Coincidiendo con el centenario de la muerte de Augusto Rodin, celebrada en Francia con diversas exposiciones y manifestaciones, el director francés Jacques Doillon ha presentado en la competición de Cannes una obra rigurosa y respetuosa sobre la vida y la obra del célebre escultor, interpretada por un sólido actor: Vincent Lindon (premio de interpretación masculina en Cannes 2015 con “La ley del mercado” de Stephane Brizé).
Con esmerados decorados reconstruidos y con decorados naturales en la casa museo del artista en Meudon, cercanías de Paris, Jacques Doillon rueda con dos cámaras para dejar más libres a los actores en sus movimientos a lo largo de cada secuencia, limitando así o preparando el trabajo posterior de montaje.
Su guion sale de las normas del típico biopic, ya que se centra solamente en un periodo de la vida de Rodin, cuando a sus 40 años, ya reconocido su talento, recibe por vez primera en 1880 un encargo del Estado: la célebre composición de esculturas “La puerta del infierno”.
Aunque Rodin vive en Paris con su fiel compañera Rosa, es en esos años cuando tiene una apasionada relación con su alumna Camille Claudel, interpretada aquí por la joven Izia Higelin.
La inevitable sombra de Camille Claudel y su relación profesional y sentimental con Rodin, ocupa la primera parte de la película, hasta la ruptura que conduciría más tarde Camille a la locura. Aunque sufriendo de esa separación Rodin vuelve con Rosa y prosigue obsesivamente su obra, hasta la realización de su “Balzac”, que pone punto final, como símbolo de su reconocimiento internacional.
El relato, siempre desde el punto de vista de Rodin, está concebido como una serie de retablos, de fluida y rigurosa puesta en escena, pero muy clásico en su voluntad de reconstitución de la época y de los personajes históricos que rodeaban al escultor, desde Víctor Hugo a Claude Monet o Paul Cezanne.
Contrariamente a las interpretaciones existentes sobre la responsabilidad de Rodin en la ruptura y crisis de Camille Claudel, el guion de Doillon justifica el comportamiento de Rodin al presentarlo como un hombre respetuoso, sensible y solido frente a la paranoia creciente de su amante y alumna.
Este retrato homenaje cinematográfico a Rodin se apoya en un sólido actor: Vincent Lindon, quien encarna un Rodin convincente pero muy diferente, más reflexivo y menos impetuoso del que interpretó Gerard Depardieu en “Camille Claudel” 1988 de Bruno Nuytten.
Resulta mucho más floja en cambio, la interpretación de la Joven Izia Higelin, quien no aguanta la comparación con la Isabelle Adjani de aquella película, o con la Juliette Binoche de la película “Camille Claudel 1915” realizada en 2013 por Bruno Dumont.
Paradójicamente y no obstante la desigual interpretación de Izia Higelin, es sobre todo a partir del momento en que Camille desaparece de la vida de Rodin, cuando la película se instala en cierta lentitud y ausencia de crescendo dramático, lo que explica la respetuosa pero fría acogida que tuvo en la proyección de prensa.
En las películas realizadas sobre Rodin y Camille Claudel, no cabe duda de que la sombra de Camille persigue como una maldición al escultor, pues al menos en la ficción es la figura de ella, su pasión y su locura la que brilla y aporta siempre un interés dramático y novelesco a la leyenda, haciendo imposible el hablar de Rodin, sin referirse a su no menos célebre y enloquecida amante.