Día a día, gota a gota, advertimos cómo en el escenario de la sinrazón que llamamos vida, los mejores se van. Ya no podemos llamar a esos amigos que nos han dejado, nos vamos quedando huérfanos de afectos y esos a los que admiramos, se marchan sin avisar ante nuestra estupefacción. Y llega entonces la eterna pregunta, esa que tiene que ver con nuestra propia existencia, esa que tú no te preguntabas porque supiste vivir, chatín.
Incombustible personaje de la escena, esa en la que hacías de Arturo Fernández ante el respetable femenino al que enamorabas.
Y es que en el devenir no sabemos cuál es el principio de lo siguiente, pero menos el fin. Terminar con la vida o acabar lo que tenemos por hacer quizá es la asignatura pendiente en este momento irreflexivo que nos lleva a no detenernos nunca, a no admirar todo lo que tiene que ver con lo que acontece. Eso que te hace palidecer cuando alguna persona desfila ante nosotros y estamos ya en la casilla de salida y entonces nos preguntamos qué vida llevamos, ¿es esta la vida que quiero? esto se acaba…
Arturo Fernández nos ha dejado en la mejor escena de su vida, la de no envejecer a pesar de los días, a pesar de la realidad que nos recuerda a cada instante que ya somos mayores para hacer una cosa u otra y no es cierto. Siempre hay un momento para comenzar, para indigar esas cuestiones que nos han interesado; siempre hay un segundo para detenernos a admirar la belleza que se extingue porque cuando nos vamos, al día siguiente, la gente en general y las personas en particular siguen en sus quehaceres porque la vida sigue, dicen.
Gracias por recordarnos que ser un galán no es un esfuerzo, no es una circunstancia ajena a nosotros, es una forma de vida y enamorarte de esta es un reto que perdemos cada momento cuando nos quejamos, cuando no distinguimos que estamos en el primer mundo y que nuestras necesidades están cubiertas y nuestra vida es inmensamente rica porque tenemos precisamente eso que tú has perdido.
Ya no podremos ir a verte decir chatina pero siempre te recordaremos impecable ante las mujeres a las que admirabas y las que hicieron de ti un hombre de bien.
Hasta siempre chatín, ¡vaya putada que te hayas ido ya a la tierrina!
Descansa en paz, Arturo.