Nada preguntaré cuando me llegues,
como llega el rocío, tierno y sencillo,
y aparece la luna en siembra envuelta,
luz esparcida cual semilla.
(Del poema “Como Néctar”)
Cuando la vida te hace un regalo especial en forma de amistad debes ponderar ese fruto y conservarlo a toda costa. Sumado a ello, cuando ese bien preciado te viene de la mano de un ser humano excepcional, colmado de valores, debes hacer un alto en el camino para meditar el porqué de tanta suerte y dicha. Es el caso. Hablo de la escritora Isabel Ascensión Martínez Miralles.
Se preguntarán con seguridad sobre el motivo de esta “entrada”, de este comienzo, que es lo que expongo en el prólogo de su libro. Entiendo que no podía ser de otro modo. En verdad, la hermosura acompaña a esta escritora, que lo que hace es extender una parte de sí misma a su obra.
Son muchas las reflexiones que podemos hacer acerca de su hondo poemario. En primer lugar, digamos que canta como una mujer libre… Así lo desvela. Es muy peculiar.
Nos habla, entre otras cosas, de flores, de animales, de sentimientos…, de la Luna, de la complicidad de quienes se aman. Ella empatiza perfectamente con su entorno, y, por ende, con el lector.
Pasa del desierto a la vida, que contrapone para salvarnos. Tiene dudas, como casi todos, de buena mañana, tras la cual supera poco a poco las nebulosas y toca en mitad de la jornada la lira con un especial anhelo, que es de jovialidad para todos. Es imponente lo que nos cuenta y, fundamentalmente, cómo lo desarrolla.
Apuesta por lo contemporáneo, por la existencia, por seguir siempre adelante, por no quedarse atrás nunca. Trata de despojarse de cualquier disfraz. Quiere ser autónoma, y estoy convencido de que, como Ramsés, a menudo lo consigue.
Cree en el beso como actuación sanadora. Aparece el ósculo en sus versos como auténtica medicina. Abraza también y rechaza el olvido, frente al cual se rebela. Es dura con la oscuridad.
Efectivamente palpamos que la tarde no podrá con ella, aunque a veces llegue rezagada a la meta. Busca almas y las encumbra a lo más alto para continuar por doquier. Ansía conocer flamantes parajes. Encuentra, porque rasca, luz y brillos, y los exhibe como artificiera de un universo positivo.
Magia y vértigo
Según nos dice, “hay sombras que estremecen las entrañas”. Así, pues, toca sobreponerse. Percibe que hay probabilidades de éxito, de triunfo, de ganar, y enfila los itinerarios que invitan a no aceptar que lo bueno se marchite. Se enfrenta al vértigo.
Cree en el eje de las letras, en lo que denomina la “mágica matriz de la poesía”. Desde sus atalayas y ventanas observa huertos y mares y los describe como pocos saben. La niñez le acompaña y no permite que nada la empañe. Es sabia y lo demuestra con vocablos que conforman un estilo, que exprime y saborea sin prisa.
Hay enigmas, misterios, cuestiones que no se captan a simple vista, pero que ella, como buena poetisa, intuye. De ahí que nos subraye perseguir alguna entelequia en los límites del tiempo. En el conjunto de la obra hay un aroma especial.
Todo no está claro. No sé si se produce “una virginal batalla con la muerte”, como nos glosa, pero intenta desgranar el concepto de las palabras, que baraja como una experta, y se adentra, en paralelo, en el silencio para ganarles la partida.
En una de sus expresiones nos regala el aserto siguiente: “Ojalá nunca el rayo nos condene de nuevo a la sequía y al miedo”. Su experiencia nos brinda ese afán que es consejo igualmente. Hagamos, por favor, como nos reclama, que broten caudales de valores ilusionantes.
Son muchas las ideas que nos traslada en esta sucesión de versos. A lo largo de unas cien páginas, aunque aquí no importa el número, busca la tierra prometida, como todos, reiteramos, un territorio que tiene que ver con el equilibrio y el contento. Mi petición es que no queden sus concienciaciones en saco roto.
Además, cuida, nuestra autora, el misterio y el peligro, que acecha. Lo advierte. Hay, asimismo, un compromiso social, un querer ser en lo genuino que se relaciona con lo sencillo.
Se nota, les relato finalmente, que su estilo fluye como la propia Naturaleza, que echa en su creación unas raíces cada vez más cálidas y eficientes. No son dardos sus poemas, pero tengan cuidado al leerlos, pues podrían caer cautivados como el guerrero en manos de la doncella.