Carlos Marx ha sido, para gran parte de la humanidad, el hombre más influyente de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX
Sus teorías fueron devoradas por destacados intelectuales y políticos para impulsar organizaciones, fundamentalmente de trabajadores, que promovieron acciones contra el floreciente capitalismo e imperialismo que pronto creó una explotación masiva de millones de ciudadanos y beneficios exhaustivos para las clases acomodadas.
Miles de libros han glosado su obra. El desarrollo de la civilización y el impulso de las grandes ciudades e industrias expansivas, encontró de inicios, en sus trabajos fundamentales, un análisis crítico pronto asumido por quienes eran víctimas del nuevo dios, el dinero y sus profetas cada vez más poderosos, los bancos, la publicidad y los medios oficiales de comunicación. Un impacto global que alentó numerosas revoluciones, muchas de ellas pronto alejadas, una vez triunfantes y por desgracia, de los principios que las motivaron e impulsaron.
Este año se han cumplido 200 años de su nacimiento y numerosos estudios y trabajos sobre su vida y obra se han publicado en España. Pero hace dos años se editó una obra magna titulada Karl Marx, ilusión y grandeza del catedrático de la Universidad de Londres Garet Stedman, sin duda una de las más importantes que se han creado sobre él, no solo por el reflejo de su vida y obra, sino por el análisis que realiza de la vida política y social en que confluye su existencia en la Europa que va -Carlos Marx nació en 1818- de los años que convulsionaron Europa, hasta su muerte, en 1883.
En este pequeño trabajo vamos a glosar únicamente, dos de las características que humanizan al personaje: su dedicación, de joven, a la poesía, que siempre leyó con entusiasmo, y su amor por la bella y culta Jenny Longuet, a quien acompañó hasta su dolorosa muerte, dos años antes de que él mismo muriera, sufriendo tanto por su propia enfermedad como con la agonía de ella. También había desaparecido su hija más amada, Jenny, dos meses antes de que él perdiera la vida, entre pesadillas, alucinaciones y dolores crueles, cuando contaba solo 38 años de edad.
Desde que cursaba estudios, Karl Marx fue un gran amante de la literatura. Alternaba entonces a Hegel con los grandes poetas que florecían en Alemania. Y aunque ya, desde joven, participaba en reuniones políticas con los estudiantes, no dejaba de escribir poesía.
Damos un breve fragmento extraído del libro comentado de una de ellas, para ver como se envolvía, desde sus inicios, en cuestiones sociales que anticipaban sus trabajos revolucionarios.
Este universo pigmeo por si solo se colapsa.
Pronto la Eternidad abrazaré y al fin podré aullar
al oído de la humanidad mi maldición ciclópea.
¡La eternidad! Eso que es apenas un eterno dolor,
¡la muerte inconcebible siempre inabarcable!
un artificio maligno burlándose de nosotros,
que solo somos mecanismo de relojería, máquinas de cuerda,
necios subordinados al calendario y al tiempo.
En 1836 Karl llega a Berlín, conoce a Jenny, le envía varios libros de poesía y se enamora de ella, comprometiéndose por su altura intelectual y su gran atractivo en que su corazón se una a la devoción que él siente por ella.
Ya en 1939 Marx se ha comprometido ansiosamente con la filosofía y el amor. Ha renunciado a la poesía, pero no va a dejar su pasión por la literatura, hasta el punto de que desea crear una revista dedicada al teatro.. Y ya participa, activamente, en proyectos revolucionarios con otros jóvenes estudiantes, mientras lee apasionadamente a Hegel, Kant, Hölderlin, Schelling o Heine.
Pero antes de cerrar estas líneas, demos otro fragmento de poema que habla de su dedicación a la bella, sensual y culta Jenny. Destacó que su esposa fuese vista como «la más bella chica de Tréveris, princesa encantada en la imaginación de todo un pueblo».
Su poema más sensible, quizás, es el que reproducimos:
Ah, si mi corazón hablara, si solo pudiera
verter lo que habéis agitado en su fondo,
las palabras serían todas un fuego melodioso,
y cada exhalación una absoluta eternidad,
un cielo y un infierno, infinitamente vastos,
en que cada vida resplandecería con sus pensamientos
llenos de suaves anhelos, plenos de armonía,
y con el mundo dulcemente encerrado en su pecho,
fluyendo radiante de puro amor,
¡pues cada palabra llevaría tu nombre!
Esta sensibilidad, plena desde su juventud, impulsó sus anhelos revolucionarios por un mundo más justo, sin la brutales explotaciones y colonialismos que esclavizaban a tantas gentes y pueblos, e hizo que Karl Marx creara unas ideas y proyectos, en connivencia con Federico Engels, que cambiaran el futuro del mundo.
Su vida y su obra continúan siendo un ejemplo para muchos de nosotros.