Cuando la gente se ahogaba en un charco

Como ya dije más de una vez, suelo leer las crónicas que del viejo Gijón (Asturias, España) publica a menudo en FB mi estimado conciudadano Hernán Piniella, quien a la documentación requerida en cada caso añade las peculiaridades narrativas del habla propia del lugar, siempre necesarias para sazonar el relato.

Sangría-en-El-Molinón Cuando la gente se ahogaba en un charco
Sangría en El Molinón

Tales crónicas me son especialmente atractivas, sobre todo cuando coinciden con periodos históricos que ambos vivimos, por contribuir muy eficazmente a refrescarme una memoria cada vez más sorprendida de sus olvidos con aquello que parecía anclado en el recuerdo.

Es el  caso de lo que Hernán ha contado recientemente sobre un ciudadano muy popular a finales de los años sesenta en aquella villa. Lo llamaban o se llamaba Sangría, sin que conste su nombre, y sobrevivía en régimen de precariado, estando entre sus oficios el de mozo de cuerda o maletero de la Estación del Norte, hoy Museo del Ferrocarril, que por entonces contaba con un cierto número de ellos, sobre todo a la temprana hora matinal en que llegaba el expreso de Madrid. Sangría se encargaba de trasportar las pesadas maletas que con sus respectivos muestrarios traían consigo los viajantes a su llegada en tren a la ciudad, llevándolas en un carretón desde el mismo andén hasta los hoteles o fondas donde se alojaban los recién llegados.

Para complementar las precarias ganancias que le procuraba ese quehacer -tal como cuenta Hernán-, y acaso sin que se lo hubiera propuesto, Sangría empezó a ejercer de animador espontáneo antes de que en el viejo estadio de El Molinón se iniciara cada domingo el correspondiente partido de fútbol. Para ello enarbolaba la bandera rojiblanca del club, dando varias vueltas al campo entre los aplausos y vítores del público, que no se limitaba a celebrar el entusiasta celo del abanderado sportinguista.

«De aquí y de allá -escribe Piniella,- de las gradas y tribunas le llovían los regalos, monedas, embutidos, cajetillas, bocadillos y alguna bota de vino castellano.(…)», que sobre todo se prodigaban cuando Sangría llegaba a la altura de la grada del río Piles. «Se sentía poseído por el espíritu de un Quini bestial, inconmensurable -escribe Piniella-, y hacía la representación de un gran gol, coreado por todo el estadio, como un concienzudo ensayo de lo que vendría a continuación, cuando nos embobaba a todos el mejor fútbol que se haya visto aquí, el del mejor Sporting de Gijón».

Gijón-sucesos-ahogado-charco Cuando la gente se ahogaba en un charco

Aparte esta breve glosa del personaje, lo que más me ha llamado la atención de lo que cuenta Hernán es la muerte de un hermano de Sangría, llamado Gerardo, que se ahogó en un charco, cerca del campo de fútbol de los hermanos Fresno, en El Llano. Intrigado por el percance, no he podido resistirme a preguntarle a Piniella por el particular, ofreciéndome a cambio dos dosis más de semejante siniestro en épocas muy anteriores, según recoge la hemeroteca del diario El Comercio, en donde esos sucesos nos son contados. Uno en 1926 y otro en 1891, tal como podemos leer en la gacetillas respectivas.

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Aquellos que tenemos muchos más años vividos del siglo pasado que del que corre o vuela, sabemos que los charcos en nuestra ciudad fueron tan copiosos como caudalosos hasta bien entrados los años setenta y puede que algo más, aunque nunca hubiéramos imaginado que constituyeran un riesgo de ahogamiento como el que acabó, sobre todo, con el hermano de Sangría o con ese vecino de Castiello de Bernueces.

El del niño de dos años de la parroquia de Tremañes, en 1891, no extraña por más que nos conmueva, sobre todo si se considera que mucho tiempo después ocurrían esos percances con los adultos.

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