Madres guerrilleras, a la espera de la paz para reencontrar a sus hijos
El abogado Humberto de la Calle ha asegurado que el equipo del Gobierno colombiano regresará a La Habana para impulsar lo que considera será la etapa final de los diálogos de paz con las insurgentes FARC-EP: “Espero que podamos dar la buena noticia (sobre el fin del conflicto)”, añadió el jefe de los portavoces gubernamentales en Bogotá.
Los representantes del Ejecutivo viajarán a la capital cubana este martes 1 de marzo de 2016 con la intención de intensificar los debates a partir del miércoles, cuando reanudarán las sesiones de trabajo de conjunto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), informa Andes.
En un acto público, el exvicepresidente colombiano mostró optimismo por los pactos conseguidos hasta la fecha con la contraparte, pero admitió que aún restan asuntos controvertidos por resolver como los términos del cese el fuego bilateral y la dejación de las armas o desarme de los guerrilleros.
Otra de las cuestiones a solucionar es la definición del mecanismo para que el pueblo refrende todo lo consensuando en Cuba, punto en torno al cual existen todavía intensas discusiones, admitió. No obstante los progresos, hay sectores que apuestan a la violencia para combatir la del otro, lamentó De la Calle tras calificar esa postura de miopía unilateral.
Luego de tres años de encuentros en La Habana en busca de una salida política a la confrontación bélica, ambas delegaciones de negociadores podrían lograr un acuerdo definitivo en fecha próxima.
El fin del conflicto es apenas el principio del proceso de construcción de una paz firme y grande, que implica no sólo el silenciamiento de fusiles sino abrir una etapa de cambios en las regiones, en busca también de una democracia incluyente, un desafío tal vez de una década, opinó De la Calle.
Madres guerrilleras, a la espera de la paz para reencontrar a sus hijos
Entre un 40 y 50% de guerrilleros son mujeres, y esa cifra varía dependiendo el frente de guerra, según investigaciones independientes. Foto: ANDES/AFPValle de Magdalena Medio, Colombia (Andes).- Años de combate a muerte en las montañas de Colombia se desvanecen cuando Rosmira y otras rebeldes de las FARC evocan a los bebés que tuvieron en medio del conflicto, y que dejaron al cuidado de familiares o extraños por una implacable norma de guerra.
En la antesala del acuerdo para poner fin a uno de los enfrentamientos internos más antiguos del mundo, que deja una estela de huérfanos y madres desconsoladas, estas mujeres quieren reencontrarse con sus hijos.
Contrario a lo que podría pensarse, no son pocas las combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) – la guerrilla de unos 7.000 integrantes que está por pactar la paz después de medio siglo de lucha contra el Estado – que decidieron ser madres sin renunciar al fusil.
Sentadas en semicírculo, un grupo de ellas habla con más resignación que orgullo de su decisión de parir en medio de la guerra para después dejar a sus bebés bajo la protección de allegados o campesinos en apartadas zonas de Colombia.
Todavía llevan uniforme de combate verde, rifles y machetes, pero ahora las tropas rebeldes de las FARC están sentados en la selva para recibir «clases» sobre cómo será la vida cuando se depongan las armas, si sus líderes firman el acuerdo de paz en marzo. FOTO: AFP
La AFP llegó hasta un campamento rebelde, enclavado en una montaña selvática del noroeste de Colombia, donde estas mujeres comparten por igual con los hombres las faenas de la guerra. Casi siempre bien maquilladas, mezclan sus relatos de peligro y muerte con episodios maternales de sacrificio.
«Lo pensé mucho para tenerlo, porque siempre pensaba en que tocaba botarlo por la condición en la que estábamos», afirma Rosmira, una guerrillera de 29 años. «Botar» un hijo en la jerga del conflicto puede significar abortar o abandonar.
Pero finalmente, agrega Rosmira, decidió tener a su bebé con un compañero de armas con quien rompió recientemente. «Pedimos el permiso y desde el secretariado (jefatura máxima) nos lo aceptó y tuve la niña» hace tres años, recuerda.
Desde que las FARC están en tregua unilateral hace siete meses, Rosmira y sus «camaradas» tienen más tiempo para pensar en sus vidas mientras se mueven en las noches por entre ríos y bosques del Magdalena Medio, una de las regiones más conflictivas del país.
Cuando se firme la paz, posiblemente en marzo, después de más de tres años de negociaciones en Cuba, las madres que combaten en las FARC quieren reencontrarse con sus hijos sin el temor de morir o ser capturadas.
En este tiempo de tregua algunas los han podido ver a su paso por algún caserío o también hay otras madres, como Lidia Rosa Rojo, de 55 años, que se acercó al campamento para abrazar a su hijo insurgente: «Lo único que espero con los acuerdos de paz es que algún día mi hijo sea libre, que yo lo vea» con frecuencia, señala esta mujer, que perdió a tres hijos guerrilleros.
De labios gruesos bien definidos, Rosmira representa la contracara de la historia de abortos forzosos y violencia sexual que las autoridades colombianas atribuyen a las FARC, con base en testimonios descarnados de desertoras.
Cuando se les pregunta, estas mujeres niegan que hayan sido reclutadas a la fuerza y afirman que están ahí por adhesión a la lucha armada que empezó como un levantamiento campesino en los años sesenta.
La guerrilla comunista reconoce que no acepta que las combatientes críen a sus hijos en medio de la guerra, y que les permite abortar como un derecho de «último recurso», una práctica penalizada en Colombia en la mayoría de los casos.
Pero Rosmira y varias de sus compañeras optaron por tener a sus bebés, fruto según sus testimonios de relaciones consentidas, y ajustarse a la ley de hierro de la selva: encargarlos a familiares o extraños sin poner en riesgo a la organización.
En sus relatos sobresale la ternura aun cuando nunca dejen de profesar el duro credo contra el enemigo.
Sin revelar su nombre, Rosmira cuenta que crió a su hija los dos primeros meses, en una casa de campesinos, y que tras ello regresó a combatir. Su pequeña – a quien ve esporádicamente – quedó al amparo de los familiares del padre guerrillero.
«Yo sentí que se me habían llevado la mitad de mí con entregar a mi hija», confiesa esta guerrillera, que entró a las FARC a los 11 años. Las autoridades también acusan a los rebeldes de reclutamiento forzoso de menores.
Un drama difícil de cuantificar
Entre un 40 y 50% de guerrilleros son mujeres, y esa cifra varía dependiendo el frente de guerra, según investigaciones independientes.
Sin embargo, en la copiosa bibliografía y estadística del conflicto colombiano, las madres dentro de las filas de las FARC son un capítulo poco explorado.
El enfrentamiento interno deja no menos de 260.000 muertos y más de seis millones de desplazados.
La Agencia Colombiana para la Reintegración – encargada de los desmovilizados- calcula que un 49% de los alzados en armas que se entregan tiene hijos, incluidos los de las FARC y demás grupos armados clandestinos.
Manuela, de 25 años, ya tenía a su hija Nicole cuando ingresó a la guerrilla. Su pequeña, hoy de ocho años, ha pasado hasta un año sin verla y le ha reclamado por sus largas ausencias.
«Uno quiere que sus hijos no lo vean con miedo, con recelo, por el hecho de ser guerrillero», dice esta mujer. Cuando la paz se concrete Manuela quiere ser odontóloga y tener a su hija