Dos motivos en la actualidad más reciente, me provocan vergüenza de ser europeo: uno es la crisis griega y el golpe de estado financiero contra un gobierno europeo soberano, el otro es el egoísmo y la ausencia total de Europa en la crisis creada por el flujo masivo de refugiados a nuestro viejo continente, esos hombres y mujeres que la prensa bien educada califica de “migrantes” y que buscan escapar al horror de la guerra y la miseria.
Europa social sí, neoliberal no.
Soy de aquellos que saludamos con esperanza la entrada de España -que se materializó en 1986- en el mercado común europeo, denominado ahora “Unión Europea”, que prometía sacar a nuestro país del aislamiento económico de cuarenta años de dictadura franquista y de oscurantismo cultural.
El proceso de ampliación de ese mercado común con la entrada de países como Irlanda, Grecia o Portugal, con la Europa de los doce permitió impulsar el desarrollo económico de esos países, hasta 1992 y el tristemente célebre Tratado de Maastricht que anunciaba ya el comienzo de un diseño neoliberal europeo antidemocrático, poniendo en tela de juicio la soberanía nacional de los países miembros.
La idea de una Europa social y generosa, capaz de tirar hacia arriba de las economías de los países económicamente más débiles, garantizar la paz y poder pesar a nivel internacional como una federación de Estados soberanos, fue abandonada en provecho de una ampliación a ultranza primero a quince, y luego a 25, 27 y 28 países miembros. Países con niveles de desarrollo dispares, con enormes diferencias tanto a nivel social, como económico y cultural.
El objetivo de esa ampliación como quedó claro con el referendo sobre la constitución europea, rechazado por sufragio universal en Francia y en Irlanda, era imponer constitucionalmente una política económica neoliberal en toda Europa, privatizar los servicios públicos y abaratar el “coste“ de la mano de obra, haciendo retroceder las conquistas sociales de los trabajadores obtenidas desde el fin de la segunda Guerra Mundial.
Los hacedores de esta Europa neoliberal, mientras negocian en secreto un misterioso y secreto tratado con los Estados Unidos (Tafta o Ttip), afirman a veces “haber cometido ciertos errores, o haber procedido a una ampliación sin suficiente preparación…”. Pues bien, señores, cuando uno se equivoca de camino, hay que dar marcha atrás y buscar el camino adecuado antes de chocar contra la pared de un callejón sin salida.
La guerra en la ex Yugoslavia, entre 1992 y 1995, fue en el plano internacional el primero y rotundo fracaso de esa Unión Europea, incapaz de garantizar la paz e impedir el horror a pocos kilómetros de nuestras fronteras. Un conflicto que ha sido luego fuente de numerosos efectos colaterales, de corrupción y todo tipo de tráficos en nuestro continente.
El sueño fracasado de estos señores neoliberales era hacernos trabajar a todos los europeos con los salarios de Albania, de Polonia, o porque no, de China y de India… ; el excelente código laboral francés es para ellos un quebradero de cabeza y las conquistas sociales de los trabajadores europeos más desarrollados las califican ahora de privilegios.
Cuanto más se llenan algunos la boca de “Unión Europea”, menos unión hay en Europa, ni entre los pueblos ni entre sus gobiernos. La supuesta unión monetaria y el euro en su estado actual al servicio de los especuladores y de los mercados financieros, es un fracaso evidente generador de austeridad y de desigualdad social.
Esta denominada Unión Europea no tiene ninguna política común, ni monetaria, ni económica, ni fiscal, ni social, ni cultural, ni de Defensa, ni de inmigración: es una suma de 28 egoísmos nacionales, de países que pierden día a día espacios enteros de su soberanía nacional. No puede haber Unión Europea y monetaria sin un Banco Central Europeo digno de ese nombre, con idénticos poderes a los de la Reserva Federal Americana. Un BCE capaz de proteger el ahorro y el nivel de vida de sus ciudadanos, que son los que le enriquecen con su trabajo.
La tecnocrática Comisión de Bruselas, que nadie eligió por sufragio universal, preconiza políticas de austeridad por doquier, mientras las empresas del CAC 40 siguen acumulando beneficios y eludiendo el pago de impuestos. Esa poderosa institución acaba de dar, sin armas, ni tanques, un verdadero golpe de Estado financiero en Grecia, contra la soberanía nacional de ese pueblo expresada en las urnas por referendo popular.
Al imponer al gobierno griego un acuerdo inicuo sobre su deuda pública ha culminado la campaña de desestabilización del gobierno de Syriza, poniendo de nuevo la soga al cuello del pueblo griego. Las antidemocráticas instituciones europeas han logrado por fin la dimisión del primer ministro Alexis Tsipras, y la convocatoria de elecciones anticipadas. La izquierda griega que llevó al poder a Tsipras le ha retirado su apoyo. Nueva cita pues en las urnas. ¿Hacia una salida ordenada del euro…?
¿Migrantes o refugiados?
¡Qué vergüenza me da esta Europa que levanta muros contra la miseria, en el sur de España, o en el este como ahora en Hungría, tierra fértil para la xenofobia y el odio al extranjero! Leo en la prensa que Francia y Gran Bretaña refuerzan su cooperación policial en Calais, hubiese preferido que refuercen su generosidad. ¿Donde está la unión europea?
Los refugiados que llegan masivamente a Europa proceden de zonas de guerra, conflictos en los que la propia Europa, como los Estados Unidos, tiene una enorme responsabilidad: Afganistán, Irak, Libia, Siria, pero también de las regiones más pobres de Asia, África o América latina, o de dictaduras y regímenes que practican la discriminación racial o religiosa.
Se atribuye al socialdemócrata francés Michel Rocard esta frase: “No podemos acoger a toda la miseria del mundo…”; hipócrita frase que han hecho suya todos los neoliberales del planeta. Sin embargo quien tiene la responsabilidad de haber provocado el caos, la corrupción y la miseria en todo ese mundo antaño colonial, debería poder acoger en su seno a los que huyen precisamente de ese horror.
La situación sin precedentes que se vive actualmente en Europa con los refugiados me hace pensar cada día en aquellos quinientos mil compatriotas españoles republicanos que escaparon del horror de la represión franquista en 1939, en la tristemente célebre Retirada, y fueron internados en campos de concentración en el sur de Francia, pero también en aquellos que lograron asilo político en países tan generosos como México o Chile.
Pues sí, esta ola de hombres, mujeres y niños de orígenes diversos, que llegan a Europa y están dispuestos a perder la vida en el intento, son refugiados y no “migrantes”, eufemismo con el que la prensa bien educada les califica, para no asumir precisamente la responsabilidad en las causas que han provocado ese aflujo masivo y constante de supervivientes.
Pero antes que refugiados son seres humanos. El término de migrante define, en efecto, a las poblaciones que se desplazan de una región a otra, pero se aplica también a las especies animales que cambian de hábitat, o de zona geográfica. Me imagino pues que les llaman “migrantes” porque Europa trata como animales a estos seres humanos que fallecen cada día en nuestros países y en nuestras costas.