La cartelera madrileña me lleva de sorpresa en sorpresa. La semana pasada fue El malestar creciente y el reciente fin de semana Como si pasara un tren, no salgo de mi asombro: por todas partes me salen al encuentro epígonos de El zoo de cristal de Tennessee Williams, el genio atormantado que ansió poner remedio al dolor familiar que causara con su momentánea apatía, en forma de madres torturadoras, superprotectoras y asfixiantes.
¿Es esto una plaga bíblica?
Ya es la segunda madre coraje, dominadora y castrante que me encuentro en pocos días, y parece que El zoo de cristal se alarga como una sombra que amenaza con alcanzarnos a todos. Sin embargo en estas dos obras nuevas sobre el tema parece que sus autores quisieran darle a esas madres una segunda oportunidad, una salida, por lo que la crítica más rampante saluda estas obras como novedosas y auténticos hallazgos a manos de autores jóvenes.
¿Será que los éstos son eternos y siempre los mismos y sus personajes idénticos sin remedio a los de Tennessee?
El de la madre coraje, aún pase, pero el del padre que sale huyendo de los problemas justificando así que sea Ella quien tome las riendas, eso ya debe ir con los tiempos y las modas.
Las madres de estas dos obras de aquí y ahora trabajan fuera de casa, son funcionarias y se bastan para sostener el hogar, aunque con sacrificios, y ello refuerza su carácter dominante e intratable.
Tal vez sea en estos detalles donde las novedades residen mostrándose como definitorias, así como en el hecho de que los hijos se revuelvan contra la tiranía materna y, en el caso de Como si pasara un tren, lo hagan con gracia y frescura. Así no hay carácter férreo que resista.
El público sale verdaderamente sacudido de la representación de Como si pasara un tren y se deshace en aplausos espontáneos. Sin embargo el adolescente Juan Ignacio, entrañable disminuido psíquico que con su espontaneidad -y con la ayuda de la prima díscola- es capaz de transformar a la madre provocándole auténticas fisuras en su temperamento, me recordó también más de la cuenta al que sale en Luciérnagas, que aún triunfa en el Teatro del Arte. No sé qué obra es antes ni cuál es después, pero véanlas ambas y lo discuten. Son clavados.
Ésta es la gran novedad respecto a la obra de Tennessee, que en ésta nadie rompe el hielo, nadie abre una fisura y todo (toda la energía) se va hacia el escapismo (hijo) o el hundimiento definitivo. No hay un Deus ex machina que cambie ese estado de cosas en El zoo precisamente porque es autobiográfica, y el escribirla, una expiación.
En Como si pasara un tren, es el trabajo actoral de los dos jóvenes el que arranca los aplausos más espontáneos porque son ellos quienes ponen patas arriba todo el tinglado de seguridad y miedo montado por sus respectivas madres. Y cuando al fin sale la madre, con sus brechas y fisuras, el público se rinde y reconoce en ella el valor de la rendición.
- Como si pasara un tren, de Lorena Romanín
Dirección: Adriana Roffi
Reparto: María Morales, Marina Salas y Carlos Guerrero
Vestuario: Lupe Valero
Espacio: Teatro Español Sala Pequeña (Madrid)
Fecha de la sesión: 7 de marzo de 2015