Estoy esperando
que los bosques y los animales
reivindiquen la tierra como suya.
Y estoy esperando
que inventen una forma
para destruir todos los nacionalismos
sin matar a nadie
Ferlinghetti
Los nacionalismos, que no son las luchas por la independencia de un pueblo, de uno u otro signo, carecen de ética, son ajenos al diálogo, no se fundamentan en un pensamiento racional.
Se envuelven en banderas, músicas, símbolos, tergiversaciones históricas, parafernalia costumbrista que ofician de melopeas enajenantes para ocultar sus auténticos intereses económicos, políticos, sus corrupciones y ambiciones partidistas, y adormecer a las multitudes, enajenándolas y colocándolas a su servicio. No hablamos aquí de la rebelión de quienes fueron conquistados por la fuerza de las armas, sometidos a la esclavitud, desposeídos de sus tierras y riquezas ambientales, hasta de su lengua y cultura, y deciden luchar por su libertad y librarse de los ocupantes imperialistas.
Pueblos enteros han conocido y conocen este atropello genocida, y han combatido por librarse de quienes les sojuzgan y exterminan. Ese tiempo, y esa acción revolucionaria, nada tiene que ver con la opereta folclórica de quienes se apoyan en el concepto de patria y nacionalismo -como los explotadores de la democracia- para intentar cambiar las estructuras del poder político e impulsar al tiempo el grito y la acción contestataria para sustituir a sus opresores, con los que siempre han colaborado, amparados en policías, leyes represivas, iglesias castrantes y medios de comunicación al servicio de los grandes capitales, alineados a su servicio.
En los días de hoy otras serían nuestras palabras si, por ejemplo, el pueblo catalán se levantara para reivindicar una nación libre, precisamente, de quienes les vienen explotando, cercenando sus derechos sociales, económicos y culturales, amasando a su costa fortunas incalculables, y emborrachándoles con circos que van de la Virgen de Montserrat al Barcelona algo más que un club, partidos que llevan décadas en el poder al tiempo que esquilmando sus derechos sociales, recortando sus libertades públicas, deteriorando su vida ciudadana, saqueando sus finanzas públicas que depositan en paraísos fiscales llaman a esos lugares terroristas y apoyando, siempre que lo necesitan, opciones políticas que van del feroz capitalismo al más despiadado imperialismo.
Igual diríamos de políticas y ortodoxias chauvinistas de otras «nacionalidades», castellanas, andaluzas, extremeñas, gallegas o vascas, que se encubren con otras banderas y mitos para idénticos fines explotadores y latrocinios arrastrados desde Girona a Cádiz, y que en el fondo son todos dependientes de otro tipo de «nacionalidades», bancos y monopolios industriales y económicos europeos o norteamericanos, que conforman ese auténtico nacionalismo imperialista de la cultura occidental.
Porque, y hablamos de Catalunya por su actualidad seudorebelde nacionalista, no encontraremos en sus fines independentistas ninguna acción encaminada a librarse de sus más auténticos explotadores, económicos e ideológicos, sean fuerzas europeas, yanquis, la Iglesia Católica o la cultura uniforme expandida desde las multinacionales cuyo centro más influyente y dominio más visible se expande desde los Estados Unidos de América.
Buscan un poder propio, no una nación propia que los libere de los últimos y mayores opresores de la economía y cultura mundial. Lo único que desean es poder administrar su «finca», que llamarán estado independiente, al tiempo que lo sitúan como buen vasallo de las leyes y usos que seguirán dominándoles.
Y hora es de analizar y discutir sobre los conceptos ideológicos que encontramos en las antípodas de esta verborrea, luchar por destruir precisamente las fronteras -que se lo digan a los millones de seres humanos que huyen de las guerras y las hambres provocadas por esos imperialistas que las provocan y les cierran al tiempo el acceso a sus países, rechazan a los pueblos a los que esquilman sus riquezas e imponen leyes cada vez más draconianas a los trabajadores a su servicio destruyen su pensamiento, cultura diferencial, uniformándolos en repulsivas formas de vida -de los deportes a la música, de la comida a su hipocresía moral, de las formas impositivas de la prostitución al bombardeo sobre la manera de vivir de los poderosos que los dominan.
Cegados al conocimiento e intercambio de la mayor parte de los pueblos del mundo, les obligar subliminalmente a englobarse en la unidimensionalidad que destruye no ya las diferencias, sino su propia libertad, historia, y el conocimiento de la singularidad de unos y otros.
Vivir en las irracionalidades religiosas, morales y culturales y hasta en el monopolio de una única cultura del ocio. Al fin reinos de taifas endogámicos para así convertirse en un único súbdito bien adoctrinado, obediente y sumiso: la masa de una única voz en los estadios, plazas públicas, instituciones educativas, vida social.
Difícil resulta, carente de ideas, intelectuales críticos, organizaciones sociales y políticas auténticamente independientes, oponerse a esta melopea enajenante y bochornosa, en su lenguaje y en sus fines, que desde Barcelona o Madrid anonada, estupidiza y conduce a la abulia o el exterminio mental. Y más en tiempos del poder empresarial sobre los medios de comunicación y las políticas culturales. Como explica acertadamente Umberto Eco:
«Es justamente porque existen las multinacionales por lo que la idea de la revolución del Che Guevara ha devenido imposible… Cuando se vive en un universo en el que un sistema de intereses productivos se vale del equilibrio atómico para imponer una paz injusta y poner en órbita satélites que se vigilan recíprocamente, la revolución nacional es imposible de hacer porque todo se decide en otro lugar. La lucha se desarrolla entre grandes fuerzas y no entre demonios y héroes»
Y esas grandes fuerzas se encuentran, para el poder catalán o madrileño, situadas en Alemania y Bruselas de un lado, Washington -fundamentalmente- de otro, no en simples y patéticos títeres y sus acólitos de partidos aliados, , como estos día pueden ser los Arthur Mas y Mariano Rajoy, de turno.
La vergonzosa escritura de la falsa historia. Como si uno, por ser castellano, defendiera a los nefastos Reyes Católicos, la Inquisición o un andaluz a la duquesa de Alba y el latifundio, todos ellos, eso si, envueltos en trapos de colores que llaman banderas y folklores propios.
Léase a Marco Aurelio, más de veinte siglos nos contemplan, te llames Junqueras o Albiol, Forcadell o un tal Sánchez, al fin extremos y tan opuestos e iguales como radicales sacerdotes de rituales nefastos:
Mi ciudad y mi patria, en cuanto Antonino, es Roma, en cuanto hombre, el mundo. Así pues sólo lo que es útil para estas ciudades es bueno para mi
Todo nacionalista nace y vive esclavo de los símbolos: carece de razón
París y las guerras.
Hollande. Rajoy. Cameron. Obama, entre otros. Ya pueden sentirse satisfechos: difícilmente encontraremos políticos burócratas tan mediocres y simples como ellos, espejo de un mundo que camina hacia el exterminio de la razón y el pensamiento.
Tienen «su» guerra, como en cualquier película de las que made in USA admiran y pueden incrementar de paso las medidas restrictivas, de terror policial también y recorte de derechos ciudadanos, cuando les interese a sus oscuros fines, que ellos no hablarán de su respeto a las multinacionales armamentísticas y a los gobernantes sátrapas que dominan el petróleo, ni de sus acciones de hazañas bélicas que multiplican por mil las muertes de inocentes que causan el terrorismo que combaten, medidas para someter al silencio y el conformismo a sus pasivos y bien alienados ciudadanos, tran pasivos, complacientes o reducidos a la inanición ante su forma de gobernar para servir los grandes intereses explotadores del capitalismo. ¡Cómo les gusta pasar de jugar con soldaditos de plomo a mandar carne humana al desolladero!
Al fin, los terroristas islámicos pueden impregnar sus acciones en los viejos terroristas cristianos de los siglos pasados: conquistas a sangre y fuego, inquisiciones que terminaban con los espectáculos por el pueblo aplaudidos en las plazas públicas -ellos tienen la tele parea dar mayor difusión a sus salvajadas- guerras de religión, cruzadas infantiles…
Pueden sentirse satisfechos del eco que alcanzan sus siniestras escaramuzas, elevadas a la categoría de guerras modernas. Y que nadie toque temas como el de la religión y su poder, o el nacionalismo: preciso es respetar los crucifijos o las medias lunas, las banderas de uno u otro color, las multitudes emborrachas con palabras como guerra o exterminio. Mientras en la sombra siguen actuando los poderes económicos: petróleo, fusiles… no importa quienes los producen, comercializan: lo importante es que creen riqueza a quienes ,los poseen y venden.
Basura, náusea, cansancio de las palabras, de los rostros que las pronuncian, de las imágenes que ocupan día y noche las televisiones, de los contertulios que no entran en el fondo de cuanto ocurre y lo que significa para la libertad, para la existencia de todos nosotros. Lo que no querrían reconocer es que si ellos ganan audiencia, a los autores y fanáticos de ISIS les han regalado publicidad por miles de millones de euros.
Pongamos como coda final una cita del apátrida Cioran, quen vivió, pensó y murió en París:
Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político. Los que distinguen entre el fiel y el cismático. No se mata más que en nombre de un dios o sus sucedáneos: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de nación, de clase o de raza, son parientes de la Inquisición o de la reforma.
El fanático es incorruptible: si mata por una idea puede igualmente hacerse matar por ella: en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo.