Conducta se refiere a un niño, Chala de nombre en la ficción, y digamos que él es sujeto paciente de la historia. Pero Conducta es, por encima de toda peripecia argumental, la historia de una maestra.
Una maestra de las de antes, «de las que ya no quedan», de cuando el magisterio estaba en su apogeo. Magisterio español, decíamos con la boca grande, y era la edad de oro del magisterio. Una profesión gloriosa.
Pues bien, no estamos en la prehistoria sino en Cuba 2014 con una película nominada a los Goya como mejor película hispanoamericana -también a los Ariel para la misma categoría- y esta maestra, que lo es a tiempo completo en todas las facetas de su vida, se parece, tira un no sé qué, a Gabriela Mistral, que fue maestra antes que premio Nóbel.
Algumos hemos tenido la suerte de conocer a una figura así en nuestra infancia, la maestra entregada que, más allá de las tareas pedagógicas, decidía sacarte de una situación injusta o directamente de la miseria. Y ella traía los papeles, se encargaba de rellenarlos, y hasta de comunicar el fallo porque tú no habías oído hablar de una beca. Una sombra protectora que dejaba huella en las vidas a base de olvidarse -tal vez más allá de la cuenta- de vivir la suya propia y de tener su propia familia.
Pero son otros tiempos, estamos en La habana 2014, la historia del magisterio ha corrido lo suyo, y allí como aquí todo eso -esa injerencia en las familias, ese querer influir a toda costa en el destino de un niño enfrentándose incluso a sus progenitores- es ya de todo punto insufrible y punible por ley.
En consecuencia, ella (Alina Rodríguez), la maestra Carmela, que así se llama, ha de trabajar y moverse casi en la clandestinidad, rompiendo todas las normas del sistema al que pertenece y que ella misma ha ayudado a levantar, saltándose todos los baremos, llegando a utilizar el chantaje afectivo a antiguos alumnos que ahora ocupan puestos…
Pues todos se conocen y eso es lo bueno, que todo en La Habana y en la isla está penetrado de la misma impotencia y hastío aunque el miedo ata las manos.
Si la escuela en pleno apoya a Carmela en sus misiones salvíficas, la escuela entera caerá, y no es justo: no todos los compañeros están a punto de jubilarse ni tienen algo terminal, la cosa no es simple, no lo es. Y no hay más remedio que elegir entre dos males: el caso de Chala (Armando Valdés Freyre), niño que no se integra, y el de una niña perfectamente integrada en la escuela pero cuyo padre (que la quiere y trabaja lo suyo para mantenerla) no está empadronado.
Son varios frentes los que se le abren a la arriesgada profesora que cuenta únicamente con su arrojo y la ventaja de tener ya muy poco tiempo y muy poco que perder, pero es muy doloroso tener que elegir entre dos niños. Sólo la razón práctica le ayudará en su locura redentora.
En medio de tanto drama, llama la atención el aspecto de Chala, con su pelo engominado y su camisita blanca -la del uniforme colegial- abierta al aire y al sol sobre el pecho imberbe. De momento este niño, que ya es jefe y mantenedor de su casa, chulea perros; luego ya veremos de mayor lo que chuleará. Es el mensaje. Una profecía que se yergue fatalmente sobre su futuro y a la que quiere torcer el cuello su abnegada profesora.
Estamos ante una historia conmovedora, cumplidora del deber contra viento y marea que sale victoriosa sólo en parte pero que es un hito. Un avance importante del que arrancar. Su director, Ernesto Daranas, sabe que arriesga y triunfa al llegar mucho más allá de lo usual en temas tan delicados como la enseñanza y su imbricación en la sociedad.
https://youtu.be/uVasBZ-Um6U
Un drama de familia y escuela narrado de una manera absolutamente ejemplar y protagonizado, además de los citados, por Silvia Águila, Yuliet Cruz, Amaly Junco, Armando Miguel Gómez, con fotografía de Alejandro Pérez.