«Retrato de una mujer en llamas» (Portrait d’une jeune fille en feu), cuarto largometraje de la cineasta francesa Céline Sciamma (“Girlhood”, “Tomboy”, “Naissance des pieuvres”), premio al Mejor Guión en el último Festival de Cannes, cuenta con dos aplaudidas protagonistas, Adèle Haenel (“La fille inconnue”, “120 pulsaciones por minuto”) y Noémie Merlant (“Los herederos”, “La fiesta de las madres”).
Estamos en los finales del siglo XVIII. Marianne (Noémie Merlant) es una pintora con talento contratada para hacer un retrato de Héloïse (Adèle Haenel) destinado a ser enviado al pretendiente que, en Milán, espera el momento de casarse con ella. Marianne tiene que pintar el cuadro de Héloïse sin que ella lo sepa, porque no está de acuerdo con los planes que le tiene preparados su madre, para lo que tendrá que hacerse pasar por señorita de compañía y trabajar en el cuadro por la noche. Poco a poco, la relación entre las dos jóvenes se irá estrechando en una complicidad que se va a transformar en una delicada historia de amor condenada al fracaso.
Retrato de una época en la que la que funcionaba todavía la separación de las clases sociales, cuando las mujeres iniciaban con esfuerzo el camino de su liberación de la tutela masculina y familiar, “Retrato de una mujer en llamas” es una emotiva película de época, magníficamente ambientada, sobre la condición femenina y la emancipación de la mujer, la amistad, el amor, el derecho al trabajo y a disponer del propio cuerpo, y el recurrente tema del pintor (en este caso pintora, lesbiana) y la modelo. Un delicado cuento en el que priman los sentimientos.
La historia, que transcurre prácticamente en su totalidad en el interior de una gran mansión campestre y en un mundo casi sin hombres, un gineceo habitado por las dos jóvenes, una madre y una sirvienta, es un relato de iniciación, del nacimiento de un amor emancipador, del que no se escatima ninguno de los aspectos emocionales o físicos: sensualidad, deseo, sexualidad y erotismo, y sobre todo miradas: son las miradas de las dos mujeres las que van marcando el tiempo de la historia. La directora no pierde la ocasión de, al hilo de la fábula romántica, irnos mostrando diferentes aspectos de la opresión patriarcal de la época: el matrimonio forzado, un aborto clandestino, los deberes y las obligaciones de la clase y el género.
Ignoro si era la intención de la realizadora pero, en mi opinión, hay un exceso de simbolismo en una película de extremos: lo mismo puede gustar mucho, que resultar interesante como un hermoso cuadro, aunque fría y ajena como es mi caso.
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