistados por las políticas de combate a la pobreza, al hambre y la desigualdad, principalmente en los gobiernos anteriores de Lula, entre 2003 y 2010.

Bolsonaro «tercerizó» la gestión económica al exministro de Economía Paulo Guedes, y al Congreso Nacional. A tal punto que se decía que el primer ministro de hecho era el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, quien se mantiene en la función en el nuevo gobierno, identificado con la izquierda.

El objetivo de Bolsonaro, reflejado en sus acciones y discursos, era restaurar los valores y el mundo de «cincuenta años atrás», el de la familia tradicional, sin la diversidad sexual ni matrimonios monoafectivos, la enseñanza cívico-militar del pasado, sin la cultura y las artes contemporáneas.

Literalmente un líder reaccionario, en lucha con los avances civilizatorios de las últimas décadas, que atribuía a las imposiciones izquierdistas, al «marxismo cultural». Rehacer la historia es su fuerza electoral junto a todos los resentidos, pero también su debilidad, ya que parece imposible retroceder en la historia de forma permanente.

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