Décimo séptimo día del duodécimo mes del 2023. Otro naufragio en las costas libias, otras doscientas personas muertas intentando huir de su miseria. Desde la nave en nuestras órbitas estacionarías sobre la Tierra podemos observar el Mar Mediterráneo, como otros puntos terrestres, nuestros sistemas de vigilancia nos permiten ver todo lo que sucede en sus aguas en tiempo real.
Y lo que sucede constantemente es el flujo migratorio desde el sur, África, hacia el norte, Europa, salen continuamente balsas, cayucos, barcas, barcazas, veleros, o cualquier embarcación con posibilidad de hacerse a la mar. La inmensa mayoría están fletadas por las mafias de tráfico de personas, organizaciones criminales sin ningún escrúpulo que se aprovechan de la desesperación de quienes necesitan huir de sus lugares de origen porque allí no existe el futuro.
Salen de sus países intentando encontrar una vida mejor, encontrar ese futuro que no existe para que sus descendientes tengan esperanza, salen de sus países porque su vida allí no vale nada, porque están perseguidos o porque son diferentes. Buscan mejorar sus vidas. Como hicimos miles de personas dejando nuestros lugares de origen buscando sobrevivir, hacia los países más desarrollados o hacia las zonas más privilegiadas económicamente por el franquismo. Siempre se trata de lo mismo, la supervivencia, de buscar una vida digna.
Observamos, impotentes, esas mareas de seres humanos hacia la muerte o en el mejor de los casos hacia una vida de rechazo, explotación e incomprensión si consiguen llegar a sus destinos.
Nuestros países europeos por cómo se dividieron África con el colonialismo, cómo saquearon y siguen saqueando sus recursos naturales, por cómo aplicaron o mejor no aplicaron políticas de desarrollo, educación, integración y gestión de sus recursos; son responsables de la catástrofe. Las autoridades que les sucedieron tampoco están, en absoluto, libres de responsabilidad, la incompetencia, rapiña y abandono de sus pueblos es dramática.
Es cierto que es un problema de dimensiones colosales y de fácil recurso para el populismo más rancio que culpa al inmigrante, y que es un problema que no se puede resolver desde el buenismo, no se pueden abrir las fronteras sin control, pero si se pueden hacer las cosas con humanidad y respeto, con el máximo respeto hacia esas personas y si se pueden hacer planes de desarrollo sostenible que impliquen a toda la comunidad internacional, como se hizo en Europa después de las grandes guerras para ayudar a buscar un futuro con dignidad para las personas que habitan tantos y tantos países arruinados y no solo en el continente africano.
Mientras estaremos condenados a ver un Mediterráneo… De Algeciras a Estambul con sus aguas ensangrentadas.