Chekov: El jardín de los cerezos en Réplika Teatro

Como un desafío a la actualidad, El jardín de los cerezos muestra un mundo que se extingue a ojos vistas. Estamos ante una de esas obras maestras de la literatura dramática universal que te atrapan y te absorben aunque ya conozcas el argumento y sepas el final.

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No es la sorpresa, por tanto, lo que te hace ensimismarte en ellas al contemplarlas una y otra vez sino cómo va discurriendo todo, con qué precisión se llega a la catástrofe final sin que haya escapatoria posible a pesar de saberlo. Es el caso de El jardín de los cerezos, de Chéjov, que nunca acaba de descubrir todas sus claves, ahora magníficamente traducida, versionada, producida e interpretada por el equipo Réplika.

Sus personajes están sumidos en la crisis que en ellos provoca el cambio de época. Un cambio de época (o de ciclo económico, ya que desde el minuto uno, a pesar de ser aristócratas, se habla de dinero) que plantea una serie de interrogantes que no saben cómo formular y ante los que nosotros seguimos sin respuesta.

Algunos de sus personajes son claramente transferibles a hoy, como el joven intelectual revolucionario cuyo discurso se equipara al de los líderes de los partidos emergentes, o el especulador repugnante hace cien años pero ya normalizado al que casi defenderíamos porque quién no soñó con hacerse rico vendiendo por el triple de lo que pagó. A estas dos figuras, que se azuzan y desprecian mutuamente, les une el afán de revancha hacia los señores, por lo que la unión de ambos puede resultar explosiva. De ellos dependen amorosamente las dos jóvenes señoritas de la casa, hija y adoptada respectivamente, que no se enteran de su papel de peones en el juego.

Sólo los auténticos herederos, señores aún de su casa, parecen empeñarse en conservar el punto de nobleza, un idealismo que, para nosotros, les llevará a la locura. Ellos y el viejo criado viven todavía en otro mundo. ¿Acabará Amanda (Socorro Anadón) como Anna Karenina? Temo por ella. Su hermano Leopoldo (Manuel Tiedra), quien podría ser su apoyo más fiable como varón de la casa, es un ser perdido en la infancia que provoca por igual ganas de abrazarlo y de darle un cachete.

Amanda vuelve a casa desde París derrotada y hundida, más para que la cuiden a ella que para ocuparse de nada práctico, pero ha de soportar un torrente de emociones que tan pronto van de la conciencia más profunda a la frivolidad más volátil e irresponsable. Casi en esto como su hermano. Claro que, siendo mujer, no le queda sino la fuga hacia adelante, pues todavía las mujeres tenían que esperar en casa a que volvieran los hombres ¡de la subasta de propia su casa! y les contaran. Ellas se podían pasar un día entero especulando sin poderse mover… Y esto era así por mucho que ella hubiera vivido los años dorados de Niza y de París, como todos los rusos bien de su tiempo, y volviera a la casa de la que era dueña. Ahora está aquí, y mientras espera, baila en la habitación preferida de mamá al son de la orquestina que le llega por las ventanas, como en su infancia, sin que ella pueda hacer nada más que imaginar cómo a lo lejos bailan los otros y temiendo lo peor en la subasta. Demasiado es que pueda bailar para espantarlo.

Visto así, su actitud es enorme y valerosa. Los muebles en la sala de más de 200 años resuenan patéticos en medio de la ruina, pero el punto lo pone el viejo criado: «Antes aquí bailaban los generales con sus uniformes de gala, los condes, los terratenientes, y ahora»… Esta figura fiel a sus amos, que contrasta con la del especulador, también como él hijo y nieto de criados, seguiría a sus señores al fin del mundo, pero ellos, cuando todo termina, ni se acuerdan de él.

«Cuando todo termina», y esa es la liberación. La catarsis en el más puro estilo de tragedia griega que ya en adelante les permitirá olvidarse y descansar. Y se nota esa sensación: no sufrir ya más, por la catarsis y porque la inconsciencia sigue.

Y como por arte de magia, en el techo de la sala Réplica, donde la lluvia había repiqueteado toda la representación, el aguacero arreciaba al llegar al final. Sí, en adelante El jardín de los cerezos necesitará mucha más agua.

La sala Réplika, especialista en teatro europeo del Este, se atreve de nuevo, y a la vista del éxito alcanzado con La gaviota, a montar otro desafío Chekov con el que repite temporada. Era el año 1904 cuando el autor de La gaviota, Tío Vania y Las tres hermanas, escribió El jardín de los cerezos. En ella, una familia aristocrática, arruinada por las deudas contraídas, se ve obligada a subastar la casa y aquello sin lo cual nunca sus moradores habían podido concebir su vida -ni siquiera viviendo lejos-, El Jardín de los cerezos. Allí era donde habían conocido la felicidad, allí la dicha se ser niños y más tarde jóvenes sin preocupaciones, allí el orgullo de haber sido educados en los libros y en el amor a la belleza, allí, allí. Todo se destruirá si cambia de dueños, pero lo más difícil para ellos será tomar conciencia de la situación.

  • Título: El jardín de los cerezos
    Autor: Anton Chéjov
    Dirección, traducción, iluminación y escenografía: Jaroslaw Bielski
    Versión: Jaroslaw Bielski y Nikolaj Bielski
    Compañía: Réplika Teatro
    Reparto: Antonio Duque, Socorro Anadón, Manuel Tiedra, Raúl Chacón, Rebeca Vecino/Ángela de la Fuente, Javier Abad, Antonella Chiarini.
    Producción ejecutiva: Socorro Anadón
    Ayudante de dirección, comunicación y diseño: Mikolaj Bielski
    Figurines: Rosa García Andújar
    Sastrería: Silvia Ramos
    Fotografía: Mikolaj Bielski y Antonio R.Barrera
    Fecha: 17 de octubre de 2015
    Espacio: Sala Teatro Réplica (Calle Justo Dorado, Madrid)
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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