Cahuita es una localidad donde viven cerca de 13.600 habitantes en el Caribe Sur de Costa Rica, a unos doscientos kilómetros de San José. Muchos de sus pobladores se dedican al turismo debido a que es el hogar de una de las áreas protegidas más visitadas del país, que enamora con sus playas, corales y manglares, informa Alonso Martínez Sequeira[1](IPS).
Además, es reconocida por su riqueza cultural que destaca, entre otras cosas, en la gastronomía, en su música y en la pesca artesanal.
No obstante, los efectos del cambio climático ponen en jaque muchos de los ecosistemas presentes en la zona, generando con ello una serie de afectaciones colaterales. El distrito de Cahuita es un caso donde las pérdidas y daños económicos y no económicos son cada vez más notables.
Es por eso que cada vez se habla con mayor frecuencia de las «pérdidas y daños», término que hace referencia a las consecuencias negativas del cambio climático que suceden a pesar – o a falta – de la adaptación.
Estos impactos pueden venir de eventos climáticos extremos como huracanes, inundaciones, o fenómenos de evolución lenta como el incremento del nivel del mar, acidificación de los océanos, el aumento de la temperatura de la superficie del mar, entre otros.
Las pérdidas y daños pueden cuantificarse en términos económicos, pero también tienen una dimensión no-económica. Esta tiene que ver con afectaciones que sufren, por ejemplo, la cultura y las tradiciones, tal como se está viendo en Cahuita.
El avance del mar y la huella del coral
Una de las consecuencias de la actual crisis climática es el aumento del nivel del mar, algo que no deja indiferente a un pueblo marino y costero como Cahuita.
El estudio «Perspectivas comunitarias: Pérdidas y Daños en Cahuita», de la organización La Ruta del Clima, alerta que el aumento del nivel del mar puede acrecentar la frecuencia de inundaciones, así como la erosión y pérdida de playas. Además, resalta que Cahuita sería uno de los centros urbanos en la costa caribeña más sensibles a este fenómeno.
La experta en políticas ambientales y directora operativa de La Ruta del Clima, Adriana Vásquez, cuenta que en Cahuita las personas son conscientes del incremento del nivel del mar y cómo este se «está comiendo» el territorio, mientras se preguntan qué va a pasar con ellos y ellas cuando el mar vaya entrando cada vez más, y cuál será el destino del Parque Nacional que los identifica a nivel local.
Al respecto, el proyecto «Biodiversidad marino-costera de Costa Rica: Desarrollo de capacidades y adaptación al cambio climático (Biomarcc)» puntualiza que del periodo de 1992 al 2011 el nivel del mar de la costa caribeña tuvo una tendencia de aumento de uno o dos milímetros (mm) por año.
Mientras, las proyecciones para esa zona muestran una tendencia de aumento en el nivel del mar entre 2.0 y 2.8 mm por año para el periodo entre 2010 y 2040.
Aun así, este no es el único motivo por el que miran con preocupación al mar.
En la actualidad, otro fenómeno enciende las alarmas: el aumento de la temperatura y problemas asociados, como el blanqueamiento de corales que se produce cuando los corales sufren estrés físico debido a cambios extremos de temperatura, luz o concentración de nutrientes en su hábitat circundante, y expulsan las zooxantelas que son las algas fotosintéticas que se encuentran en sus tejidos.
Esa realidad provoca que pierda su color, se vuelvan blancos y queden vulnerables a la mortalidad.
Esto es relevante para Cahuita, donde se ubica uno de los arrecifes coralinos más importantes de Costa Rica, que es hábitat de diversas especies de corales y peces, y que cuenta con una extensión de seiscientas hectáreas que están dentro de las 22.400 que conforman el Parque Nacional Cahuita.
Pese a que en teoría es un ecosistema que debe ser cuidado, su deterioro ha sido registrado desde la década de los ochenta. Distintos estudios han destacado que se ve perjudicado por distintos factores, como la sedimentación que arrastra un río, cuya desembocadura es cercana, y que se ve afectado a su vez por suelos sobreutilizados.
En cuanto al blanqueamiento, que se está acelerando por el cambio climático, Ana María Arenas, coordinadora de corales del Centro comunitario «Embajadores del Mar», una organización que trabaja en proteger el ecosistema marino del Caribe sur costarricense, comenta que los blanqueamientos siempre han existido, pero desde el año anterior empezaron a notar un episodio atípico debido al aumento de la temperatura de la superficie del mar.
Ella destaca que se blanquearon cerca del 80 por ciento del arrecife de la zona y esperan algo similar para este año ya que, aunque en 2024 el fenómeno de El Niño está de salida, las temperaturas del océano presentan nuevos récords con más frecuencia, en el contexto actual de crisis climática.
«Nosotros en Punta Uva (a unos veinte kilómetros del centro de Cahuita) tuvimos una pérdida de corales cuerno de alce, que son unos formadores de arrecife que tienen la forma de un cuerno de un alce. No resistió el blanqueamiento del año pasado y murió», asegura.
El programa Biomarcc encontró que durante el periodo 2003-2011 la mayor parte de la Zona Económica Exclusiva cercana a la costa caribeña tuvo cierto nivel de estrés térmico debido al aumento de temperatura, lo que seguiría al alza en las próximas décadas.
Lo anterior no solo afecta a la biodiversidad del Parque Nacional Cahuita y alrededores, sino también al turismo que se desarrolla en la zona y que constituye una importante fuente de ingresos para la comunidad.
Con el blanqueamiento de corales «se van a afectar las economías locales de estas familias que dependen del turismo para poder generar ingresos», advierte Vásquez.
Pero el valor de los arrecifes trasciende la economía. En el arrecife muchos lugareños aprendieron a nadar, a bucear y a construir un estilo de vida.
Por ello Arenas subraya que «el tema del mar en realidad es totalmente comunitario» y que «cuando nosotros hablamos de las cosas que pueden pasar con las pérdidas del coral, la gente no se imagina lo que se le viene a las comunidades cuando este coral empiece a morir».
El riesgo que corre una actividad ancestral
Asociado al calentamiento de la temperatura del mar y al declive de los arrecifes de coral, también sufre una actividad ancestral de Cahuita como lo es la pesca artesanal.
Para 1915, año en que se fundó el actual pueblo de Cahuita, la principal actividad económica de subsistencia que se desarrollaba era la pesca, junto con la siembra de cacao.
Años después, se creó el Parque Nacional Cahuita en el sitio que era conocido como «Punta Cahuita» en el siglo diecinueve y la actividad pesquera fue limitada.
María Teresa Williams, mejor conocida como doña Ana, presidenta de la Asociación de Pescadores de Subsistencia y Acuicultura de Cahuita, comparte que los primeros pobladores vivían ahí, en Punta Cahuita. Posteriormente fueron reubicados fuera del parque nacional luego de su creación en 1970, pero por tolerancia ancestral se les siguió permitiendo la pesca en el área marina del parque.
«Ellos pescan en el parque, porque siempre ha sido así. Siempre han pescado desde los abuelos, los papás, tíos, entonces, ahora ellos siguen esa ancestralidad y es de afrodescendientes, porque los pescadores fueron uno de los primeros habitantes de lo que es la costa Caribe», detalla. Ese legado, sin embargo, cada vez corre más peligro.
En Cahuita solo se suele pescar algunos meses al año cuando el mar solía estar «calmado», entre cuatro y seis; especialmente en marzo, abril y mayo, así como agosto, septiembre y octubre. Las lluvias en esos tiempos en los que había un mar «más tranquilo», ahora provocan mareas altas y sucias. O, en contraparte, hay sequías intensas y las temperaturas se disparan.
Doña Ana explica que estos factores hacen inciertas las jornadas de trabajo. Si antes, hace veinte años, la pesca era fructífera y daba para llenar hieleras con veinte pescados para el autoconsumo y para comercializar, ahora hay jornadas de siete horas en las que solo logran pescar dos o tres pescados.
Describe que las jornadas laborales inician a las tres de la mañana con la búsqueda de la carnada, luego de cinco a ocho es cuando hay mayor presencia de peces. Se hace en ese lapso del día porque es cuando normalmente el agua está más fresca y los peces se concentran en la superficie en sitios ya previamente identificados.
El calentamiento de las aguas ha vuelto todo más incierto. Las temperaturas altas hacen que los peces dejen los bancos y busquen aguas más frías, ya sean más profundas o mar adentro.
De lo que pescan ellos deben dividir las ganancias y ese dinero debe alcanzar para sufragar gastos. Pone el ejemplo de que tras una jornada se logren ₡120.000 (aproximadamente $230 dólares); muchos pescadores pagan alquileres, tienen hijos en la escuela, pagan teléfono, la luz y más.
Ella menciona que en el caso de que en un mes bueno las personas guarden 20.000 colones diarios, se puede generar un ahorro de 300.000 colones (575 dólares). Pero luego hay meses malos y luego el tiempo donde no se pesca.
«¿Qué pasa el mes que no se puede pescar que hay temporal y para nada se puede ir al mar?», inquiere.
La directora operativa de La Ruta del Clima enfatiza en cómo Cahuita ante pequeños cambios en el ecosistema por el cambio climático, va a ver afectada su cadena económica de abastecimiento.
«Vemos cómo el incremento de la temperatura del mar está afectando el acceso a la pesca, que es parte de su cultura. Tiene afectaciones a nivel cultural y tiene afectaciones a nivel económico», afirma.
Actualmente, un total de 53 personas forman parte de la asociación. Doña Ana dice que si ancestralmente había treinta pescadores ahora solo quedan quince. Además, hay ocho jóvenes que van entre los diez y diecisiete años. Las nuevas generaciones ahora dudan más en involucrarse.
«Muchos de ellos quieren hacer lo que es la pesca, pero al ver la situación que están pasando los papás que no consiguen, que no tienen, que hay veces hay necesidad en la casa, entonces ellos no tienen ese interés profundo de hacerlo». Es una vida que ya no es rentable, sostiene.
Cada vez se entera más de que las personas venden sus botes y se salen del negocio para buscar alternativas que les brinden más seguridad. A nivel gubernamental ha buscado ayuda en el Instituto Costarricense de Pesca y Acuicultura (Incopesca), pero la respuesta es que no hay dinero.
Además, se ha acercado a la Asamblea Legislativa para formular algún proyecto que pueda brindar ayuda. «Aquí los únicos que tal vez dan una ayuda son las oenegés, pero los requisitos muchas veces no se pueden cumplir», lamenta.
Cultivo del banano sufre los embates del cambio climático
El Caribe costarricense también está asociado a grandes y simbólicos cultivos, entre ellos el del banano. Este es ampliamente utilizado en platillos tradicionales del país como el gallopinto y en su región del Caribe en el plantintá, rice and beans y los patacones.
El fruto, no obstante, vive una realidad complicada debido al cambio climático. El déficit hídrico provoca que los frutos no crezcan en el tamaño ideal para la venta. Además, los cambios en la temperatura disminuyen el rendimiento y contribuyen a la proliferación de patógenos, destaca el documento de La Ruta del Clima.
El encargado del Programa de Musáceas del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), Patricio Rojas, explica que las musáceas, que es el nombre científico de la familia de los bananos y plátanos, son plantas que necesita temperaturas adecuadas y cierta cantidad de agua para tener un rendimiento determinado.
En caso de no tenerlas, el cultivo se va a ver en una merma en la producción y provocan resultados como que los «dedos» sean más delgados, les falte peso y refieren a que las condiciones donde se cosechó no fueron las ideales.
El cantón de Talamanca, donde se ubica Cahuita, es la zona del país con más productores de plátano con un total de 1026. Además, es el área con más hectáreas dedicadas a este cultivo con cerca de 2934, según datos del MAG. Las exportaciones de plátano solían registrar números positivos, pero en los últimos años ha cambiado.
En 2023 las estadísticas de la Promotora del Comercio Exterior de Costa Rica (Procomer) indicaron que las exportaciones significaron 2,90 millones de dólares para el país, y por su parte, en importaciones se gastaron 4,70 millones de dólares. Son años complicados para el sector.
Rojas especifica que esto se debe a varias aristas. En el año 2009 la producción de la fruta se vio afectada de gran manera por inundaciones en la zona del Caribe y desde entonces el sector no se ha logrado recuperar.
El mercado del fruto fue acaparado por otros países como Guatemala, Ecuador y Nicaragua, comparte. Es decir, perdieron el «nicho de mercado por un evento natural» y por estrategias de mercado.
A la fecha, gran parte del problema es climático. En el monitoreo que hacen a plantaciones se notan suelos quebrados y plantas amarillentas que son señales de un fuerte déficit hídrico.
Aunado a esto recuerda que el plátano generalmente se siembra como monocultivo y el uso intensivo de la tierra mediante este método es asociado con la intensificación del cambio climático. Esto porque se favorece la degradación de los suelos, particularmente en áreas costeras bajas.
Esto los ha llevado a plantearse la idea de un plan de riego en el Caribe costarricense, pero lo considera algo fuera de lo común. «Decirle a alguien que para el Caribe de Costa Rica necesitamos el riego… creo que lo volverían a ver a uno un poco extraño porque somos un país tropical».
Según el Instituto Meteorológico Nacional (IMN) el Caribe sur recibe, en promedio, entre 2500 y 3000 mm de lluvia anuales. En proyecciones del IMN realizadas en 2021, el clima futuro en un escenario de pocas emisiones provocaría un aumento de 1°C a 2° C en todo el país.
Bajo ese panorama, en los períodos del 2010 al 2099 se espera un descenso en las lluvias anuales en el Caribe Sur.
Por su parte, en un escenario de altas emisiones de gases de efecto invernadero, el país sufriría un aumento de 3,8°C a 4,8°C. Además, en la vertiente del Caribe y la zona norte, habría un mayor aumento de temperatura comparado al resto del territorio nacional.
Desde el MAG aseguran que el productor debe estar en sintonía con el técnico para poder prever y hacer frente a las condiciones agroclimáticas. Además, han empezado a cuantificar las pérdidas y los daños que sufren asociados a los eventos climáticos.
Pese a las condiciones, para Rojas la producción de plátano costarricense no está en peligro y mantiene buena aceptación en términos de calidad.
Por su parte, La Ruta del Clima señaló que los problemas con el cultivo de la fruta pueden traducirse en afectaciones a la cultura gastronómica ya que se ha dificultado la preparación y disponibilidad del plantintá; una empanada dulce rellena de miel de plátano maduro con muchas especias que es un postre tradicional en el Caribe costarricense.
Vásquez menciona que el riesgo de las pérdidas culturales, como la preparación de platillos, es que genera desarraigo más allá de lo económico al ser un producto que comercializan.
Describe que las personas mayores de la zona notan una movilidad humana, de jóvenes principalmente, que no ven oportunidades de desarrollo y buscan migrar al centro del país para poder sobrevivir.
Con esa marcha de los más jóvenes se corta la transmisión de las prácticas culturales, por lo tanto se empieza a «perder un pedazo de país». Para la experta este es uno de los riesgos poco tangibles que la población en general no percibe en el presente.
«Ya no es lo mismo que una señora que ha vivido toda su vida en Cahuita le cuente a un extranjero que vio la oportunidad de comprar ahí un terreno barato, que va a ser el que va a hacer el rice and beans y el plantintá. Ya no va a tener ese mismo sabor y ese mismo aspecto cultural, ni toda esa historia que viene de atrás», se lamentó.
- Este artículo se elaboró con el apoyo de Climate Tracker América Latina.