Andaluz de la Baja Andalucía, a Dani Bonilla no hay arte que se le resista. Le veo anunciado como cantaor, cantante, compositor, guitarrista, percusionista…corista y palmero, como hace pocas noches en el Auditorio Nacional, arreglista y ayudante de producción cuando se tercia. Pero después de verle y escucharle en la Sala García Lorca de la Fundación Casa Patas, cerrando el ciclo Flamenco en la Frontera, yo diría que lo que no se menciona de Dani es lo más importante: Que es un poeta.
De él hablan y bien, los que bien le conocen: Miguel Ángel Cortés, Rycardo Moreno, Rafael de Utrera, Arcángel, Alba Molina hija de Manuel, otro grandísimo poeta; Daniel Casares, Manuela Carrasco y por supuesto Esperanza Fernández, otra gran fronteriza, de familia sevillana de artistas gitanos, que igual se marca una seguiriya de lo más racial, como un soul en el Wesleyan Ensemble of the Americas.
Hubo un punto de inflexión en su vida cuando se fue por seis meses a Tokio, a cantar en el tablao El Flamenco. Qué no haría, para que ese enamorado del flamenco Shoji Kojima , director del Ballet Nacional de Tokio, se lo llevara al teatro a colaborar con el Ballet. Cuando regresó decidió vivir en Sevilla, la capital del flamenco del sur. Pronto estuvo metido en todas las salsas, cantaor en los tablaos, componiendo en el pequeño estudio de grabación instalado en su casa de Triana, acompañando a figuras del flamenco y empezando su carrera en solitario, madurando su personalidad, afirmándose en su propio territorio con profesionalidad.
Dani se recrea en sus temas, convierte las letras en poemas de alta sensibilidad, por lo que dicen, por cómo las dice, las repite, las engrandece mediante el volumen de sus pausas, pausas llenas de significado poético. Canta, o más bien convierte todo en una manera de recitar con música. Música en el recitado de su voz, en el de su guitarra, porque la guitarra no es un mero instrumento de acompañamiento, es un elemento recitativo más. Porque en esa manera de transmitir la letra de los poemas que va desgranando, hay tres voces: la voz de Dani, la voz de la guitarra, la inmensa voz del silencio en las pausas.
Y las canciones. Empieza calentando motores con canciones como De cerca, Me duele el alma, Corazones perdidos que dedica a ese amigo medio andaluz, medio catalán, Cristian Guerrero. Se mueve entre más de una frontera, a veces acercándose al flamenco con unos tangos, o quedándose en la raya con unas guajiras de ida y vuelta, luego cruza el océano para recrearse en ese Ey, quién te ha enseñado a amar de esta manera, con lo que pone fin a la etapa de calentamiento.
Dos temas grandes. Mi vida contigo a ritmo de balada y verso casi lorquiano: No me perteneces ni quiero /lo que quiero es compartir contigo mi vida y salir de este agujero oscuro. Y para cantar contra la guerra vuelve a sus raíces flamencas: Se mancharon los campos, se cubrieron de sangre…En silencio están llorando las flores y en silencio se mueren las flores…Escuchar esto es como vivir una realidad insoportable que está ahí al lado y debería ser insostenible. Pero…
Esta noche Dani Bonilla tiene como acompañante al chelista Watios y como artista invitada a Esperanza Fernández. Dani trabaja mucho con ella. Y esta noche es al revés. Él me ha acompañado a mí y hoy soy la invitada. Y Esperanza pone su voz flamenca de frontera para cerrar la primera parte a ritmo de tango.
Los temas de Dani llenan una vibrante segunda parte. Qué sabe nadie / si nadie me ha visto llorar cuando me faltan los besos. Vivir sin ti, poema grabado junto a Amparo Lagares en la guitarrería de Antonio Bernal en Sevilla. Siguen los temas Mil palabras, Dentro del balcón, Agárrate a la vida. La energía desborda.
Y desborda la generosidad en los tiempos. El concierto se alarga casi una hora más de lo previsto y nadie se quiere ir, nadie puede perderse la apoteosis final con los tres artistas, cómplices, cañeros. Con las voces de Esperanza, Dani y su guitarra; y Watios, ese chelista insólito del que se ha echado en falta un solo. Una noche para disfrutar y recordar.