El 14 de noviembre arrancó en Madrid la Muestra de Cine Polaco Contemporáneo, que en la capital de España cumple su quinta edición y que tendrá presencia posteriormente en otras diez ciudades españolas. Hasta el 23 de noviembre podrán verse en el Cine Doré seis películas muy representativas del cine polaco reciente. Toda la programación puede consultarse en la web del Instituto Polaco de la Cutura.
La sesión inaugural contó con la presencia de Andrzej Jakimowski, director de la película Imagine que explora el mundo de los ciegos y la importancia de facultades como la imaginación y la intuición en su aprendizaje. En ella, un joven profesor prescinde de su bastón para potenciar el uso de todos los sentidos e incita a sus alumnos a imitarlo. Una metodología sin duda arriesgada y de efectos insospechados.
Minimalista y a un tiempo rica en detalles, rodada en interiores monásticos y callejas empinadas de Lisboa, con una luz cegadora que irrumpe en la sombras como si de una atmósfera mística se tratara, Imagine explora y pone en acción la doctrina de la Ecolocación, según la cual un ciego puede aprender a moverse en el espacio conforme a sonidos que los objetos le devuelven. para ello, los ecos de sus pasos, de sus palmas y de su voz -que él tiene que aprender a discernir a fuerza de familiarizarse con ellos- contarán a la hora de arriesgarse a «saltar el mudo».
No hay duda de que en esta puesta en escena tan arriesgada -en la que las visitas al hospital son frecuentes-, tienen una importancia capital el oído y el ritmo. Para potenciarlos, es importante ensayar ritmos muy marcados que tienen el sello indudable del flamenco, redobles de palmas y de pasos que los objetos puedan devolver y para ello no es menos imprescindible un buen par de zapatos, algo a lo que el profesor dedica una buena lección: «Atrevidos pero a la vez firmes, osados, un par de zapatos puede ser de todo menos tímido». Flamenco.
Entronca así con el mundo de la danza, donde la imaginación y la intuición son habilidades insospechadas con extensión al mundo de la oscuridad. Los alumnos, educados para el miedo y el no moverse sin bastón, piensan que el profesor es un farsante, se lo dicen, lo acepta, les desafía, les enseña poniéndoselos en la mano sus ojos de plástico.
Toques de humor no faltan y el público no ve llegar el momento en que se la peguen. Según el director, los niños ciegos -de todos los colores y nacionalidades en bellísimo contraste- se entendieron magníficamente en portugués desde el principio en este magnífico monasterio de Lisboa, lleno de mosaicos y espacios vacíos. Algo muy llamativo, así como la preferencia de este director polaco por rodar en este idioma y en esta ciudad Atlántica a la que, según contó después, está unido por lazos familiares.
Unos lazos que le han llevado a conocer muy bien esta ciudad y a hacer una exaltación de la luz y de su vida en ella digna del mejor cine del siglo XX (En la mente de todos, La ciudad blanca, con el alemán Bruno Ganz varado en ella). La atmósfera creada sería capaz de competir y hasta de trasladarse a monasterios y cortijos del Sur de España, con el Atlántico de fondo. La música de la banda sonora subraya este mismo carácter. El mar al fondo y los barcos varados tendrán una gran importancia en el desarrolo de las percepciones sensoriales de estos niños aprendices.
No hay duda de que las metáforas que de ella se desprenden sirven también para los no ciegos, muchos de los cuales miramos sin ver (Saramago late aquí y su ceguera), aunque en algo no estoy de acuerdo: esos viejos tan viejos de Lisboa que dormitan en las terrazas inclinadas no son el ejemplo, seguro, de ceguera humana: ellos miran hacia adentro (otra forma de mirar), y el mar, que no ven pero sí huelen y oyen, cuenta para ellos.