Querido David:
Te vas con el mismo silencio con el que has vivido. Sin estridencias, sin alharacas; sin decirle a nadie que algo no iba demasiado bien. Porque te sumiste en ese sueño y no has despertado jamás. Porque cuando las cosas van bien, no notamos que la vida pasa, y pasa deprisa. La vida, puñetera vida, que es como el boxeo; siempre andamos peleándonos con ella.
Esta es un carta desde la admiración; desde el dolor agudo cuando la vida te deja inerme. Una persona de tu generación se marcha, y ya. No hay preámbulo, no hay nada que nos prepare, sucede un día y ya. Un colega que apostó por decir las cosas como eran, sin fisuras, sin matices y sin casarse con nadie.
Porque en tu libertad, querido David, estaba el afán y el compromiso de este oficio que todos olvidan; la profesión de los valientes que cuentan la verdad; que buscan las fuentes y contrastan la información. Y ese eras tú, David. El periodista en mayúsculas, el honor y la decencia; la pulcritud del articulista que narra la belleza y la realidad con los mismos honores que cuando la maldad y la crueldad asoman.
Y en tu destino no estaba escrito que debieras disfrutar de tu familia. Hermosa y gran familia que habías construido; y tus niños a quienes no verás crecer, leerán las palabras de papá; esas que dejas como la mejor lección de periodismo escrita en este siglo de mediocres y de falta de rigor. En este encuentro permanente con la desinformación que nos hace prever, ora sí, ora también, que el periodismo que abandonas se ha terminado para siempre.
Y leerte, buscarte y encontrar lo que quería fue un ejemplo para muchos y también lo fue para mi, en aquellos años cuando todos arrancábamos en este oficio. Esa columna que devoraba en los distintos lugares en donde has descrito cómo nos iba la vida; esa que seguimos sin ver; la fina línea entre estar y marcharnos, el lugar que no tenemos presente porque siempre tenemos otra cosa mejor en qué pensar. Y no hay más. El destino decide y la vida no se elige, sucede.
Adiós compañero, colega, maestro y escritor. Dejaste escrito en tu último libro que el desamparo, el humor, la violencia y la ternura estaban en los márgenes de la vida. Esas pequeñas y extraordinarias cosas que la conforman; esas historias que nos hacen palidecer cuando conocemos las entrañas de la verdad. Lo cierto es que con su título Gente que se fue, siempre te recordaremos; porque tú, admirado David, te has ido con las manos vacías como nos vamos todos, pero dejas tu corazón, ese inmenso corazón, sencillo y humilde, lleno con tu legado de textos, columnas y libros que serán para tus cuatro niños, un orgullo tremendo cuando sean mayores.
En tu preciosa columna acerca de tu paternidad le decías a tu primer hijo que temías morir; «me siento obligado a permanecer aquí al menos 25 años más, los que él pueda necesitarme y en eso, no quiero fallarle. Mi hijo no ha de ser lo que yo fui; un adolescente enfadado con el mundo porque se le murió el padre demasiado pronto. Voy a dejar de fumar…».
Los renglones torcidos de Dios…
Sit tibi terra levis. Descansa en paz.