Es de brocha gorda y demasiado simplista la afirmación del Premio Nobel y novelista Vargas Llosa, de que «el nacionalismo es enemigo de la libertad» (diario ARA.cat, 24.10.2012), porque no tiene en cuenta situaciones, circunstancias y formulaciones, en que surgen los distintos nacionalismos.
El simple hecho de que sean diversos, ya obliga a hacer una diferenciación. Y no sólo por sus métodos, como ya hace el escritor, sino también por sus causas y finalidades. No todos los nacionalismos son iguales. Pero también seria simplista y de brocha gorda decir que nacionalismo es libertad.
En general, los nacionalismos más bien tienden a poner en riesgo las libertades individuales, de los ciudadanos. La libertad de las personas. La historia y la experiencia lo enseñan. Cuando lo colectivo se mitifica, anteponiéndolo al bien y a la dignidad personales, peligran valores fundamentales.
El nacionalismo puede ser una reacción defensiva de un colectivo ante una agresión o el sometimiento por parte de otro colectivo, del que forma parte o al que está vinculado. Es un reactivo saludable a un abuso. También puede ser ofensivo, cuando tiene tiene ambiciones expansivas o imperialistas. Quizás se referiria a este último caso la valoración que hace Vargas Llosa, aunque parece que va más allá.
Puede haber, también, un choque de nacionalismos. Es el caso de España, en que un histórico nacionalismo de raíz castellana ha intentado imponerse a los pueblos que integran el Estado común, pero que no debió, ni debe, ignorar la personalidad propia de estos pueblos. Este nacionalismo estatal es nefasto, suprime o ahoga identidades diversas y naturales; en lugar de enriquecer con ellas la colectividad mayor, la empobrecen y merman su vigor al no integrar en ella la viva diversidad. A este podria aplicarse, tambien o mayormente, lo de «el nacionalisme és enemic de la llibertad».
En los nacionalismos reactivo, o defensivos, la idealización del colectivo puede actuar, y con frecuencia actúa, en nombre de la cohesión y de la unión «para hacer frente al contrario», como instrumento uniformador de actitudes y de un pobre pensamiento único. Es decir, interiormente, como apisonadora de la autonomia de los individuos y de la diversidad existente en la ciudadania. Y exteriormente, de cara al contrario, como radicalizacion de las diferencias, e incluso del fomento de la confrontación por las vias del cultivo -especialmente en la escuela y en los medios- del menosprecio e incluso el odio.
Ocurre esto cuando la falta de información, la deformación de los hechos o la visceralidad -debidamente orquestados o alentados- , predominan sobre la racionalidad en los conflictos nacionalistas. En estos casos, la libertad padece: la de los pueblos y, más lamentablemente, la de los ciudadanos como personas. En ambas situcaciones, nacionalismo no es libertad.
Advierte Vargas Llosa que -en su opinión- «los nacionalismos pacíficos dicen respetar la democracia y la convivencia, pero no hay que dejarse engañar», ya que -según él- «esto es un disfraz, porque el nacionalismo es una ideología inevitablemente autoritaria y reñida con la libertad». Ya decimos al principio, que es una aformación excesiva y sin matices, pero en todo caso, habría que aplicarlo a todos los nacionalismos, a los estatales y a los no estatales.
Claro hombre claro, tan fascista es el nazionalismo español del PP como el catalán de Convergencia o el vasco del PNV. En términos políticos, y me fastidia coincidir en algo con Vargas Llosa, el nacionalismo es el eslabón perdido entre lo irracional y lo no racional.