Lo único que me gusta del confinamiento al que nos ha conducido la pandemia del COVID-19 son las múltiples iniciativas que se desarrollan para mantener vivo el espíritu crítico y la movilización contra la injusticia social… La imaginación, la libertad de expresión y nuestra justa protesta no pueden confinarse.
Sin embargo, este confinamiento pienso que hubiese podido evitarse, si las sucesivas políticas neoliberales en Francia, como en Europa, no hubiesen reducido el servicio público sanitario a su estado actual.
Las políticas de austeridad y la búsqueda de una máxima «rentabilidad» en los hospitales públicos, mientras se reducían los presupuestos y los puestos de trabajo, han hecho inevitable este confinamiento de la población, como si estuviéramos en la edad media, para así evitar un número todavía mayor de muertos. Bienvenido pues este confinamiento a pesar de los peros, ya que nos ha evitado una más grave debacle sanitaria.
Cuando veo la actitud del gobierno francés y de la patronal en su gestión del anunciado desconfinamiento (en Francia previsto para el 11 de mayo 2020), mi ira se multiplica cada día, pues «los primeros de cordada» según la neolengua macronista, están obsesionados por contar sus «perdidas económicas» y su dinero, mientras los confinados y los primeros de faena contamos los muertos.
La patronal y el gobierno francés están obsesionados también por lavarse las manos, pero como Poncio Pilatos, para eludir su responsabilidad penal en la confusa y controvertida gestión de esta epidemia. Mientras ellos avanzan enmascarados en sus intenciones, la población no tiene máscaras suficientes, los hospitales carecen de material esencial de reanimación, de suficientes camas, y de detectores para practicar masivamente los test Covid en la población. El futuro es incierto.
Lo que más me inquieta de este confinamiento es la evidente tentación autoritaria y totalitaria que apesta en Europa, pero también en Rusia o Estados Unidos, siguiendo el ejemplo malsano y nauseabundo de China, y de su régimen «comunista», que no es sino un totalitarismo estalinista o fascista, si buscamos referencias históricas, pero en la era del 5G y del control de la población a través de la informática.
Lo que Orwell imaginó en su «1984», Xi Jinping lo ha hecho realidad en este siglo veintiuno, con la complacencia hipócrita del G8, los que apostaron por la globalización económica, la desindustrialización y las deslocalizaciones, para reducir el «costo del trabajo» y neutralizar las reivindicaciones del proletariado industrial en los países más desarrollados.
El sueño de estos amos del CAC 40 es un pueblo sometido y amordazado, que ya no pueda manifestarse en la calle, ni hacer huelgas, ni protestar. Por cierto, les recuerdo que el uno de mayo que hemos festejado por vez primera confinados, no es «la fiesta del trabajo» como dice la neolengua, sino la fiesta que conmemora la lucha de los trabajadores por sus justas reivindicaciones, su origen fue en Chicago y la lucha por la jornada laboral de ocho horas en 1886.
Como decía la canción… «ahora que vamos despacio»… La neolengua liberal nos dice que ya no hay lucha de clases… que no hay obreros, ni explotados, ni desahuciados, ni pobres que duermen en las calles, ni emigrantes que se ahogan en el Mediterráneo, ni esclavos en Libia o en otros países del mundo, ahora ya solo hay consumidores.
Lo cierto es que la desigualdad social en el planeta es hoy más profunda que antes, la distancia entre los ingresos de los accionistas del CAC 40, y los de la gente normal, es gigantesca y malsana.
La globalización ha escondido la explotación de adultos y de niños debajo de la alfombra, en la miseria de los países del tercer mundo, mientras en los países desarrollados la ofensiva liberal «estilo Amazon» busca imponer condiciones de trabajo comparables a las de fines del siglo diecinueve. Esta pandemia ha puesto de manifiesto que la globalización ha dejado Francia en la dependencia más absoluta de las importaciones en sectores esenciales de nuestra economía.
Antes, durante o después del Covid no podrán confinar nuestra ira. Pero habrá que pasar de los aplausos a la acción en el voto y en la calle. Como decía Gabriel Celaya, «…ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo».