La pianista Rosa Torres-Pardo, la cantaora Rocío Márquez y el actor Alfonso Delgado celebraron, en el Teatro de la Zarzuela, la música de Granados, Albéniz, Falla, Turina y Lorca con un concierto titulado Desconcierto que coincide con los 100 años de la muerte de Granados, los 80 de la de Lorca y los 70 del fallecimiento de Manuel de Falla.
Se trata de un recital especialmente emotivo por el contexto, el escenario y los artistas que en él confluyen. ‘Desconcierto’, que muy a propósito así lo han querido bautizar los protagonistas, reunió a la pianista Rosa Torres-Pardo, a la cantaora Rocío Márquez y al actor Alfonso Delgado, tres grandes de la escena, cada cual en su disciplina, para celebrar la música de Enrique Granados, Isaac Albéniz, Manuel de Falla, Joaquín Turina y Federico García Lorca. El espectáculo giró asimismo en torno a poemas de Luis García Montero, a modo de nexo de unión entre el piano y el cante, y epílogo.
El título de cada uno de los tres bloques que integran ‘Desconcierto’ va dedicado a uno de estos genios: el primero, ‘Goyescas’ (de cuyo estreno, en Nueva York, también se cumple este año un siglo), para Granados; el segundo: ‘Lorquiana’, para Lorca, y también Albéniz, y Falla; y el tercero, ‘El amor brujo’, para Falla, cuya música “compadrea” con la de Turina.
La emoción es aún mayor si se tiene en cuenta que todos ellos, a lo largo de su vida, tuvieron de referente este escenario, incluso Lorca, actuando siete meses antes de su muerte en el estreno de “Los cuernos de don Friolera” de Valle-Inclán; Lorca, a quien la Asociación de Escritores le dedicó un homenaje en este mismo Teatro un mes después del fatal acontecimiento.
Ahora regresan todos a la que en algún momento fue su casa, de la mano de estos tres artistas poderosos. Rosa Torres-Pardo, una de nuestras pianistas más internacionales y artísticamente más inquietas; Rocío Márquez, feliz realidad del flamenco de hoy desde que en 2008 ganó la Lámpara Minera del Festival del Cante de las Minas de la Unión; y Alfonso Delgado, con un magistral bagaje de más de 30 años sobre las tablas, en el cine y la televisión.
Para Rosa Torres-Pardo, el haber podido trabajar interactuado con otras disciplinas como el cante y la recitación es lo que merece la pena de este trabajo y de seguir adelante con su carrera, y relata la experiencia gozosa que supuso esa interacción artística entre los tres y con Rocío Márquez: «yo cantaba con mi voz las canciones tal como eran y luego Rocío las adaptaba al flamenco. Al principio nos costó pero mereció la pena y el resultado es el público el que tiene que decirlo.» Con los distintos compases, cuentan las dos, fue necesario un disciplinado ejercicio de acoplamiento («donde yo veía 5 ella veía 4»), pero al final llegaron a estar tan compenetradas, que decidieron que el 4 de una podía ser el 5 de la otra, y si la una entraba con un determinado compás, la otra acababa acoplándose a su ritmo: «o si ella me llevaba con uno de cuatro donde yo esperaba uno de cinco (compases), yo le entraba lo mismo y seguía sin cuestionarme ninguna dificultad», explica Rocío Márquez.
Todo esto requiere, naturalmente, grandes dosis de humildad y un renunciar a llevar la voz cantante en favor del conjunto, y el actor Alfonso Delgado, por su parte, se declara orgulloso y agradecido de que lo eligieran a él para tal empeño y por supuesto, al servicio de la palabra siempre, más aún de la palabra poética porque como él mismo dice «al principio, todos lo sabemos, era el Verbo y para un actor la palabra es sagrada.»
A lo largo de Desconcierto, a veces coinciden los tres, a veces son dos, a veces sólo la palabra como protagonista pero también de enlace y empaste, rompiendo el silencio y emergiendo de la nada: con fuerza a veces, aterciopelada otras.
El público, debo decirlo, se encaprichó con «la niña» (Rocío Márquez) y su cante, sobre todo a medida que se fue calentando y cogiendo arrojo y poderío. Cuando interpretaba las goyescas de Albéniz, su cara era tan expresiva, que lo mismo era La Maja, que la jovencita ofrecida por su alcahueta, que la propia alcahueta. Tal era su transformación por la fuerza del cante y de las luces. Tanto que, a su lado, las otras dos figuras palidecían y la misma Rosa Torres-Pardo, que se iniciaba con unos solos de piano majestuosos y aterciopelados, dejaba paso a la voz sirviéndole por completo a ella, arropándola y «llevándola» (que así se dice en el lenguaje de la música) hacia adelante, para acabar rematando, según viniera al caso, de la misma espléndida manera.
Este sometimiento del piano a la voz me recordó lo que el italiano Nicola Piovani, compositor de bandas sonoras de películas como La vita é bella y ganador de un Óskar, había contado la noche del 23 de noviembre de 2016 en el Instituto Italiano de Cultura en el momento de recoger el premio a toda una carrera que le otorgaba el 9º Festival de cine italiano de Madrid: «cuando me dicen que al ver la película no han oído mi música, sé que he triunfado porque ésa es mi función al componer la música: arropar, llevar hacia adelante lo que allí ocurre sin que se note. Soy el gran desconocido y eso me hace feliz».
Alfonso Delgado, siempre oportuno y discreto, ponía el contrapunto de calma generosa que enlazaba las partes y engrasaba los temas, relacionándolos entre sí y con el presente. Sin desaparecer nunca de la escena, sus intervenciones eran una sorpresa y un respiro.
Un espectáculo redondo este Desconcierto que tuvo lugar el sábado 26 de noviembre de 2016 y espero no se quede sólo en uno.