Canadá despenaliza el suicidio asistido

El suicidio asistido, que consiste en que un paciente se autoadministra un medicamento letal recetado por un médico para poner fin a su vida, es legal en Canadá. Este país se suma a Suiza en permitir como nación esta práctica.

La Suprema Corte canadiense derogó el viernes la prohibición al suicidio asistido por médicos, pero sugirió que dicha práctica esté disponible solo en casos en los que adultos capaces sufran de una enfermedad incurable.

Sin embargo, la decisión fue puesta en suspenso durante un año para permitir a los legisladores elaborar nuevas normas en torno al polémico tema.

Por unanimidad, los nueve jueces del mayor tribunal de Canadá estimaron que los artículos del Código Penal que prohíben el suicidio asistido violan la Carta de Derechos y Libertades.

El desafío a la legislación previa fue presentado por las familias de dos mujeres de la provincia occidental de British Columbia y fue apoyado por grupos defensores de las libertades civiles.

Una de las mujeres, Gloria Taylor, murió de una infección tras padecer una enfermedad neurodegenerativa.

La otra, Kay Carter, viajó a Suiza, donde le fue permitida la práctica del suicidio asistido por un doctor. Antes de morir, la mujer de 89 años dijo sentirse aterrada de «morir pulgada a pulgada».

La decisión del tribunal revoca una sentencia de 1993 en el caso de Sue Rodríguez, una pionera en la lucha por el derecho a morir en Canadá.

En una lucha similar también estuvo Brittany Maynard, quien hizo pública su decisión de terminar con su vida por padecer un cáncer terminal en el cerebro. Ella comenzó una campaña para impulsar las leyes de muerte digna en Estados Unidos.

Tras su muerte en noviembre de 2014, un grupo de legisladores de California presentó en enero de este año un nuevo intento por legalizar el suicidio asistido en ese estado, en compañía de la familia de Maynard.

La propuesta es similar a la que existe en Oregon que permite a una persona con una enfermedad terminal y una prognosis de muerte en un plazo de seis meses pedir una medicación eutanásica. El paciente debe ser capaz de tomar la medicación, no administrada por los médicos, y estar en pleno uso de sus facultades.

Por ahora se desconoce si en Canadá el gobierno federal modificará su ley, antes de las próximas elecciones legislativas de octubre: “Vamos a tomarnos el tiempo de examinar a profundidad esta decisión tan importante”, declaró el ministro de Justicia, Peter MacKay, a la prensa local.

Un 85 % de los canadienses está de acuerdo con la asistencia médica para morir, según un sondeo reciente del instituto Ipsos.

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2 COMENTARIOS

  1. La realidad es que siempre ha existido una mayoría de ciudadanos favorables al derecho de acceder a la eutanasia y al suicidio asistido. Esa mayoría se niega a que, por presiones religiosas, se le condene a morir de una forma nada digna ni compasiva. Es lo que sucede hasta ahora en la naciones donde el derecho a decir adiós aún no está reconocido.
    Lo insultante no es que los dos partidos de derechas -PP y PSOE- que han gobernado España desde 1977 se hayan desentendido de este derecho básico del que padece, sino que incluso el resto de los partidos también haya soslayado la cuestión o colocado sin ninguna relevancia en sus programas electorales.
    A nadie se le obliga a la eutanasia, y en cambio, a los enfermos sufrientes sí que se les condena a morir lentamente como un leño en la cama o en una silla de ruedas. Acabemos con las pretensiones de dominio de las diversas mitologías religiosas: nadie, absolutamente nadie, puede decidir sobre nuestra propia vida.
    Confío en que el proceso electoral que se avecina no se olvide de sacar a relucir esta cuestión fundamental, ausente todavía de nuestros derechos civles.

  2. Este tema es difícil para toda la sociedad, por las distintas convicciones. La humanidad puede decirse que concuerda en tener como valor máximo la vida, si bien unos más, otros menos, también extremos.
    Creo que olvidamos que la muerte -de la cual hasta huimos en el pensamiento-, sin embargo, es parte igualmente de la vida, y de que, en realidad, podemos ser ya cadáveres aunque estemos palpitando y con toda la apariencia biológica o cultural de no ser así. O por lo realizado en vida, terminar siendo eternos o cuasi-eternos en quienes nos recuerdan o siguen.
    ¿Hasta cuando cada uno, conforme a su conciencia y convicciones, puede seguir ignorando la realidad tangible, concreta, de la muerte en nuestras vidas, y de sus efectos en la naturalidad del tiempo individual y colectivo?

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